_
_
_
_

Jelinek agita los horrores del monstruo de Amstetten

José Andrés Rojo

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Algo tiene que tener Austria para que sus escritores la hayan tratado tan mal. El arte de echar pestes, la facilidad para el insulto, la furia permanente, la vergüenza extrema por lo propio, el desprecio por los congéneres, la rabia y el asco -todo eso y todo eso contra Austria- forma parte del nervio central de las obras de escritores como Thomas Bernhard y Elfriede Jelinek. El primero ya no está para pronunciarse sobre el caso de Josef Fritzl, ese padre que abusó de su hija durante 24 años, pero Jelinek sí, y lo ha hecho. En un artículo titulado Im Verlassenen (En el abandono), colgado en su página web (www.elfriedejelinek.com/), la escritora (Premio Nobel, 2004) deja claro que todo lo que ha ocurrido ahí tiene que ver con "la palabra del padre".

Jelinek (Mürzzuschlag, 1946) nunca ha sido convencional en su literatura, y sus textos avanzan como agitados por una energía interna, como dando golpes, como olas que rompen, una y otra vez, poseídas por obsesiones recurrentes. Y así ocurre con lo que cuenta de esa "representación" que tuvo lugar en un "sótano-mazmorra" de un pueblo de su país, Amstetten. El caso es conocido y también es conocida la mirada feminista de Jelinek y su cólera para denunciar, atacar y machacar cualquier atisbo de machismo, cualquier mínimo signo del viejo poder del hombre.

Autoridad patriarcal

Estaba cantado que Jelinek se lanzaría contra ese padre, "que es también abuelo, hay padres y abuelos que son una sola persona, está la Santísima Trinidad, uno en tres personas...", y lo que hace en su arrebato de poco más de 2.000 palabras es sumergirse en esa negrura para agitar sus recovecos y mostrar que el monstruo está en ese pequeño país, donde nadie va a cuestionar la autoridad de un padre-abuelo, y donde puede ocurrir lo que ocurrió sin que Fritzl tuviera vergüenza alguna.

Está el viaje del padre a Tailandia, está ese sótano con las cosas de los pequeños, está esa joven que se convirtió en víctima de su familia. Y el telón de fondo, Austria, que con sus rigurosas estructuras patriarcales de nuevo propicia la virulencia del verbo de Jelinek. En la página web de Jelinek se puede leer también Envidia, su último libro (una novela privada), que no permitirá que se edite de forma impresa. Tanto para la novela como para los textos que la escritora vuelca rige la prohibición de ser reproducidos sin autorización.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_