El Papa en América
El viaje de Benedicto XVI, dominado por el escándalo de los sacerdotes pederastas
El papa Benedicto XVI concluye hoy su viaje de seis días a Estados Unidos, en el que destaca su discurso pronunciado el viernes en la sede de Naciones Unidas, donde apoyó el derecho a la injerencia humanitaria de los Estados, si bien siempre bajo mandato del organismo internacional; pero todo el recorrido ha estado dominado por el escándalo de los sacerdotes pederastas, que estalló en 2002 en Boston, seguramente la diócesis con mayor porcentaje de católicos del país.
Desde que tomó el avión en Roma, en una conversación con la prensa, hasta la misa que celebró ayer en la catedral neoyorquina de San Patricio, en cinco ocasiones el Papa se ha referido a esa bochornosa realidad. Centenares, si no millares de los algo más de 41.000 sacerdotes norteamericanos, con la forzada implicación de más de 10.000 niños y niñas en su mayoría de las escuelas parroquiales, son hoy responsables o se han visto envueltos en el peor escándalo que ha afectado a la Iglesia católica, desde que los primeros feligreses fundaron en el siglo XVII el Estado de Maryland, bautizado, así, con el nombre de la Virgen María.
El catolicismo norteamericano, aunque con 65 millones de fieles sigue siendo la primera confesión del país, tardará en reponerse de ese cataclismo. El auge, en especial entre los inmigrantes de América Latina, de las sectas pentecostalistas, que constituyen lo más virulentamente antirromano en la inacabable constelación protestante, tiene mucho que ver con lo que el mundo católico sólo puede juzgar como la peor traición de la Iglesia a su misión histórica, llegando a la gravísima denigración de sí misma.
El Papa, sabedor de todo ello, ha mostrado su sincera compunción y vergüenza por lo sucedido, con la inteligencia añadida de reunirse con media docena, eso sí cuidadosamente seleccionados, de representantes de esa dolorosa grey, personas que en su día fueron objeto de las repugnantes atenciones carnales de un clero que debía atender a sus necesidades espirituales. Pero más importante aún, el cardenal William Levada, jefe de la oficina vaticana que trata de los casos de abuso sexual, ha dado a entender que se revisará la ley canónica para permitir que la Iglesia juzgue esas fechorías con la mayor celeridad y la menor burocracia posible.
Eso es lo mínimo que hay que hacer. No se pone fin a una situación de esa índole, máxime cuando se sabe que se siguen presentando denuncias por abusos sexuales en el pasado y no tan en el pasado, solamente indemnizando a las víctimas, lo que le ha costado a la rica Iglesia norteamericana ya más de 2.000 millones de dólares (1.300 millones de euros), sino castigando severísimamente a los culpables, separándoles del sacerdocio y poniendo los medios para que nada parecido vuelva a ocurrir. Menos que eso deshonraría a los 1.000 millones de católicos de todo el mundo; de la confesión cristiana de mayor seguimiento universal, de la Iglesia de Roma.
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