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Las secuelas de una crisis alimentaria

Polémica en torno a la quema de las harinas peligrosas

Las cementeras sólo incineraron una cuarta parte de los residuos previstos

Carmen Morán Breña

El mal de las vacas locas pudo tener su origen en una suerte de canibalismo animal, es decir, vacas a las que se les puso en el pesebre harinas producidas a partir de despojos de sus compañeras rumiantes, cabras, ovejas o las propias vacas muertas. Así que, desde que en noviembre de 2000 el ministro de Agricultura Miguel Arias Cañete anunció la muerte entre temblores de la vaca Parrula, la legislación sobre las harinas animales se puso exigente, en línea con lo ocurrido en el resto de la UE.

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Desde entonces, los despojos de rumiantes, una vez hechos harinas, tenían que ser incinerados, para desgracia de los buitres. Y en aquellos momentos ganaderías enteras pasaban por la hoguera cuando se detectaba un prión. También como en Europa, las cementeras se ofrecieron entonces a incinerar esos residuos y adaptaron sus plantas al efecto con una inversión de la que hoy se duelen, entre dos y tres millones de euros, dicen, para quemar alrededor de 200.000 toneladas de harinas. "Jamás hemos utilizado más de 50.000", se viene lamentando hace tiempo el director del departamento de Tecnología y Medio Ambiente de Oficemen, Pedro Mora. Y se pregunta "¿dónde va el resto?". Ahí lo deja.

Anagrasa, la gran Asociación Nacional de Industrias Transformadoras de Grasas y Subproductos Animales, niega tajantemente que las harinas no estén pasando por las plantas transformadoras, y con más energía replica cualquier temor a que sean exportadas a terceros países.

Esta patronal tiene otros datos: "Se producen entre 90.000 y 110.000 toneladas de harinas MER" (material específico de riesgo: ojos, amígdalas, médula, sesos...). Dicen que todo se incinera, por supuesto, aunque para ello han tenido que utilizar "sistemas alternativos", porque la incineración en cementeras es dificultosa y cara. "A veces hay que transportar estas harinas a más de 600 kilómetros hasta una cementera, porque no las hay en todas las comunidades y por cada tonelada que se quema nos cobran 60 euros", explica el presidente de Anagrasa, Valentín García.

"Además, las cementeras, que en principio hacían un favor, ahora están utilizando las harinas como combustible, por tanto, ellas tendrían que pagar, en lugar de cobrar", añade. Si esto no cambia, dicen, la gente seguirá utilizando vertederos especiales o centrales térmicas, por ejemplo. Afirman, eso sí, que a las cementeras llegan unas 40.000 o 50.000 toneladas.

En lo que tanto las cementeras como la industria de transformación están de acuerdo es en el descontrol que hay en los despojos urbanos, es decir, lo que sobra en los mercados. Al pequeño comerciante tampoco le sale barato deshacerse de los despojos, que, aunque han pasado todos los controles para el consumo humano, acaban en la basura. Éstos son los únicos desechos autorizados para alimentar animales de compañía, y también los únicos que se exportan, dice García.

Ahora la Administración estudia la utilización de restos avícolas para consumo de cerdos, y al revés.

Un trabajador manipula desechos de vaca en una planta incineradora en Santander.
Un trabajador manipula desechos de vaca en una planta incineradora en Santander.AP

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Sobre la firma

Carmen Morán Breña
Trabaja en EL PAÍS desde 1997 donde ha sido jefa de sección en Sociedad, Nacional y Cultura. Ha tratado a fondo temas de educación, asuntos sociales e igualdad. Ahora se desempeña como reportera en México.

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