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Columna
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Sobre la igualdad

Ésta es una historia de una empresa del franquismo que prospera en la democracia: desde que José Manuel Pascual padre llegó a Cádiz y construyó una clínica con importantes apoyos del régimen hasta que su hijo forjó la más importante red sanitaria privada de España gracias a sus influencias. El episodio de las faldas de las enfermeras es sólo uno más de los muchos de esta empresa y de José Manuel Pascual hijo, el gestor de la empresa familiar que nunca ha dudado en usar todos los medios a su alcance para mejorar su posición, incluido espionaje a partidos de la oposición.

A mediados de los años ochenta el Partido Socialista se empeñó en hacer una muy necesaria reforma sanitaria. Se creó el SAS para formar una única red pública. Se cerraron los psiquiátricos, la Junta se quedó con todos los hospitales de beneficencia de las diputaciones y con las casas de socorro y centros sanitarios de los ayuntamientos. Se inició la creación de la red de atención primaria, se le metió mano a las incompatibilidades de los médicos para evitar que cobraran de lo público y trabajaran en lo privado. Y se empezaron a suprimir los conciertos sanitarios con clínicas privadas. En Cádiz, al frente de la operación estaba un intrépido gestor, Agustín Ortega Limón. Se suprimieron los conciertos con la clínica de la Salud y con el hospital de San Juan de Dios. Pero cuando le tocó el turno a la clínica de San Rafael el proceso se paró, hasta el punto de que Ortega Limón pasó a directivo del Grupo Pascual. Pero el asunto no acabó ahí, sino que José Manuel Pascual hijo no sólo consiguió mantener su concierto en San Rafael, sino que fue comprando y construyendo hospitales por toda Andalucía hasta el día de hoy, que tiene seis hospitales concertados con un coste inicial de 300 millones de euros al año, una red privada sostenida con fondos públicos que se disemina ya por toda Andalucía.

La habilidad de la familia Pascual para pasar del franquismo a negociar con la Junta ha proporcionado a su actual gerente-dueño-empresario un ataque de soberbia rayano en la chulería. En la empresa Pascual no se negocia, sino que se le piden favores al dueño que los concede o no a su antojo. En uno de estos desplantes debió situarse la negociación sobre el uniforme de las enfermeras, con una negativa tajante de Pascual "esto es lo que hay y punto", frase con la que este tipo de gente cierra cualquier conversación. Son del tipo que se dirigen a sus empleados con el consabido "¡oye, tú!" con el que los señoritos llamaban antes a los lacayos.

Así que aquella negociación entre el comité de empresa y el gerente-dueño terminó como de costumbre. CC OO emitió un comunicado el Martes Santo. Los medios de comunicación, entre las vacaciones y las procesiones, no le prestaron atención el tema hasta que el martes siguiente EL PAÍS y la Cadena SER empezaron a darle relevancia al incidente, lo que lo ha convertido en asunto nacional.

Los periodistas supimos despertar a tiempo en el lapso que va del Martes de Pasión al de Pascua para abordar un asunto que atañe a la dignidad de las mujeres. La elección de la falda con respecto al pijama sanitario por parte de la empresa Pascual no tiene, que se sepa, ningún significado asistencial, por lo que el empecinamiento del gerente-dueño más parece un desplante de autoridad ante el riesgo de que el comité de empresa se envalentone. Al menos, no parece sensato pensar que sea una vertiente fetichista o libidinosa la que pudiera influir en las decisiones empresariales.

Así que las mujeres de la clínica San Rafael o del Grupo Pascual se ven preteridas con respecto a sus compañeros varones, a los que no se les obliga a usar ninguna prenda que destaque su masculinidad. Sólo aquellas empleadas que han decidido anteponer su dignidad a su indumentaria le han hecho frente a José Manuel Pascual y pagan cada mes, con 30 euros menos, tamaña afrenta. Salvo que el SAS suspenda los conciertos, intervenga un juez o los inspectores pongan una dura sanción, parece que por ahora gana el caciquismo.

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