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Columna
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Donde digo Diego...

En noviembre de 2002, el PIB argentino acumulaba una caída del 19% desde el inicio de la recesión en junio de 1998. El entonces ministro Lavagna se hallaba, una vez más, negociando en Washington el inicio de la normalización de las relaciones del país con el FMI. Anne Krueger, la segunda cabeza visible de esta institución, distribuyó el 14 de noviembre una nota para anunciar que el FMI y el Gobierno argentino habían alcanzado un acuerdo básico sobre la estrategia de normalización del sistema bancario. Junto al anuncio abstracto se decía que no habría trabas a la aplicación de la Ley de Quiebras. De forma críptica se explicitaba que el FMI consideraba innegociable la renuncia del Gobierno argentino a suspender la ejecución de las garantías hipotecarias de los deudores a los que la crisis había devastado su capacidad -o su voluntad- de pago.

"Los americanos esperan que los demás entendamos que hay que hacer lo que EE UU dice, pero no lo que realmente hace"

En los siguientes años, el tema de la "suspensión" de las garantías fue una bronca recurrente. El FMI atrincherado en la idea de que la suspensión era un ataque frontal al Estado de derecho, y el Gobierno firme en la idea de que Argentina se enfrentaba a una emergencia y que no había elección: o no ejecución de las garantías o motines en la calle. Al final, hubo ley, y la banca -"por el bien común y voluntariamente"- suspendió el ejercicio de sus derechos contractuales. Esta situación se prolongó hasta final de 2004, lo que permitió desactivar alguna convulsión social aunque, como era de esperar, también contribuyó a que el ratio de bancarización de Argentina sea hoy la mitad del que entonces tenía y a que el peso del credito hipotecario en el PIB apenas llegue al 1,7%, menos de un cuarto del que había en 2001.

Como todos sabemos, aunque aún hoy el PIB de Estados Unidos crece al 2,2%, hay amenazas que derivan de la crisis del sistema financiero, del estallido de la burbuja inmobiliaria y del aumento de la inflación que harán que esta economía se estanque o entre en recesión. A una parte de la Academia americana -y recuerden que Keynes ya avisó de que todos los políticos son esclavos de las ideas de algún economista vivo o muerto- le han bastado estos temores para acudir al rescate con un alud de propuestas. Unas se podían anticipar -bajada de tipos de la FED- pero no necesariamente compartir, otras eran más heterodoxas y discutibles -seguir aumentando el déficit y la deuda- y otras, sencillamente, confirman que los americanos esperan que los demás entendamos que hay que hacer lo que EE UU dice, pero no lo que realmente hace. Vayan a los debates de Obama y Clinton y se sorprenderán con propuestas que de aparecer en programas de un partido español o latinoamericano se hubieran ganado el título mundial de irredentos populistas. Tiemblen con las reflexiones sobre los "costes" para la clase media de EE UU del Acuerdo de Libre Comercio con México y Canadá, las sospechas sobre las petroleras, la moralidad de las patentes de farmacia y los excesos de comisiones en las tarjetas de crédito. Si se une al tema del muro en la frontera mexicana y a las acusaciones xenófobas, tenemos un completo: una globalización sin libertad de movimientos de bienes, servicios, capitales y personas.

Con todo, lo que más me ha emocionado es la propuesta de Larry Summer, el mejor, el más comprometido y cosmopolita ex subsecretario del Tesoro que mi generación ha conocido. En una columna del Financial Times de esta semana, al hilo de la crisis de las hipotecas basura, pedía que se considerara la suspensión en EE UU de la ejecución de las garantías hipotecarias residenciales. Cuando uno creía que la globalización se había recuperado de la enfermedad "argentina" que Krueger no vaciló en considerar letal para la economía del mercado, el virus reaparece de la mano de un excelente economista con pasión por la vida política.

No me interesa qué va a pasar con su propuesta. Para los que tenemos fuertes convicciones políticas y creemos en los principios de la economía, la cuestión de fondo es por qué es cada vez más frecuente que quienes se acercan al Gobierno acaben plegando sus ideas económicas al "realismo" político. Por qué ser "económicamente realista" hoy no tiene nada de "glamour" cuando se enfrenta a lo "políticamente" correcto. Yo recelo que si esta "moral" sigue avanzando y nadie solvente la detiene, no vamos a saber qué cara poner cuando tengamos que explicar que ni China ni EE UU -a ojo el 50% de la economía mundial- se guían por lo que nosotros defendemos como ciencia. Harvard: tenemos un problema.

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