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Columna
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La inmortalidad

Según los biólogos el cuerpo humano no está diseñado para durar más de 40 años. Al parecer, desde el punto de vista de la evolución no existe ninguna necesidad de vivir más allá de esa edad. O sea que muchos de ustedes, igual que yo, ya habrán rebasado el periodo de garantía como máquinas vivientes. Sin embargo, aquí estamos dispuestos a doblar la apuesta aunque el tiempo no haya servido para hacernos entender las simientes precisas de la felicidad o el dolor.

La melancolía es la madre de la investigación genética. Desde la época de los alquimistas vencer al tiempo es un reto que atañe por igual a poetas y a científicos, porque el enigma de eternidad puede hallarse tanto en el interior de una molécula como dentro de un verso. La semana pasada el Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia presentó el primer proyecto de clonación terapéutica de células madre para regenerar órganos dañados por la diabetes o el parkinson, sin embargo, todavía quedan encarnizados consejeros de Sanidad empeñados en que la gente muera en la cruz. ¡Que el Dios de las urnas nos libre de la saña de los lamelas de turno!

La lucha contra reloj que libramos cada día por alargar la vida marca la agenda de los últimos avances en Biomédica. De eso precisamente trata la última novela de Antonio Gómez Rufo, un thriller de ciencia ficción con título de bolero. La noche del tamarindo plantea grandes cuestiones en un momento en que nuestro mundo se debate entre la posibilidad de prolongar la vida de las personas al tiempo que nos acercamos peligrosamente a la destrucción del planeta. El hombre siempre ha sido un ser de paradojas. Tal vez por eso el protagonista de la novela, Vinicio Salazar, es un tipo inmensamente rico y desolado que persigue la inmortalidad más por venganza que por deseo de supervivencia, en medio de una trama cosida de traiciones, crímenes, tráfico de órganos y muertos que se van quedando en el camino hacia el infierno que son los otros.

La ciencia avanza a la desesperada mientras los poetas reinventan con mimbres nuevos el sueño de la inmortalidad. "Durante las horas que compartí con los científicos mientras escribía me he dado cuenta de que la longevidad está ahí", cuenta Antonio Gómez Rufo, "nos moriremos de infelicidad, pero no de lo que nos estamos muriendo hoy". Tiene razón, pretender frenar el avance científico es como poner barreras a los astros en su procesión nocturna. Los cardenales pudieron callar a Galileo, pero no lograron impedir que la tierra girase alrededor del Sol.

Al principio del siglo XX la esperanza de vida era de 35 años, hoy es de 80. Hemos conseguido el reto científico de sumar años a la vida. Ahora solo nos falta invertir la ecuación y añadir vida a los años, como soñaba el poeta: "El ciervo en la cumbre de la montaña/ donde no hay rastro de hojas que lo orienten/ conoce la llegada del otoño/ sólo por el sonido de su propia voz". Son versos japoneses de casi mil años y en ellos uno también podría demorarse toda la eternidad. ¡Salud!

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