Sí, es verdad, se acabó
Sí, es verdad, se acabó Harry Potter. Cuando lo soñó -porque lo soñó-, J. K. Rowling pensó que serían siete volúmenes, y no sólo decidió seguir las indicaciones de su sueño, que se produjo en medio de una pesadilla, sino que escribió el principio del capítulo 34 -¡suma 7!-, que iba a ser decisivo.
¿Qué cuenta en el capítulo 34? Ah, eso lo saben los que lo hayan leído en otras lenguas, e incluso ha sido publicado, en español, en EL PAÍS, pero sería desconsiderado, un rato después de que haya aparecido aquí este séptimo tomo, contar esas palabras tan especiales para ella. Como la vida, y como la literatura, ese capítulo trata de la muerte. ¿La muerte de Harry Potter? Los que leyeron la saga -como los que en su día nos entusiasmamos, salvando las distancias, con El Capitán Trueno-, vivían pendientes del hilo de este final. No hay muerte, ya se sabe, hay dolor, y hay cicatriz. Cuando J. K. Rowling habla de ese capítulo y del desenlace, tan doméstico, de su héroe hecho hombre, se aviva su mirada íntima, entristecida, y relata su relación con Harry Potter como si no sólo fuera una criatura hecha por su mano sino como si Harry fuera ella misma. Ella no lo niega: a pesar de las magias y de las aventuras a lomos de la varita mágica, Harry Potter se basa en la realidad, y a ella le sirvió para evadirse de la realidad. Le consiguió, a ella, una felicidad de la que aún se extraña, pero no ha logrado aliviarle del todo de las razones que la llevaron a abordar su proyecto en medio de la desolación y de la rabia.
Cuando la vimos llegar a la entrevista que tuvimos con ella en Edimburgo nos resultó extraño que una persona de su potencial económico y mediático viniera sola, en un taxi que la dejó en la acera lluviosa del hotel, y se fuera andando. Acaso hay momentos en la vida, como cuando habla de ese capítulo 34, en que J. K. aspira a ser lo que fue cuando pasaba frío escribiendo en una cuartilla el desarrollo de su sueño.
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