Armas de destrucción masiva
Hace casi cinco años, el empresario norteamericano Warren Buffett calificaba a los instrumentos derivados como "armas financieras de destrucción masiva". Ahora, cuando el daño provocado por ellos ya se hace sentir sobre la economía mundial, ha sido reclamado por el equivalente a nuestra Dirección General de Seguros en el Estado de Nueva York para que ayude a reparar los desperfectos que él tan acertadamente previó.
La característica común de los derivados es que actúan como una palanca: permiten asumir riesgos muy por encima de lo que las fuerzas financieras de un inversor darían de sí, multiplicando en la misma medida el resultado final de pérdida o ganancia.
La ayuda que reclaman las autoridades norteamericanas tiene por objeto acudir al rescate de los monolines, esas compañías de seguros (hoy en apuros) que a cambio del pago de una prima se encargan de avalar los compromisos contraídos por las empresas o los entes públicos que realizan emisiones de bonos y obligaciones.
La crisis actual está poniendo en cuestión prácticamente toda la sabiduría financiera y contable de las últimas décadas
La propuesta del señor Bufett no se ha hecho esperar mucho: esta misma semana ha ofrecido quedarse con la parte saneada del negocio de los monolines [las aseguradoras que respaldan emisiones de bonos a cambio del cobro de una prima], a la que tiene que ver con los avales a corporaciones locales.
Dejaría de lado los avales que han concedido a las emisiones de CDO (collateralized debt obligations) un compuesto financiero en cuyo seno tienen especial importancia los derivados de crédito contra los que él clamó hace cinco años.
Su solución tiene de bueno el que las corporaciones locales podrían volver a utilizar el aval de los monolines (algo que ahora resulta imposible, si es que no perjudicial, por la delicada situación de éstos) y frenar de este modo el fuerte incremento que están teniendo sus costes financieros.
Sin embargo, la propuesta parece poco viable, ya que aparte de las dificultades de segregar parte del negocio sin que la legión de perjudicados inicie acciones legales, una solución de este tipo no libra a bancos, hedge funds, fondos de pensiones, etcétera, de las pérdidas en las que han incurrido por los CDO, ya que prácticamente convierte en papel mojado los avales asociados a éstos.
La superación de las dificultades por las que atraviesan los monolines parece ser en este momento el nudo gordiano de la crisis que están atravesando los mercados financieros y de crédito. Sin embargo, poco a poco, las cosas se van complicando y ya se perfila una nueva fuente de inestabilidad: la de las empresas que fueron objeto de una OPA (oferta pública de adquisición) y tienen en sus balances una deuda muy superior a la que con sus recursos pueden hacer frente (deuda que, dicho sea de paso, es la misma que se utilizó para comprarlas y que sus nuevos dueños les traspasaron).
En muchos casos esa deuda es de tal calibre que sólo un mantenimiento de la actividad económica general y de su nivel de negocio en particular les permitiría seguir existiendo. Pero, como es bien sabido, la economía norteamericana se está desacelerando, con el riesgo de que le suceda lo mismo al resto de la economía mundial. De hecho, muchas de esas empresas, según advierten las agencias de rating, ya están en situación financiera crítica, si se las mide por la relación entre deuda y recursos propios, y cualquier caída de sus beneficios las pondrá al borde de la morosidad o de la insolvencia.
Por si eso fuera poco, y como parte de la resaca de las fusiones y adquisiciones empresariales de los últimos años, los principales bancos de negocios aún tienen en sus libros muchos de los préstamos que concedieron para que esas operaciones se pudieran llevar a cabo y no consiguen distribuirlos, como era su propósito, a otros inversores de menor calibre si no es a cambio de fuertes pérdidas (con descuentos que se estiman de hasta el 10%, lo que apunta a un elevado riesgo de morosidad).
La crisis actual está poniendo en cuestión prácticamente toda la sabiduría financiera y contable de las últimas décadas. Lástima que lo mismo ocurriera en las crisis precedentes, sin que eso sirviera de mucho a la hora de evitar las siguientes.
Juan Ignacio Crespo es director en Reuters Gestión de Activos.
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