Viaje a ninguna parte
¿Escuchaste, lector, la intervención de Ricardo Alarcón el pasado viernes en la Universidad de La Habana? Pues por chocante que pueda resultar su exhibición de desvergüenza, más chocante resulta aún su coincidencia con un entusiasta artículo de un alto cargo de la Xunta sobre el viaje que en estos días emprende a Cuba una romería de gallegos. Al parecer acuden a la Feria Internacional del libro de La Habana como "invitados de honor de un evento multitudinario" organizado por la Administración castrista. Un gran escaparate, al fin, para nuestra cultura y nuestros libros. Dado que no logro asimilar el efecto de las imágenes de la intervención de tan distinguido miembro del Buró Político del Partido Comunista Cubano y que conservo fresco el recuerdo de la dura realidad que encontré en la isla, hace un año, no quiero dejar de escribir unas breves notas sobre lo que considero un deshonroso acontecimiento para la cultura de nuestro país.
Allí, desgraciadamente, me encontré con un pueblo infraalimentado que vive en condiciones equiparables al más denigrante chabolismo y para el que la pequeña delincuencia es ya algo habitual para poder hacer frente a las necesidades diarias. Hablamos de un pueblo que habita un país con una agonizante economía, sin un mínimo sistema de transporte público y con una lamentable sanidad y una sombría y sectaria enseñanza que, en su día, fueron el máximo orgullo de una revolución por la que muchos hemos sentido el más vivo entusiasmo. Un mundo sin la más mínima libertad, en que la literatura contemporánea es algo ajeno a la gran mayoría de sus ciudadanos y donde sus más brillantes escritores son completos desconocidos. Un medio cultural en que la más implacable censura ha convertido las librerías en simples expendedurías de panfletos y en el que el acceso a Internet está reducido a una exigua minoría de fieles privilegiados.
Volví lleno de emoción por la calidad humana de aquellas gentes, y de cólera por la necedad, ineptitud y corrupción de unos odiosos burócratas que pretenden seguir definiéndose como ejemplares revolucionarios. Esta es la razón por la que no puedo evitar exponer mi más dura crítica a lo que considero un acto inaceptable en un gobierno que se autoproclama progresista. ¿Qué hubiésemos pensado los españoles que peleábamos contra la dictadura de Franco si un gobierno democrático acudiese a su Feria del Libro como invitado de honor, trayendo a un grupo de gente teóricamente defensora de una libertad de expresión aquí inexistente?
¿Qué recuerdo guardaríamos de aquellos visitantes después de verlos participar en los actos oficiales organizados con el régimen encargado de humillarnos? ¿Cuáles serían las ventajas económicas que autores y editoriales podrían sacar de su presencia en una Feria celebrada en un país desprestigiado y sin libertad de expresión y sumido en una calamitosa situación económica?
Quiero pensar que todo esto no es más que un mal sueño. Que no hay entre nosotros políticos tan irresponsables como para programar este patético viaje turístico al Caribe. Que alguien habrá capaz de entender, tras una autocrítica introspección que le permita evaluar la importancia de nuestra oferta literaria, que sólo Cuba puede convertir a nuestra literatura en "invitada de honor" de una feria del libro. Que no puede haber muchos escritores, representantes institucionales o editores dispuestos a participar en esta lamentable aventura. Pero sé que no es así. Nuestra circunstancia ética no está, desde luego, en su mejor momento.
Por eso, creo necesario denunciar lo que nunca dejará de ser una estúpida e improductiva inmoralidad y recomendar que cuando nuestros excursionistas regresen, tras llevar a cabo distintos actos acompañados por los representantes oficiales de la dictadura, se entretengan recordando aquel viejo juego infantil que invariablemente preguntaba: "De La Habana vino un vuelo cargado de...?"
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