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Columna
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El recordatorio de Uribe

En Bogotá preocupa que Francia pueda llegar a contemporizar con los terroristas de las FARC

El presidente colombiano, Álvaro Uribe, aprovechando que va a la cumbre de Davos, ha pergeñado una gira que le llevó anoche a España, pero cuyo punto culminante ha sido la Francia del presidente Sarkozy. Y el solo hecho de que le pareciera necesario recordar a sus anfitriones que las FARC son un grupo terrorista, y como tal seguir siendo consideradas por la UE, muestra la complicación en que se metió invitando a su homólogo venezolano, el gárrulo Hugo Chávez, a que mediara en el canje con la narco-guerrilla.

El primer asalto lo ganó Uribe por KO técnico cuando, tras haber retirado al presidente venezolano el permiso para continuar mediando, las FARC ponían en ridículo al gobernante de Caracas al no poder cumplir, a fin de diciembre, su promesa de liberar a Clara Rojas (colaboradora de Ingrid Betancourt, también en cautiverio), la ex diputada Consuelo González y el hijito de la primera. El niño, Emmanuel, ya no estaba en manos de la guerrilla, y el líder bolivariano, secundado por un director de cine tan oportunista como ignorante de todo lo latinoamericano, Oliver Stone, hacía tosco eco de las FARC, echando la culpa del fiasco a Bogotá. La liberación de las dos mujeres se producía, sin embargo, días más tarde, y Chávez era, inevitablemente, el conducto privilegiado para ello, por mucho que Uribe se hubiera arrepentido de solicitar sus buenos oficios y el militar, en su inimitable lenguaje cuartelero, dijera de todo del grave, austero pero secretamente iracundo presidente colombiano.

En un segundo momento, con las ex cautivas ya en casa, el venezolano, lejos de dedicarse apaciblemente a explotar el éxito, buceaba en el absurdo de pedir a la comunidad internacional que retirara a las FARC de la lista de organizaciones terroristas, y a Uribe, que las reconociera como una opción de gobierno. Incluso para alguien de propuestas tan habitualmente originales como Chávez, la explicación de semejante desatino sólo podía hallarse en un compromiso con las fuerzas revolucionarias: un acuerdo por el que éstas liberaban a las dos rehenes a cambio de que el presidente hiciera una declaración en favor de los insurgentes. Pero no era Chávez quien salía ganando en el trueque.

Disipada la polvareda, Uribe dejaba, sin embargo, de jugar a caballo ganador, porque prohibiera o no la mediación, era Caracas quien seguía teniendo la exclusiva de futuras liberaciones, y Sarkozy, con su interés personalizado en que se pusiera en libertad a Betancourt, ciudadana también francesa, se hacía sospechoso ante el Gobierno colombiano. Es cierto que el presidente francés ha garantizado a Uribe que no intentaría que se desbautizara de terroristas a las FARC, pero nadie sabe hasta dónde puede llegar en sus negociaciones con los narcotraficantes. La guerrilla que alguna vez fue marxista, ha pedido siempre algo muy parecido a un estatuto de beligerancia por la libertad de la ex candidata presidencial Betancourt, y las apuestas no van a ser menores, sino más bien al revés, por el hecho de que París esté ahora de por medio.

La posición de Uribe es la de que los únicos autorizados a mediar son la Iglesia católica, y los tres países habilitados oficialmente, España, Francia y Suiza. Los Gobiernos de Madrid y Berna no son problemáticos, puesto que no moverán un dedo sin el consentimiento colombiano, pero de París no es tan fácil llegar a la misma conclusión. Eso es lo que legítimamente preocupa en Bogotá; que Francia, gobernada también por un presidente que, a su manera, cultiva la maniobra audaz, pueda llegar a contemporizar con los terroristas.

Al presidente colombiano le queda hasta 2010 de su segundo y último mandato -si no se busca una nueva enmienda constitucional- pero el forcejeo dialéctico sobre un hipotético canje que se prolongue indefinidamente puede contribuir a la erosión de su mandato. Uribe ya sabe que esos dos años y medio que le restan de presidencia no van a bastar para destruir a la guerrilla, aunque ésta haya sufrido un fuerte retroceso logístico. Y lo último que podría desear sería que las FARC fueran soltando con cuentagotas, y siempre en beneficio de Caracas, a algunos de sus 44 rehenes principales, de forma que en los meses que precedieran a la cita electoral cundiera la idea de que no había hecho todo lo necesario para obtener la libertad de Betancourt. Ése es el momento que puede estar esperando la guerrilla de secuestradores, asesinos y extorsionadores de las FARC.

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