Una metáfora de Colombia
El caso de Clara Rojas y su hijo refleja el desgarramiento que vive el país
Clara Rojas era una abogada brillante que se había postulado como vicepresidenta en la candidatura presidencial de Ingrid Betancourt para las elecciones de 2002. Cuando las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) secuestraron a Ingrid ofrecieron a Clara la posibilidad de marcharse y regresar con los suyos. Ella decidió quedarse con su amiga. Dos años después, el 16 de abril de 2004, tuvo un hijo con un guerrillero del que nada se sabe. Ni si está vivo o muerto, ni si era un alto mando o un soldado raso.
Pero Enmanuel, a quien su madre puso ese nombre por interpretar que en la Biblia significa el bendecido, se ha convertido en la imagen perfecta del desgarramiento que sufre Colombia. "Era lo más pequeñito y lo más lindo. Lo que más me impactó fue su sonrisa y, por supuesto, su llanto", recordó su madre en Caracas tras ser liberada el 10 de enero. Del padre no quiso hablar. Dijo que no tenía noticias de él. Tras llegar a Bogotá, Clara afirmó que necesitaba descansar y compartir su vida con Enmanuel.
Tras el parto no podía cargar al niño y lo llevaba una guerrillera
Mucho ha cambiado la vida para todos ellos desde 2002. Clara tiene 44 años y su hijo, poco más de tres. En cuanto a Ingrid, la relación entre las dos amigas se enturbió durante el secuestro. "La relación se agrieta en el momento en que fracasamos cuando intentamos escapar. Nos echábamos la culpa la una a la otra. El ánimo no era el mismo y perdimos mucho el sentido del humor, no comíamos bien y nos dejamos llevar por una situación muy triste. La relación se fue agotando y ya no había sintonía", señaló Clara antes de encerrarse en casa. Se espera que hoy llegue a Madrid para asistir al IV Congreso Internacional de Víctimas del Terrorismo.
Su historia habla de la incomunicación que puede haber entre los propios miembros de las FARC. El niño nació con un brazo fracturado. "Cuando yo ya pude caminar mejor, nos avisaron de que teníamos que iniciar una marcha, pero todavía no estaba en la posibilidad de cargar al niño y asignaron a una guerrillera para llevarlo".
Enmanuel pasó ocho meses con la madre en la selva. "Yo estaba muy preocupada por su salud. Su bracito estaba fracturado desde el parto y no le curaba. Y no lograba que una picadura de mosco le sanara porque sólo había medicamentos para adultos. Entonces le mandé una carta al Secretariado para que le entregaran el niño a mi mamá a través de Cruz Roja Internacional, pero jamás recibí respuesta. Después me convencieron de que era mejor separarme de él. Me parecía tenaz, pero me armé de coraje porque me prometieron que le iban a prestar servicio médico y me lo devolvían en 15 días. Yo ni siquiera lo pensé. El niño con esa leishmaniasis tenía que ser tratado con urgencia. Después me arrepentí de no haber esperado un tiempo y pedir que me trasladaran con el niño. La última vez que le vi fue el 23 de enero de 2005".
Las FARC lo entregaron a José Crisanto Gómez, un hombre con una conexión muy estrecha con la guerrilla. Pero Crisanto, al cabo de varios meses, lo entregó a un orfanato y cuando, de vez en cuando, venía algún guerrillero a preguntarle que cómo estaba el niño, él les mentía y les decía que bien. La guerrilla se comprometió con el presidente venezolano, Hugo Chávez, a entregar en la selva a Enmanuel, a su madre y a otro rehén. Pero la entrega se demoraba. Las FARC exigían el niño a Crisanto Gómez y éste se lo pedía al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, pero la institución no entregaba el niño. Y Crisanto optó por contar todo a la policía. Estas palabras son de su atestado:
"Todo empieza en enero de 2005. Un día cualquiera como a las seis de la tarde. Nosotros vivíamos en una finca a la orilla del río Inírida en el departamento de Guaviare. De un momento a otro se arrima una voladora [lancha] y se bajan un señor y una señora con un niño en los brazos y se acercan y me dicen: 'Aquí traemos a este niño para que le curen la picadura de pito y le arreglen el brazo'. Mi suegro es indígena y sobandero. Él hacía unas cremas para contrarrestar la leishmaniasis . 'Ustedes quedan a cargo del niño. Mañana venimos y les traemos pañales y leche'. Ellos no volvieron a aparecer en cuatro meses. Era visible que el niño tenía el bracito fracturado y tenía una llaga grande de leishmaniasis en el pómulo derecho de la carita. También tenía picadas en el oído derecho. Yo tenía cinco hijos en ese momento y vivía con mi esposa. A ella no le gustó nada que yo me hubiera hecho cargo del niño. (...) Le puse el nombre Juan David porque cuando me lo entregaron, una guerrillera dijo: 'A ese niño toca colocarle Juan David por el papá".
"El niño tenía unos tres meses de nacido
[en realidad tenía ocho meses]. Ellos no me dieron la edad ni me dijeron cómo se había fracturado. De salud estaba en pésimas condiciones. Uno de hombre y papá, al ver a un niño de ésos, le duele el alma".
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