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PALOS DE CIEGO
Columna
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En pelotas

Javier Cercas

Este artículo se habrá escrito ya muchas veces y mucho me temo que volverá a escribirse. Mal asunto. Según una crónica de María Sahuquillo publicada en este periódico, la compañía aérea Ryanair ha desatado las críticas de asociaciones de consumidores y de mujeres por un almanaque benéfico que muestra a varias azafatas de la compañía posando en biquini: una, con una gorra de capitán, en la cabina de mando; otra, inflando un chaleco salvavidas, en el pasillo central de una nave; otra, con una esponja en la mano, junto a un avión; y así hasta llegar a doce azafatas: una por cada mes del año. La organización de consumidores Facua ha denunciado la campaña ante el Instituto de la Mujer porque "atenta contra la dignidad de las trabajadoras de la compañía". El Instituto de la Mujer se ha apresurado a hacer suya la denuncia: ha definido el almanaque como "discriminatorio", ha protestado porque "supone una representación sexista de las mujeres que trabajan como tripulantes de la cabina de pasajeros y de todas las mujeres" (que aparecen "como objetos sexuales") y, dada la importancia del caso, ha decidido llevarlo ante el organismo correspondiente de la Unión Europea.

"¿El desnudo de las azafatas atenta contra su dignidad? Lo sería si hubiesen posado a la fuerza"

Siempre que leo una noticia como la anterior me entran ganas de echarme a llorar o de imitar a aquel caballero inglés que recorrió el camino de Londres a Edimburgo caminando de espaldas y cantando himnos anabaptistas. Lo malo es que cada vez ocurre con mayor frecuencia y que además las denuncias suelen prosperar. ¿El desnudo de las azafatas es un atentado contra su dignidad? Lo sería si las azafatas hubiesen posado en biquini a la fuerza, pero resulta que, según las propias interesadas, lo han hecho de forma voluntaria. ¿Dónde está entonces el atentado? ¿Dónde está la discriminación? ¿O es que el desnudo voluntario de una mujer constituye un atentado contra su dignidad y -nada menos- contra la de todas las mujeres? ¿O es que todo desnudo femenino es una representación sexista que convierte automáticamente a las mujeres en objetos sexuales y que debería ser suprimido? ¿También la Venus de Milo? ¿También La maja desnuda? ¿También los miles de cuadros, esculturas y fotografías en que aparece una mujer desnuda y que forman parte de la historia del arte universal? Se dirá que una cosa es el desnudo femenino con fines propagandísticos y otra el desnudo femenino con fines artísticos. Pero la distinción no está nada clara: durante siglos, gran parte del arte fue una forma (mejor o peor) de propaganda, y ahora mismo gran parte de la propaganda es una forma (mejor o peor) de arte. Y, suponiendo que pueda distinguirse entre arte y propaganda, ¿quién decide qué es qué? ¿El Instituto de la Mujer? Si tuviese que denunciar todos los casos en que el cuerpo femenino es usado como reclamo publicitario, ese organismo no podría hacer otra cosa, puesto que el noventa por ciento de la publicidad recurre a tal expediente. Y, dado que el propósito declarado del Instituto de la Mujer es promover las políticas de igualdad entre hombres y mujeres, ¿no debería denunciar también el uso cada vez más frecuente y audaz del cuerpo masculino con fines publicitarios? Si aspiramos a que hombres y mujeres sean iguales ante la ley, ¿no deberían desaparecer los llamados hombres objeto igual que deberían hacerlo las llamadas mujeres objeto? En Contra la desnudez, Óscar Tusquets reproduce un anuncio de Yves Saint Laurent que muestra a un joven con el aparato genital a la vista: como afirma Tusquets, nadie hasta ahora ha osado reproducir el aparato genital de la mujer con fines publicitarios y en cambio esto ya se ha hecho con el del hombre. ¿No es ese joven un hombre objeto? ¿No es eso discriminatorio? ¿No deberíamos protestar?

Todo esto es un disparate. Digan lo que digan los borregos de la incorrección política -tan borregos como los borregos de la corrección política-, a pesar de las gazmoñerías e incoherencias de tantas feministas, el feminismo sigue siendo en nuestro país un mal necesario, por la sencilla razón de que hombres y mujeres sólo somos iguales ante la ley en teoría, pero no en la práctica. No parece un buen asunto que el Instituto de la Mujer se dedique con denuncias ridículas y con el dinero de los contribuyentes a desacreditar una causa que, de momento y hasta que la realidad la vuelva superflua, debería ennoblecer.

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