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Reportaje:32 años de la muerte del dictador

"A la habitación de Franco no entra ni Dios"

La pugna entre los médicos que le atendían y el marqués de Villaverde marcó la hospitalización

El día 8 de julio de 1974 regresaba tarde a casa después de un día agotador en la entonces llamada Ciudad Sanitaria Provincial Francisco Franco [actual Gregorio Marañón]. Meditaba sobre qué hacer para cenar, porque toda la familia estaba ya veraneando en El Escorial, y yo me encontraba muy cansado para ir a un restaurante, cuando encontré junto a Ángel, mi portero, a una paciente del Puerto de Santa María, operada meses atrás, que me traía como obsequio una caja de langostinos de Sanlúcar ya cocidos.

Mi cena quedó resuelta (...). Pero entonces sonó el teléfono, y en lugar de la voz que esperaba, la de Isabel, mi esposa, escuché la del doctor Ricardo Franco, que me avisaba de que al día siguiente tenía que ir, con él y con el doctor Francisco Vaquero, a visitar al jefe del Estado en el palacio de El Pardo, porque se sospechaba que pudiera presentar una tromboflebitis.

Franco tenía la mirada perdida y no mostraba interés por lo que ocurría
Una de las monjas enfermeras era hija de un comunista
Martínez-Bordiú trajo una máquina médica que era un prototipo
De cara a la opinión pública, podía morir de una "flebitis sin importancia"
En el ascensor no cabía el enfermo, la cama y la máquina del marqués
Un policía tenía la misión de alejar a los otros médicos de la habitación
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Mi tranquilidad desapareció súbitamente. Pensé, y así se lo adelanté a Ricardo Franco, que aquello acabaría mal para mí, porque con las difíciles relaciones que desde 1967 venía manteniendo con el doctor Cristóbal Martínez-Bordiú, éste no iba a consentir que yo, como especialista cardiovascular, visitase a su suegro y saliese bien parado.

El día 9, poco antes de las nueve de la mañana, llegamos a El Pardo. Nos estaba esperando el doctor Vicente Gil, médico de cabecera del jefe del Estado, quien rápidamente nos condujo a sus habitaciones. (...) Encontramos a Franco tendido boca arriba en una cama de matrimonio muy baja, lo que hizo incómoda su exploración física. En su aspecto predominaba la falta de expresión, con la mirada perdida en el techo y sin demostrar el menor interés por lo que ocurría a su alrededor.

Contestaba con monosílabos a nuestras preguntas, y a las distintas maniobras exploratorias que le practiqué, que debían provocarle dolor o al menos alguna molestia, no respondió ni con gestos, ni con palabras.

Tras la exploración nos retiramos a la antecámara y allí expuse a mis compañeros que el diagnóstico me parecía indiscutible: se trataba de una flebotrombosis iliofemoral derecha, (...) con tendencia a extenderse y a desprender fragmentos que provocarían embolias pulmonares.

No se discutió la conveniencia de llevar a cabo el tratamiento en un centro hospitalario. (...) La ausencia de Martínez-Bordiú [yerno de Franco y jefe del servicio de cirugía torácica y cardiovascular de la Paz], que se encontraba en Manila, y la mayor experiencia que en este tipo de operaciones tenía mi equipo, llevó a Vicente Gil, pues era él quien decidía, a inclinarse por nuestro hospital. (...) Incluso el hecho de que fuese julio y estuviese desocupada toda la planta F, facilitaba el ingreso inmediato del enfermo y de todos sus acompañantes sin tener que hacer traslados. (...) Nos invitó a continuación a que entrásemos de nuevo al dormitorio a informar al caudillo (...).

Vicente, dirigiéndose al caudillo como "mi general", tratamiento que a partir de ese momento empleamos todos alternándolo con el de "excelencia", explicó el diagnóstico que se había establecido y la conveniencia de ingresarlo en un hospital. Franco permaneció un rato callado y luego dijo:

- "Eso va a ser una bomba".

De acuerdo con mis notas, Vicente respondió:

- "Mi general, la bomba sería que a Vd. le pasara algo". (...)

- "Eso va a tener implicaciones políticas", dijo el caudillo tras otro largo silencio.

Y Vicente le explicó que, aunque las hubiera, carecían de importancia al lado de su salud, que las consecuencias políticas las habría si él faltara. (...) Y para mi sorpresa terminó diciéndole que también Eisenhower y Stalin habían ingresado en hospitales.

Franco volvió a guardar silencio y después preguntó:

- "¿Me van a operar?".

Respondí que no, que se trataba de un tratamiento que exigía controles sólo posibles en un hospital. Con su aquiescente silencio terminó la visita.

[Entonces] me di cuenta del enorme poder que el médico personal de Franco tenía en el entorno palaciego: la decisión médica se la comunicó al jefe del Estado sin darle opciones a hacer otra cosa que aceptarla, y antes de decírselo ya se lo había expuesto como hecho consumado a los ayudantes de servicio y al capellán, padre Boulard. Dejó el hecho de informar a "la Señora", la esposa, para cuando regresase de misa.

Volvimos al hospital y fuimos directamente a informar al director del mismo doctor. Manuel Hidalgo, y a disponer todo lo necesario para atender al superespecial paciente, al que se destinó la habitación 609. En el resto de las habitaciones de la planta se acomodarían la Señora, la hija Carmencita Franco, Vicente Gil, los ayudantes de servicio, etc.

[Vicente Gil asegura] que los médicos y enfermeras que debían atender al caudillo fueron aceptados por él "previo el informe de los Servicios de Seguridad". No hubo tal. Vicente confió plenamente en los cuatro médicos responsables y aceptó todas las decisiones que nosotros tomamos con criterio exclusivamente profesional.

Yo elegí para rotarse en la permanencia constante junto al enfermo a las cuatro mejores enfermeras de cuidados intensivos que había en mi servicio y a la monja responsable de nuestros quirófanos, y sólo varios días después me di cuenta de que una de ellas era hija de un militante comunista... y no fue sustituida.

La medicación que se administraba la traía de farmacia el mozo habitual de la planta F, sin que se estableciera ningún control ni vigilancia en el trayecto, que incluía subir seis pisos en ascensor. Más aún, como las plantas B, C, y D seguían ocupadas por enfermos, los ascensores siguieron funcionando normalmente, con la única salvedad de la presencia a la entrada de la planta F de un miembro de la guardia personal armado de metralleta. (...)

El día 10, a las siete de la mañana, exploré de nuevo al enfermo y ya era evidente el efecto de la anticoagulación: había disminuido sensiblemente el edema. (...) Incluso tuve la impresión de que estaba más animado.

- "Mi general, ¿le han molestado mucho los controles de las enfermeras?", le pregunté. Y aunque con un hilo de voz respondió claramente:

- "Son unos ángeles".

(...) Por la tarde, después de una nueva visita, se decidió hacer un parte médico. Lo preparamos conjuntamente y se lo entregamos al presidente del Gobierno, Carlos Arias, que nos recibió en una de las habitaciones de la planta. Contestamos a todas sus preguntas, pero me fue muy difícil hacerle entender la diferencia entre riesgo y gravedad. Franco no estaba grave, su situación general y sus constantes eran normales, pero existía todavía un alto riesgo de embolia pulmonar y consiguientemente de muerte, que iría disminuyendo con el paso de las horas. (...) Se llevó nuestro informe y creo que, tras consultar con el director del hospital, Manuel Hidalgo, lo modificó diciendo que Franco padecía una "flebitis sin trombo y superficial". Hidalgo dijo lo mismo en una entrevista televisada, añadiendo que "ya había desaparecido, casi".

(...) Indignados, le hicimos ver a Hidalgo que, de cara a la opinión pública, Franco se podía morir de una "flebitis superficial sin importancia".

Al alegar que por razones políticas la información había que darla así, decidimos que diariamente haríamos un informe que, firmado por nosotros, entregaríamos al presidente del Gobierno y a la familia. (...)

El día 11 a las 7.30, antes de entrar en quirófano, exploré a Franco y comprobé que el edema había remitido por completo, y el aspecto de la extremidad era muy bueno. Por ello, en la ulterior reunión con los otros médicos, propuse iniciar la movilización del paciente. (...) De manera que iniciamos la deambulación por el pasillo de la planta F. Al principio, como consecuencia del Parkinson no braceaba correctamente: echaba el brazo al mismo tiempo que la pierna del mismo lado. (...)

Cristóbal Martínez-Bordiú [llegó el día 8 y al día siguiente] quiso hablar conmigo. (...) Había organizado una rueda de prensa en el hall de la clínica en compañía de Hidalgo, en la que dijo que en su servicio disponía de una máquina corazón-pulmón artificial más moderna que las nuestras. (...) La máquina en cuestión, de cuyo modelo yo ya tenía noticias, era un prototipo, (...) yo había solicitado información sobre ella y me habían dicho que todavía no se comercializaba porque estaba en fase de ensayo.

Lógicamente, allí, cogido por sorpresa, no pude hacer otra cosa que aceptar lo que cara al público era un indiscutible adelanto. Pero en la comida transmití a los médicos y a Vicente Gil, que comió con nosotros, mi temor de que esa máquina no hubiera sido utilizada previamente y se careciera de experiencia en su manejo, pues me extrañaba que de haberlo hecho, Martínez-Bordiú no lo hubiese publicado inmediatamente.

Mis compañeros me aconsejaron contactar con la compañía (que era la misma que fabricaba las máquinas usadas por nosotros) y conseguir información actualizada. Así lo hice, y la respuesta fue que sólo habían construido dos prototipos, que uno estaba en Suiza y otro en Madrid, y que en base a los resultados experimentales y a los clínicos obtenidos en Suiza (pues de Madrid no habían recibido información) habían decidido interrumpir su fabricación.

Por la tarde volvió MartínezBordiú con la máquina embalada y con el equipo encargado de manejarla. Mi impresión fue que venía directamente de la aduana, y se confirmó cuando los médicos del equipo de Cristóbal a los que conocía personalmente, me confesaron que no la habían usado nunca. (...) Finalmente, la máquina quedó instalada lista para su uso en la habitación situada enfrente de la del jefe del Estado, y aquí surgió una preocupación real que obligó a tomar decisiones radicales: las instrucciones que tenía el equipo de Martínez-Bordiú eran de actuar con toda rapidez en caso de que Franco presentase un episodio de embolia pulmonar: deberían lanzarse sobre él, exponer a través de una incisión en la ingle la arteria y la vena femorales, introducir en cada una de ellas las cánulas correspondientes para conectarlas a la máquina e iniciar el funcionamiento de ésta y el inmediato traslado conjunto a quirófano, del enfermo y la máquina unida a él. (...) Por otro lado, habíamos comprobado la imposibilidad de introducir en los ascensores simultáneamente la cama del enfermo y la máquina, por lo que habría que pasarlo a una camilla o hacer el traslado por separado y por tanto sin los teóricos beneficios del aparato.

Cuando le expuse a Vicente Gil mis preocupaciones, me dijo que me tranquilizara porque él ya había tomado las disposiciones necesarias para que eso no pudiera ocurrir: en caso de emergencia se actuaría como estaba previsto trasladando a Franco al quirófano.

- "Pero, ¿Qué pasa si los de Cristóbal actúan?", objeté.

- "No actuarán", me respondió. Y llamando al policía de paisano que había en la puerta de la habitación 609, le preguntó:

- "Espadín, ¿qué órdenes tienes si alguien de la habitación de enfrente trata de entrar en la del caudillo?".

El policía se quedó en silencio, como sin atreverse a contestar. Vicente le insistió:

- "Coño, di las órdenes que tienes".

Y el otro, empuñando la pistola y con acento muy andaluz respondió:

- "Don Vicente, a la habitación de Franco no entra ni Dios".

Franco, en el hospital, en julio de 1974, con los doctores Luis Teigell (izquierda) y Francisco Vaquero.
Franco, en el hospital, en julio de 1974, con los doctores Luis Teigell (izquierda) y Francisco Vaquero.EP

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