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Las imágenes de las cámaras de seguridad no se revisaban

La seguridad no ha sido el fuerte de la principal Biblioteca del Ministerio de Asuntos Exteriores. Por ella han desfilado muchos visitantes interesados en consultar volúmenes históricos. Aparte de los funcionarios adscritos a este departamento, que variaban con el tiempo, también era visitada por funcionarios de otras áreas ajenos a la dependencia expoliada.

Según los citados medios, los únicos controles de la biblioteca son los tornos de acceso al palacio de Santa Cruz, sede del ministerio. Pero nunca se han supervisado las bolsas o paquetes de las personas que salen de la biblioteca y, por ende, del edificio.

Una de las puertas de acceso a la biblioteca no se cerraba con llave casi nunca. Y, además, era notorio que la llave estaba en un cajetín colgado en el pasillo de entrada a la sala. Era posible, pues, que los empleados de la biblioteca salieran de allí tras la jornada laboral dejando dentro, solas, a personas ajenas a la instalación.

La biblioteca se halla ubicada en uno de los sótanos del ministerio. Sucedió lo siguiente: como la ventilación era pésima, los empleados de la biblioteca tenían casi siempre abierta la puerta de entrada, sin llave, para que entrara aire del exterior mientras trabajaban. Cerca de ese sótano hay, además, un patio interior en el que aparcan vehículos de altos cargos del ministerio, y visitantes, previa autorización.

Efecto disuasorio

Hace meses, un alto cargo de Exteriores ordenó que estuviese siempre cerrada con llave la puerta de acceso a la biblioteca central, la que ha sufrido el robo. Como vio que su orden era incumplida sistemáticamente por casi todos los funcionarios, ordenó quitar el pomo de la puerta. De esa forma, no había más remedio que mantenerla cerrada con llave.

Había -y hay- al menos cuatro cámaras de seguridad en la instalación. Las cámaras grababan constantemente a las personas que entraban y salían de allí, pero nadie visionaba luego las imágenes. Sólo se acudía a ellas si había sospechas de alguna anomalía que fuese necesario acreditar con imágenes. Pero nadie, siempre según las fuentes consultadas, revisaba habitualmente las grabaciones, que, además, se iban destruyendo periódicamente. Más bien, las cámaras tenían un efecto disuasorio para los visitantes que, a la postre, se ha revelado ineficaz.

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