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MIRADOR
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Elemental, doctor Watson

Por lo visto, Pío Baroja tenía razón cuando aseguraba que la ciencia ha progresado más que la conciencia social. James Watson, premio Nobel de Medicina en 1962 por su aportación al descubrimiento del ADN, es una prueba contundente. Su esplendorosa formación científica y su capacidad de abstracción para seguir los vericuetos de la genética más compleja no le han evitado caer en un racismo de trazo bien grosero. "Toda la gente que ha tenido que emplear negros sabe que [la igualdad de razas] no es verdad", aseguró. Por si cabían dudas, se apresuró a detallar las profundidades de su pensamiento étnico: "Todas nuestras políticas sociales [en África] están basadas en el hecho de que su inteligencia es la misma que la nuestra, cuando en realidad todas las pruebas señalan lo contrario".

Pudiera ser que el doctor Watson hubiera descifrado algún arcano genético que relacione el color de la piel con la inteligencia; pero no es el caso. Esa conexión no existe. Es más seguro confiar en los sólidos principios heredados de la Ilustración, que relacionan la capacidad cognitiva de una persona con la cantidad de tiempo y dinero empleado en su educación y con las condiciones de su entorno.

Quizá el premio Nobel tuvo un mal día, estaba agotado por el viaje a Londres o quiso gastar una broma a su entrevistador de The Sunday Times. Quizá sea una provocadora campaña de publicidad para el libro que acaba de escribir. Pero los malpensados recuerdan que en 1997 defendió la idea de que las embarazadas pudiesen abortar si el niño "portaba los genes de la homosexualidad". Como se ve, la inteligencia, que en el doctor Watson se supone abundante, no ofrece garantía alguna de sensatez. Elemental, doctor Watson.

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