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El futuro del País Vasco
Columna
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Un castillo de naipes

La entrevista de ayer en el palacio de la Moncloa fue preparada como una escenificación del rechazo del presidente del Gobierno a la propuesta negociadora que le había lanzado de modo desafiante el lehendakari Ibarretxe el 28 de septiembre desde el Parlamento vasco. El plazo fijado por Ibarretxe para discutir con Zapatero (o con Rajoy si ganase las elecciones de marzo de 2008) esa oferta de pacto político entre el País Vasco y España vencería en junio de 2008, haya o no acuerdo entre ambos Gobiernos: a partir de ese momento hablarían las urnas. Al igual que sucede ahora con la propuesta del lehendakari, el PP apostó en su día por dar un sonoro portazo al proyecto de Nuevo Estatuto Político cuando llegó a la Mesa del Congreso. Pero si en aquella ocasión el debate celebrado por el Pleno de la Cámara en febrero de 2005 mostró la eficaz claridad pedagógica de las formas parlamentarias deliberativas, esta vez las discordantes contestaciones ofrecidas a los periodistas por los dos presidentes a la salida de la reunión han contribuido en muy escasa medida a la ilustración de la desorientada opinión pública.

Aunque el rechazo de Zapatero a la oferta de Ibarretxe había sido ampliamente pregonado en varias declaraciones previas a la reunión de ayer, la resistencia del lehendakari a dar su brazo a torcer ha sembrado el desconcierto. En la rueda de prensa, el lehendakari mostró su confianza en que la oferta de negociación con el presidente del Gobierno (Zapatero ahora y tal vez mañana Rajoy) termine abriéndose paso, mostró la mano tendida a todo el mundo y reiteró que su agenda sigue abierta; también citó a Simon Peres para respaldar ese estado de ánimo optimista. A su juicio, se ha iniciado el camino para "una Downing Street a la vasca" y quedan muchos meses hasta junio de 2008; el debate sosegado y la negociación discreta pueden hacer avanzar el proceso. Ibarretxe también pidió que los argumentos sustituyan a los insultos en el debate político, incluidas las facilonas paranomasias ("desafío" y "desvarío") a las que tan aficionada es la vicepresidenta del Gobierno. Sin embargo, cabe sospechar que el lehendakari se hace trampas a sí mismo cuando juega a terminar solitarios tan complejos como este plan de pacificación.

La ambigüedad del término consulta, la interpretación torticera del artículo 149.1.32 (que atribuye inequívocamente al Estado la competencia exclusiva de autorizar "la convocatoria de consultas populares por vía de referéndum") y la novedosa posibilidad de celebrar consultas de ámbito local introducida por los nuevos Estatutos de Cataluña y Andalucía sirven al lehendakari de argumento para afirmar rotundamente que su propuesta es plenamente legítima, legal y democrática. "La sociedad -había dicho poéticamente Ibarretxe en el Parlamento vasco- está cansada de palabras que se lleva el viento como las hojas de los árboles en otoño". La fórmula mágica para solucionar el conflicto vasco -"entre nosotros y con España"- sería dejar de caminar "en espiral"; los "círculos románticos" de esa espiral -cualquiera que sea el significado de esa oscura metáfora- impedirían canalizar el conflicto político.

Los árboles de decisión ayudarán a seguir el camino recto. Los referendos y las consultas, una veces vinculantes y otras habilitantes, recorren los confusos mapas de la hoja de ruta dibujada por el lehendakari para conducir siempre al mismo punto de destino: el derecho de los nacionalistas a decidir el futuro confederal o soberano del País Vasco. Una vez concluida la etapa negociadora entre los Gobiernos de Madrid y de Vitoria, el Parlamento vasco debería convocar para el 25 de octubre de 2008, o bien una consulta ratificadora jurídicamente vinculante (esto es, un referéndum), en el caso de que se hubiese producido el acuerdo, o bien una consulta habilitadora, reservada para el supuesto de que las conversaciones fracasaran. El éxito de esa segunda consulta habilitadora permitiría promover dos mesas encargadas de encontrar soluciones: un proceso de diálogo entre el Gobierno y ETA, por un lado, y un proceso de negociación entre todas las fuerzas políticas vascas, por otro. El proceso culminaría en la segunda mitad de 2010 con un referéndum resolutivo confirmatorio de las consultas anteriores. ¿No recuerda este solitario a los castillos de naipes que se vienen abajo con el más mínimo temblor?

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