Una vida y más de 90 cartas
Lo que sorprendió de El abrecartas fue que Molina Foix se aproximara a la carnalidad de su experiencia para adentrarse en una biografía pública pero secreta de la guerra y de la larga posguerra, y que para ello se sirviera de cartas.
Se dice que la casa de Aleixandre tendría que haber sido un estadio para acoger a todos los que dijeron haber pasado por ella, pero de esa multitud ha salido un anecdotario, en lo fundamental, bastante magro. Acaso porque pocos se fijaron en esa figura como símbolo de lo que en los largos años que vivió -todos los de la dictadura- fueron las amistades tapiadas, o perseguidas o censuradas. Pocos amigos de Aleixandre se han arriesgado -y riesgo es aquí un término literario- a aventurarse en ese clima que creó el poeta, y pocos como Molina Foix lo han hecho con tal ambición literaria, indagatoria y -si se permite este sustantivo- alegre; de aquí, de El abrecartas, Aleixandre sale con sus sombras, amores y luces, y amores muy contrariados, pero sale de cuerpo entero. Pocos hubieran imaginado que con una colección de cartas, de la más diversa procedencia, se hubiera conseguido un ritmo musical como el que hay en la novela, y pocos hubieran imaginado que el autor no hubiera usado para ella ni una de las más de 90 cartas que conserva de su amistad, también epistolar, con el poeta. Leer El abrecartas es asumir el riesgo de fascinarse otra vez con el género epistolar hecho obra de arte.
Babelia
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