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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Europa y el gas ruso

El acuerdo entre Rusia y Ucrania solventando su largo contencioso por el suministro de gas a Kiev -más de 1.200 millones de dólares de deuda acumulada- abre la puerta a un invierno energéticamente estable en Europa, motivo por el que ha sido muy celebrado en Bruselas. Se entiende que la pacificación de ese crítico frente -más del 70% del gas ruso que abastece Europa pasa por Ucrania- evitará sobresaltos como los sufridos en el invierno de 2006, cuando los cortes de suministro por la disputa económica con Kiev dejaron tiritando a medio continente.

Con ser tranquilizador a corto plazo, el compromiso no rebaja la fragilidad energética europea ni su dependencia. Rusia satisface la cuarta parte de las necesidades europeas, y las previsiones son contundentes. En 2015 casi se habrán duplicado las importaciones de la UE respecto de 2005. El argumento que agrava esa supeditación, en un mundo donde la voracidad por los hidrocarburos se hace exponencial, es el uso abiertamente político que el presidente ruso viene haciendo de sus recursos. La utilización estratégica de la energía dista de ser nueva, pero Putin, apoyado en la espiral imparable de los precios, la ha elevado a palanca decisiva de sus objetivos exteriores.

En el caso de Ucrania, cuyas recientes elecciones no zanjan su división política y dificultan la formación de Gobierno, ha bastado que la candidata prooccidental Timoshenko se perfilara como vencedora para que resurgiera con fuerza la eventual interrupción del suministro gasista. En unas relaciones que no han levantado cabeza desde que la ex república soviética eligiese en 2004 un rumbo proeuropeo, Moscú no ha vacilado en recordar quién tiene la llave del gasoducto.

El temor a la capacidad de presión rusa es creciente en Europa occidental. Pero especialmente perceptible entre sus antiguos satélites, cuyas relaciones de dependencia energética de Moscú están aderezadas, además, con una mezcla explosiva de poder e influencia. Es muy significativa, en este sentido, la decisión adoptada esta semana en Lituania por cinco países ex comunistas para extender hasta Polonia el oleoducto que, proveniente del mar Negro, llega hasta Ucrania, y que haría posible para ellos recibir el petróleo de Kazajstán y Azerbaiyán. Quizá el proyecto no se haga realidad, habida cuenta la enorme financiación requerida, pero ilustra cabalmente el miedo al coloso que fuera durante décadas su amo y señor.

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