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Hamás quiere negociar con Al Fatah para desbaratar la conferencia de paz en EE UU

El partido del presidente palestino se opone al diálogo con los islamistas mientras controlen Gaza

Con la boca pequeña, porque no desea que se interprete como debilidad, Hamás persevera en su objetivo de atraer a sus enconados rivales de Al Fatah a una mesa de negociación. Pretenden los islamistas volver a formar un Gobierno de unidad. Aunque la propuesta tiene una segunda finalidad: desbaratar la conferencia para encauzar un proceso de paz entre israelíes y palestinos, prevista para final de noviembre en EE UU. Dirigentes del partido del presidente Mahmud Abbas rechazaron ayer la iniciativa, sabedores de que el diálogo con Hamás conlleva la ruptura de relaciones con el Ejecutivo hebreo.

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El jefe del Gobierno en Gaza, el islamista Ismail Haniya, aseguró que tras la fiesta de Aid el Fiter, que pone fin hoy al mes sagrado del ramadán, Al Fatah y Hamás se citarán en una capital árabe para retomar la negociación. Es el único de los líderes islamistas que persiste en el empeño. Los demás dirigentes de Hamás eluden esos llamamientos y además piden abiertamente el boicoteo de la reunión de Annapolis (EE UU). Haniya, el rostro amable de los fundamentalistas, afronta dificultades porque los jefes militares de Hamás hace ya tiempo que discrepan de su moderación. En todo caso, los dirigentes de Al Fatah despreciaron el emplazamiento. "No habrá negociación con Hamás mientras no cedan el control de Gaza", señalan desde la presidencia palestina.

Pintan bastos para la conferencia convocada en julio por George W. Bush. El primer ministro israelí, Ehud Olmert, se niega a abordar en profundidad los asuntos cruciales del conflicto -Jerusalén, refugiados y asentamientos-, y por supuesto se niega a todo compromiso sobre un calendario, tal como exige Abbas. Diplomáticos europeos, ex embajadores estadounidenses en Israel, analistas y dirigentes políticos consideran que la conferencia será, de celebrarse, poco más que un brindis al sol.

Incluso la inteligencia militar israelí estima que hay pocas probabilidades de éxito. A su juicio, la Autoridad Palestina ha elevado demasiado el listón -aunque haya mostrado disposición a negociar las resoluciones de la ONU que obligan a la retirada israelí de los territorios ocupados- y será incapaz de mantener el orden en Cisjordania. Tampoco es de extrañar. El Gobierno israelí no da ni agua a la policía civil palestina. Colin Smith, el general británico a cargo de formar a este cuerpo policial, contaba en septiembre: "Necesitamos cosas muy simples. Equipos de radio, líneas de teléfono. Los agentes sólo disponen de cuatro pares de esposas para toda Cisjordania".

La brutal represión del Ejército israelí en Cisjordania no hace sino añadir obstáculos en el camino diplomático. El asfixiante régimen de los check-points alcanza cotas insoportables. En la estación de autobuses de Ramala, hombres, mujeres, niños y ancianos resignados aguardaron dos horas hasta la llegada de los vehículos, y todavía les quedaba el regreso a sus ciudades. Taxis y microbuses eran retenidos en cualquiera de las decenas de controles que salpican las carreteras. En las últimas semanas, coincidiendo con el Ramadán, ha sido un tormento. Trayectos de 40 kilómetros requieren hasta tres horas.

Los castigos colectivos alcanzan límites grotescos. Las autoridades penitenciarias hebreas prohibieron ayer que funcionarios del Gobierno de Abbas pudieran repartir dulces -tradición propia de Aid el Fiter- a los prisioneros en Israel. No había sucedido en 40 años de ocupación. Ashraf al Ajrami, ministro para Asuntos de Prisioneros, hombre que abomina del fundamentalismo, atacó con dureza: "El Gobierno de Israel es un Gobierno mentiroso que está destruyendo al Ejecutivo de Abbas y el proceso de paz".

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