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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Moncloa, 16 de octubre

Escuchar no significa asentir. Zapatero recibirá a Ibarretxe el día 16 y tendrá ocasión de rebatir las razones del lehendakari. Su propuesta es que habrá consulta, bien para ratificar un acuerdo, bien para desbloquear (mediante una mayoría nacionalista) el desacuerdo. Son dos cosas contradictorias. Si el lehendakari quisiera plantear una reforma del Estatuto de Gernika (que podría ser a la vez un emplazamiento al mundo radical de no quedarse en el andén, como hace 30 años) habría impulsado por los cauces legales un acuerdo interno vasco a negociar luego con el poder central. En lugar de eso ha emplazado al presidente del Gobierno a discutir una propuesta personal suya, sabiendo que es inverosímil que de ahí pueda salir acuerdo alguno.

La única explicación de tan extraño comportamiento es que está aplicando la táctica grupuscular de emplazar a hacer algo imposible para justificar, tras el rechazo, el recurso a su propia solución: el referéndum "habilitante" con el que plantar cara al Estado. Esto último es lo que le vienen pidiendo algunos de sus socios, en particular desde Eusko Alkartasuna (EA), cuyos principales dirigentes han teorizado la necesidad de ir a una "confrontación democrática con el Estado", o sea, a una estrategia de ruptura bajo la forma de desobediencia civil y similares. Desde que Imaz planteó volver a la estrategia nacionalista anterior a Lizarra, el lehendakari se ha ido amparando cada vez más en esos socios, a los que ha concedido una influencia desproporcionada a través del Consejo Político del Gobierno vasco, integrado por él mismo, y sendos representantes de EA y de EB-IU.

En esa estrategia de emplazamiento-ruptura con el Estado, hay un lugar para Batasuna, como lo hubo en el plan Ibarretxe con el que el lehendakari pretendió en su momento dar continuidad a la estrategia de frente nacionalista de Lizarra. Para volver a ese camino tendrá que convencer antes a su partido, y para ello que ofrecer buenos resultados en las elecciones de marzo. Y esto depende en parte de la inteligencia con que actúan socialistas y populares. En vísperas del debate sobre el plan Ibarretxe, en 2005, hubo broncas entre PP y PSOE sobre si Zapatero debía o no recibir a Ibarretxe, como éste había solicitado, y sobre la conveniencia de evitar que el debate llegara a celebrarse, impugnando la propuesta ante el Constitucional.

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A posteriori hubo un amplio acuerdo en considerar un acierto dar al lehendakari la posibilidad de explicarse (en Moncloa y, luego, en el Parlamento), y a todos los grupos la de apoyar o rebatir sus razones. La imagen de unidad que proyectaron Rajoy y Zapatero en sus discursos contribuyó a subrayar la derrota política de Ibarretxe. Y esa derrota se trasladó a los resultados electorales de 2005. Sería absurdo que en lugar de apoyar al Gobierno frente al desafío de Ibarretxe, el PP se empeñase en situar en el centro del debate su propia bronca con Zapatero sobre cómo se ha llegado a esto; y más ahora que se ha evidenciado la otra cara de la política antiterrorista del Gobierno.

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