Una gran lección de sabiduría y delicadeza
Con Mil años de oración, de Wayne Wang, el festival engrandece uno de los objetivos más nobles de todo certamen cinematográfico: ayudar a difundir obras de creación modestas y con una calidad estimable. Cierto es que una película independiente norteamericana no es precisamente un producto desvalido y, menos aún, si su promotor y director hace tiempo que ha conseguido integrarse plenamente en la industria estadounidense, pero también lo es que la película de Wang, un hermoso y sensible canto al encuentro de dos culturas en el territorio de las relaciones entre un padre y una hija, es un alarde de mesura y elegancia sin la menor concesión a ninguno de los posibles recursos para acercarse a la taquilla. Matar a todos, del uruguayo Esteban Schroeder, es una película correcta en la que se revisa el pasado más inmediato -la llamada Operación Cóndor- en el que los ejércitos chileno, argentino y uruguayo colaboraron en el asesinato de opositores al régimen golpista del general Pinochet, una especie de multinacional del terrorismo de Estado.
Las primeras películas de Wayne Wang, una vez afincado en Estados Unidos desde su Hong Kong natal, giran en mayor o menor medida en torno a los problemas de adaptación de un chino en el imperio del consumo, de quienes procedentes de una cultura milenaria tamizada por el comunismo maoísta aterrizan en la quintaesencia de la vitalidad y el libre mercado.
Cuestiones étnicas
Su primer filme de cierto éxito y el que le permitió ser aceptado por Hollywood fue El Club de la Buena Estrella, la adaptación de la novela de Amy Tan. Tras ello vendría su colaboración con Paul Auster en tres largometrajes. Años más tarde, y cuando su eclecticismo le permitió realizar películas al margen de cuestiones étnicas, Wang vuelve de nuevo a mostrar, con una muy medida ironía, las diferencias de hábitos, cultura y gustos entre China y EE UU, con Faye Yu y Henry O en los papeles protagonistas y arriesgando su propio dinero. Observaciones inteligentes, detalles sutiles, diálogos y fotografía impecables, escenarios naturales y todo ello enmarcado en un concepto formal radicalmente sobrio, entre el tono de la Bauhaus y la mirada de Yasujiro Ozu. En definitiva, una enorme lección de delicadeza y sabiduría narrativa.
Esteban Schroeder presentó Todos matan, en la que se muestra la indigna alianza de los servicios de inteligencia militar de Chile, Argentina y Uruguay en 1976 con el objetivo de eliminar a quienes más molestaban al régimen de Pinochet. Fue lo que se llamó la Operación Cóndor. La justicia chilena aceptó en 2004 el procesamiento del general golpista por su participación en la conspiración terrorista aunque, lamentablemente, al fallecer dos años más tarde, no llegó a ser juzgado. Una película realizada, quizá con mejor voluntad que acierto, con el honesto fin de recuperar la memoria histórica reciente.
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