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Columna
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El aria de Mirella Freni

Módena por la RAI, vía satélite. Funerales de Estado, dignidad republicana. Romano Prodi agradeció al tenor la imagen de italianidad extrema derramada por el mundo, sin aludir en ningún momento a esa otra italianidad de consumo interior que tiene problemas con Hacienda y que también encarnó Tutto (¿dejó algo por encarnar, en toda la extensión de la palabra?). Las Frecce Tricolori en vuelo rasante sobre el campanario del Duomo románico: la cuadrilla aeronáutica ha tomado como himno el Nessun dorma de Turandot, obviamente interpretado por Big Luciano, y sus acrobacias suelen concluir con el célebre agudo de la victoria. La familia había pedido exequias oficiales para el difunto y las ha tenido. Como debe ser.

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Pero lo que dio fuerza a la retransmisión no fue tanto la parte oficial, el impecable sermón (leído) del apenado obispo, los coraceros del Quirinal y toda la parafernalia, sino la parte que no figuraba en la escaleta y que fue surgiendo sobre la marcha del directo. Aparte de que una de las locutoras que, ignorando estar en el aire, preguntaba al regidor si ya podía largarse a casa (le faltó poco para añadir: "Es que ya han puesto la pasta a hervir"), no estaba escrita el aria rota por las lágrimas que la hermana de leche de Pavarotti, Mirella Freni, entonó en off al final de la ceremonia. Evidentemente, ella no cantó. No se puede cantar, dijo, con un nudo en la garganta y otro en la boca del estómago.

El lamento fúnebre de Desdémona lo cantó así Raina Kabaivanska, mientras que la Freni se acercó a los micrófonos de la RAI, ante los cuales no atinaba más que a susurrar purtroppo y a sollozar. Pero, de repente, en un instante, dejó a la audiencia una memorable lección de canto: "No se puede cantar cuando uno está triste. Me lo enseñó él". Y entonces se puso a perfilar el carácter optimista y positivo del difunto, el panegírico, el de mortuis nihil nisi bonum.

Había algo coral y a la vez íntimo que daba fuerza a esas palabras, ahora ya más firmes, de la soprano. Esa familiaridad con la ópera, ese ser di casa, de sentirse a un paso de Busseto (Verdi), Torredelago (Puccini), Pesaro (Rossini) o Catania (Bellini). Esa extraña conciencia de una unidad cultural sentida por Dante, una hermandad prodigiosa en la joie de vivre. No era el momento de recordarlas, claro, pero cuántas risas habrán echado actuando por el mundo Mirella y Luciano. Dos modeneses, es decir, dos amigos de la buena mesa, del queso de Parma con vinagre aromático, el San Daniele y la pasta de mil y una maneras, todas hipercalóricas. Dos artistas que han paseado por el mundo a Rodolfo y Mimí, cuya historia jovial y trágica conocían desde la cuna y que además tuvieron el privilegio de volvérsela a escuchar a Gianfranco Zeffirelli. Es cierto, sin alegría no se puede cantar. Como no se puede marcar un gol si no tienes la pelota, que diría Cruyff.

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