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Tribuna
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La peligrosa sensación de estafa circundante

Javier Marías

Una de las más graves sensaciones que los ciudadanos tienen en las sociedades actuales, y en particular en la española, es que tanto las autoridades como las empresas los están siempre estafando, o, como mínimo, aprovechándose de ellos, y eso crea a su vez una sensación de malestar e indefensión máximas que lleva a ver como enemigos tanto a los políticos como al prójimo en general. Algo sumamente perjudicial para la convivencia y que, si a algo invita, es a saltarse las reglas y la ley el mayor número de veces posible, y a que los individuos, en su pequeña escala, intenten por su parte estafar y defraudar cuanto puedan.

Empecemos con Hacienda, de cuya existencia soy, en la teoría, gran partidario, así como de cumplir con ella (la redistribución y todo eso). Pero, si es ella la que abusa, entonces es ilusorio que pretenda recibir de los contribuyentes el trato que no les da. Como es sabido, si un ciudadano se retrasa un solo día en presentar su declaración anual, o la trimestral del IVA, al instante le cae una multa, mientras que Hacienda no abona un céntimo de intereses sobre las cantidades que retiene indebidamente a lo largo de todo un año, y que empieza a devolver unos siete meses después de vencido ese año. De la misma manera, el contribuyente ha de poner remedio -y perder horas de tiempo- cada vez, y son muchísimas, que Hacienda comete un error y reclama algo que ya está pagado, o es incapaz de coordinar a sus diferentes departamentos y dar de baja a una sociedad disuelta hace siglos o a un muerto bien muerto, al que a veces sigue reclamando impuestos. También el ciudadano percibe como estafa que Hacienda pretenda cobrar del mismo dinero varias veces: si ustedes le regalan una cantidad a sus hijos, o le hacen un préstamo a un amigo, éstos deben comunicárselo a la Recaudadora para que saque nueva tajada de un dinero por el que ustedes ya tributaron, en el momento de ganarlo. Podríamos seguir hasta el infinito, pero añadamos sólo que el contribuyente comprueba cómo jamás se le dan explicaciones sobre los presupuestos: hace unas semanas leí con estupor que la Fundación política que más subvención recibe del Estado -unos tres millones de euros anuales, si mal no recuerdo- es la FAES del ex-Presidente y actual correveidile financiero Aznar, sin que uno vea justificación posible a semejante favoritismo. Hacienda, y el Estado, que dan toda la impresión de estafar, estrujar, abusar, cobrar lo que no les corresponde y hacer de su capa un sayo, difícilmente pueden aspirar a que los contribuyentes sean honrados con ellos.

"Lo llamativo es que haya todavía personas cívicas"

Los bancos, por su parte, con unos beneficios siempre crecientes y monstruosos, cada vez cobran más por todo. El último cargo del que he tenido noticia ha sido el de tres euros por la mera "visita" de un cliente a la caja privada que tenía contratada. Las compañías telefónicas se sabe que recurren a toda clase de estratagemas para retener cautivos, contra su voluntad, a los clientes que un día captaron, y no son las únicas empresas que tratan a sus usuarios como a rehenes. Tras los apagones de Barcelona en julio, las eléctricas han sido acusadas de limitarse a repartir sus también monstruosos y siempre crecientes beneficios y de descuidar, en cambio, las inversiones en mantenimiento e infraestructuras, y no parece que sean acusaciones descaminadas. Asimismo se sospecha que muchos apagones menores son provocados, chantajes para forzar a la Administración a que les permita recurrir en mayor medida a la energía nuclear que ahora tienen limitada. Los aeropuertos son un caos y pésimos, se dirían concebidos para torturar a los pasajeros, sobre todo la criminalmente célebre T-4 de Barajas. La Renfe es un desastre, y si no que se lo digan de nuevo a los barceloneses. Los precios de la vivienda han aumentado un poco menos este año y esto se da como gran noticia (no que hayan disminuido, que no lo han hecho), pero siguen siendo una sangría para la mayoría de la gente, a la vez que las edificaciones se multiplican sin ton ni son no ya en las costas, sino en todo el territorio, con la aquiescencia y lucro de numerosos alcaldes. Muchos de ellos recalifican terrenos protegidos, y con gran desparpajo se los entregan a promotores inmobiliarios sin escrúpulos o directamente a mafiosos, para que hagan negocios de los que los representantes públicos se llevarán su parte. La gente se va de vacaciones y es fácil que se sienta estafada, por la agencia de viajes, por la compañía aérea, por quienes le alquilan un apartamento, por el hotel en el que se hospedan y hasta por el chiringuito de la playa.

En estas circunstancias, lo llamativo para mí es que haya todavía personas cívicas, honradas, responsables, cumplidoras de las a menudo injustas leyes, obedientes, sumisas. Porque lo normal sería que todos pensáramos: si una gran parte de la población, y en particular las empresas, se dedican a sacarnos los cuartos de la peor manera, y los diferentes Gobiernos no sólo no lo impiden sino que suelen sumarse a la tarea de exprimirnos, qué diablos hacemos cumpliendo. Este tipo de situaciones de desconfianza y explotación prolongadas son las que de tarde en tarde conducen a los ciudadanos a motines y rebeliones. Las autoridades deberían saberlo, es decir, deberían conocer un poco de Historia.

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