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Reportaje:

Afganistán, con otra mirada

Son otras perspectivas del convulso Afganistán. La de Ahmad Masood, un reportero afgano que refleja la vida cotidiana. Y la de la francesa Véronique de Viguerie, que accede al oculto mundo de las mujeres. Ambos tienen 28 años y exponen en el prestigioso festival de fotoperiodismo de Perpiñán.

María Antonia Sánchez-Vallejo

Horror, muerte, opresión y caos. Un pozo sin fondo de violencia: los talibanes vuelven a la carga y se intensifican los atentados suicidas. Caen policías alemanes, rehenes surcoreanos y civiles, demasiados civiles. Pero por los resquicios de los titulares que a diario vomita Afganistán también se abren destellos de ternura y esperanza; de humor, a veces. Sólo hay que templar la dura acometida de la actualidad, y refrescar la mirada con otros bocados de realidad: la noria que aún gira, juegos de chavales, el espejismo de un club de golf en medio del secarral de Kabul, el remolino de unos burkas o el absurdo necesario, casi poético, de un puesto de venta de peces de colores en mitad de ningún sitio. La mirada de Ahmad Masood, que expondrá su obra en el XIX festival de fotoperiodismo Visa pour l'Image, en Perpiñán (Francia), es cómplice y llena de empatía, como corresponde a un afgano que ha compartido con los seres que retrata las turbulencias de la última década.

La reportera vivió un atentado en un café de Kabul que quedó reducido escombros

Desde la toma del poder por los talibanes, en 1996, hasta su derrota tras la intervención de la OTAN en 2001, la elección de Hamid Karzai como presidente o las primeras elecciones libres en 2005, Ahmad Masood ha vivido la sucesión de todos los capítulos del supuesto fin de la historia... En su caso no cabe remontarse siquiera a la invasión soviética de 1979, porque aún no había nacido: Masood tiene sólo 28 años y una flamante carrera de fotógrafo de prensa forjada al amparo de corresponsales de guerra extranjeros, esos tipos curtidos para los que Ahmad comenzó trabajando de fixer, o chico para todo: traductor, guía y ayudante; conseguidor, en suma. Luego, un día, cogió una pequeña cámara digital, y dos años después ya era responsable de la delegación de la agencia Reuters en Kabul. Autodidacto, privado de la posibilidad de ir a la Universidad por culpa del 11-S, el fotógrafo aprendió inglés por sí mismo, "un inglés excelente", recuerda siempre Paul Holmes, redactor jefe de Reuters, quien define a Ahmad como "el mejor, con diferencia".

Pero Ahmad es, más que fotógrafo, un afgano como los demás. Un ser con capacidad de superación y disfrute, reflejo de la mezcla de resignación y entereza que instrumentan a diario sus 26 millones de compatriotas, aunque a algunos -y en especial a algunas, la mitad femenina de la población- les resulta más duro resistir.

Las mujeres que retrata Véronique de Viguerie, que, como Masood, expondrá en Perpiñán, son víctimas y supervivientes de décadas de guerra y siglos de opresión, en los que el burka es sólo una jaula de tela, la punta del iceberg de la tortura. Por las fotos de esta francesa de 28 años, con un carrerón tan meteórico como el de Masood, desfilan fantasmas cotidianos de los que sólo quedará constancia gracias a su cámara. Como Gulalai, una chica de 20 años madre de un hijo y embarazada de dos meses de otro, que se inmoló harta de sufrir las repetidas palizas de su marido. Gulalai llegó al hospital de Herat el 16 de mayo de 2006, con quemaduras en el 90% de su cuerpo. Véronique estaba allí. Y allí siguió durante dos semanas, "implicándome en el caso, conociendo a sus familiares, viendo cómo se extinguía retorciéndose de dolor. Falleció al cabo de dos semanas y fue muy duro, me dejó muy tocada. Morir en esas condiciones resulta inconcebible".

De Viguerie es una de las pocas mujeres fotoperiodistas que existen, dado que sólo representan el 11% del gremio, según la Asociación de Mujeres Periodistas francesa. En 2005 escapó por los pelos de un atentado suicida que redujo a escombros el café de Kabul donde se encontraba; el afgano con quien departía quedó reventado. Pero la percepción del riesgo físico no es lo peor; más cuesta arriba se le hace enfrentar las dificultades cotidianas o la burocracia, "por ejemplo, conseguir la autorización del Estado para moverte por el país, eso sí que es arduo", explica.

De Viguerie llegó a Afganistán por vez primera en 2003, y desde entonces ha visitado el país en numerosas ocasiones. La serie de fotos que expondrá en Visa pour l'Image, titulada Afghanistan, inch'allah? (Afganistán, ¿si Dios quiere?), refleja un momento crucial: la recomposición y el rearme de los talibanes a lo largo del año pasado; hoy, los barbudos ocupan zonas enteras del país, en especial el este y el sur. Pese a los AK-47 en ristre, el gesto fiero y la misoginia rampante de los islamistas, Véronique resta importancia a su trabajo: "No fue tan difícil fotografiarlos, de verdad. Se sentían muy fuertes en esa época, no tenían ninguna necesidad de esconderse".

Semiocultas bajo un sencillo pañuelo, la presencia de Véronique y la periodista Marie Bourreau, con quien trabaja habitualmente, es un reclamo insoslayable para una sociedad donde las reglas del juego las marcan los hombres, y para los hombres. Pero, lejos de convertirse en obstáculo, la fotógrafa sostiene que cabe aprovechar el juego de equívocos entre sexos como aliado: una estrategia forzada sobre el terreno. "Ven a dos chicas occidentales, tan machos ellas, y lo primero que hacen es sorprenderse. Luego entras en un remedo de juego de seducción, que obviamente limitas al mínimo para no correr riesgos. Eso te abre puertas, te franquea accesos. Además, sienten mucha curiosidad y algunos son bastante abiertos", explica De Viguerie. También sabe, como cualquier mujer extranjera que haya trabajado en un país islámico, que, por su condición femenina, tiene acceso directo al 51% de la población, algo que a sus colegas varones les está en principio vedado. La complicidad entre mujeres suele ser además inmediata; también la hospitalidad y el sentimiento de protección y cuidado para con la extraña.

Véronique juega así con una ventaja que su colega Masood no tiene: poder fotografiar desde dentro el universo femenino. El universo doliente, como la lenta agonía de Gulalai; el doméstico, en las coloristas escenas del mercado en Kandahar, o el heroico, porque sólo de heroísmo puede calificarse la tarea de las 17 mujeres policías que combaten a diario a los talibanes en la ciudad de Kandahar, tradicional feudo de los insurgentes. Envueltas en burkas más o menos tupidos, estas mujeres que empuñan las armas con resolución componen una unidad especial de las fuerzas de seguridad.

Por su trabajo sobre las guerrilleras maoístas en Nepal, De Viguerie recibió el Premio Canon a la Mujer Fotoperiodista, un incentivo al trabajo gráfico femenino. Pero también, pese a su juventud, ha tenido tiempo de publicar un libro, Afghanistan, regards croisés (Afganistán, miradas cruzadas), en colaboración con Marie Bourreau. Ahmad Masood no cuenta con ningún premio en su currículo, como no sea el hecho de seguir vivo y haber convertido en logros los contratiempos derivados de los acontecimientos que tantas vidas han truncado en su país. O, como reza el título de su exposición en Visa pour l'Image, Afghani steps, en pasos. Pasos hacia delante. Pasos al margen. Esos que, puestos uno detrás de otro, le permiten a uno, o a un país, caminar hacia el futuro. Puede que la única diferencia entre estos dos coetáneos de tan distinto origen y vocación común sea la elección del objeto visual: ella, la actualidad; él, la realidad. Dos planos paralelos que no siempre confluyen. Como la mirada del francotirador frente a los ojos entornados de quien contempla el mundo con el corazón encogido.

Visa pour l'Image, festival internacional de fotoperiodismo, se celebra en Perpiñán (Francia) del 1 al 16 de septiembre.

www.visapourlimage.com

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