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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reciprocidad con Latinoamérica

Los recientes movimientos corporativos en varios conglomerados de medios de comunicación ponen de relieve que los procesos globales están afectando al mundo de la información y el entretenimiento con una pujanza comparable a la que se puede comprobar en el sector financiero. La compra de Dow Jones por Rupert Murdoch no es así un hecho aislado o fortuito. Responde a la lógica de una empresa global en un mercado global, y también a la nada desdeñable circunstancia de que Murdoch encabeza visiblemente la internacional conservadora. Su apoyo sin reservas a las políticas de Reagan y Thatcher, la belicosidad de su cadena de televisión, Fox, o su defensa entusiasta de la intervención armada en Irak son algunos de los hitos que explican la presencia ahora, en su Consejo de Administración, del ex presidente español, José María Aznar. Murdoch no es nadie que haya ocultado sus ideas, más bien retrógradas, y es conocida la capacidad abusiva que tiene a la hora de intervenir en la línea de los medios que posee.

Por los mismos días en que se anunciaba dicha compra del diario neoyorquino, se produjo también la adquisición del periódico El Tiempo de Bogotá a cargo del grupo español Planeta, y la de la primera cadena de radio chilena por parte de PRISA. Al margen de las ostensibles diferencias entre ambos hechos (Planeta edita el diario de la derecha radical española, La Razón, y controla Antena 3, mientras PRISA posee EL PAÍS y la SER), dichas noticias ponen de relieve que un mercado tan amplio como el hispanoparlante constituye una oportunidad para que las empresas de medios (argentinas, españolas, mexicanas, chilenas o de cualquier otra nacionalidad) puedan operar globalmente. La existencia de más de cuarenta millones de hablantes de español en Estados Unidos hace además que ese mercado resulte especialmente atractivo. La incidencia electoral de los hispanos en los comicios norteamericanos (habitualmente prodemócratas, excepto en el área de Miami) permite pronosticar que los grupos de opinión ultraconservadores han de fijarse con mayor atención en el futuro del sector de los medios de comunicación latinoamericanos.

Aznar se mueve cada vez con mayor desparpajo en el mundo de los negocios internacionales, en el que existe constancia de su actividad en pro de los grupos mediáticos de la derecha, coherente con su política de intervencionismo contra los medios de comunicación independientes durante su etapa en el Gobierno. Pero mientras él comprende bien los entresijos del sector y las consecuencias políticas de cómo se distribuya el poder en el mismo, el Gobierno de Rodríguez Zapatero continúa evidenciando cierta falta de criterio en esta materia. La retórica sobre nuestra política en Latinoamérica no acaba de ocultar las deficiencias profundas que padece. Como muestra basta un botón: la oportunidad de que los grupos de medios hispánicos (españoles o latinoamericanos) puedan operar libremente en lo que resulta su mercado natural (una misma lengua, una misma cultura) viene siendo obstaculizada por la diversidad de legislaciones nacionales, que no favorece a las empresas españolas.

Precisamente fue Aznar quien ordenó una modificación legal que permite a cualquier extranjero, por ejemplo, ser propietario del cien por cien de una cadena de televisión en España. De modo que la mexicana Televisa, que es ya dueña del 40% de La Sexta, podría hacerse con la totalidad de la misma, o Murdoch comprar Antena 3 si se la vendieran. Pero las empresas españolas no pueden en absoluto operar una televisión en México y tienen limitada a un 25% su eventual participación en una cadena de Estados Unidos.

En sentido contrario, países americanos que obstaculizan poco o nada las inversiones españolas se encuentran con que sus empresas topan con dificultades difíciles de aceptar o explicar, como por ejemplo un límite del 25% de participación en una radio española. Las empresas iberoamericanas deberían moverse en el mercado global del español de forma absolutamente liberalizada, lo que permitiría aumentar su competencia y eficacia. Liberalizado o no el mercado, el principio de reciprocidad debe imponerse.

Algunos comentaristas malintencionados vieron en el nombramiento de Aznar para el consejo de Murdoch una compensación a los servicios prestados por ese cambio legal que facilitaría en cualquier momento la llegada del magnate australiano al mercado español. Más difícil resulta entender que el Gobierno de Rodríguez Zapatero no exija y aplique cuanto antes el principio de reciprocidad, dentro de la liberalización más absoluta, con los Gobiernos de todas las repúblicas hermanas de América Latina. Estamos seguros de que todos los Gobiernos del área se mostrarán dispuestos a cooperar. Si alguno no quiere reciprocidad, será coherente entonces que las empresas de sus nacionales no tengan aquí más ni mejores facilidades que las de los españoles en ese país. De otra forma, los responsables tendrán que explicar por qué.

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