El verdugo de Lorca
Su nombre, Ramón Ruiz Alonso; su trabajo, tipógrafo; su ideología, ultraconservadora. Vivía en Granada en tiempos de guerra civil. Y odiaba a la izquierda y todo lo que la representaba. El historiador Ian Gibson le dedica un libro, el último sobre el poeta, cuyo título lo dice todo: 'El hombre que detuvo a García Lorca'.
No ha pasado a la historia por su figura pública en la Granada de preguerra, ni por ese vozarrón y esa labia populista que Dios le dio para arengar en los mítines de la CEDA. Tampoco por sus apodos, que oscilaban entre el "obrero amaestrado" del líder de su partido, Gil Robles, y el Joe Louis del Parlamento republicano, como el famoso boxeador negro. Esto último le vino por haberla emprendido a puñetazos con su adversario socialista, Félix Gordón Ordás, en un altercado que publicó el entonces ultraderechista Ideal de Granada. Ni siquiera es ni será relevante por haber hecho pinitos como teórico, más bien plano y abrupto, del pensamiento político al escribir su libro Corporativismo, que para el historiador Ian Gibson es una especie de Mi lucha del nacionalcatolicismo español más cerril.
"La familia Lorca no quiere exhumar los restos y se ha respetado su voluntad, pero sería deseable, aclararía las cosas"
Para Franco, la muerte de García Lorca era parte de esas cosas "descontroladas" que ocurren en las guerras
Es improbable que Ramón Ruiz Alonso logre un hueco en la posteridad por nada de esto. Pero sí existe un rincón para él dentro de la crónica negra de la humanidad, ese lado oscuro que estigmatiza a todos aquellos que tropezaron alguna vez en su vida con la nobleza o la excelencia y la aniquilaron.
Ése es el caso de Ruiz Alonso, el responsable tal vez más directo de uno de los crímenes más salvajes y vergonzosos de la historia de España: el asesinato del poeta Federico García Lorca en 1936.
Para Ruiz Alonso, ni la vida, y mucho menos las cosas de su patria, tenían matices. Todo era blanco y negro. Cada enfrentamiento requería de una óptica implacable en la que vislumbrar a buenos y malos. La humanidad entera -algo que no iba más allá de España en su corta visión del mundo- era cosa de enemigos y aliados. Ese "estás conmigo o contra mí", tan frecuente. La concepción más estéril y maniquea de las cosas. El preludio de la barbarie. Así fue siempre este hombre alto, corpulento, de voz prominente, que trabajó como obrero tipográfico, fue esquirol en las huelgas, se casó con Magdalena Penella Silva y tuvo cuatro hijas, tres de ellas actrices: Emma Penella, Elisa Montés y Terele Pávez.
A él le acaba de dedicar su último libro Ian Gibson, aunque Ruiz Alonso ha sido ya uno de los personajes claves de obras anteriores. El hispanista de origen irlandés -y español desde 1984-, el biógrafo de Lorca más importante y de referencia mundial, concluye con esta nueva investigación, titulada El hombre que detuvo a García Lorca. Ramón Ruiz Alonso y la muerte del poeta (Aguilar), su labor por el mundo lorquiano. "Con esto se acabó", dice Gibson, en su casa de Lavapiés, en Madrid, cerrando ante quien le quiera oír más de cincuenta años de obsesión por el escritor de Granada fusilado en 1936.
Después de haber dedicado también su labor biográfica a Dalí o a Antonio Machado, a Cela o a Rubén Darío, se encuentra sumergido ahora en otra de sus pasiones, con las que también cierra uno de los tríos creativos más importantes de la España del siglo XX, Luis Buñuel. "Con Buñuel sé que no he salido de Lorca tampoco", admite Gibson, "pero de él, como protagonista y de la investigación de su muerte, es todo lo que tengo que aportar y, de verdad, me quedo muy aliviado".
No ha sido poco. Una biografía prominente en dos tomos (De Fuente Vaqueros a Nueva York y De Nueva York a Fuente Grande) y otros libros como Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, La represión nacionalista de Granaday la muerte de Federico García Lorca o Lorca y Dalí, el amor que no pudo ser son ejemplos de su dedicación lorquiana. Ha hecho las veces de crítico literario, de historiador paciente e investigador meticuloso; de cronista y también de detective. Una especie de agente histórico para un crimen.
Su vida cambió por completo cuando Gibson llegó con su mujer y su hija de apenas un año a Granada para investigar la figura del poeta. "Yo iba a hacer mi tesis sobre las raíces populares de la obra de Lorca, y todo el mundo me hablaba de su muerte. Ahí fue cuando todo empezó a dar un giro. De un día para otro me encontré investigando aquel monstruoso crimen". Ahora, con la certificación y las pruebas más contundentes, cierra, con este libro dedicado a quien para él es el responsable más directo de aquella muerte, casi toda una vida encomendada a esclarecer hechos que siguen siendo tabú. "Para mí es un alivio haber terminado con esto, y mandaré ahora todos mis papeles relativos a la muerte de Lorca a mi archivo en la Casa-Museo de Fuente Vaqueros", afirma.
La muerte de Lorca pesa aún sobre Granada como un fantasma aciago. Cada vez que Gibson regresa a la ciudad le llegan con un cuento nuevo. "Hace unos meses, un señor me paró en la calle y me dijo que estaba equivocado, que Lorca se encontraba enterrado no donde yo decía, sino en la cripta de la catedral. ¡Fíjate hasta dónde llega la cosa!", dice. Al poeta lo enterraron con sus compañeros de infortunio al lado de un olivo junto al camino de Víznar a Alfacar. Hoy el paraje se ha convertido en el parque Federico García Lorca, y el lugar exacto de la fosa está señalado con un plinto cuya inscripción recuerda a todas las víctimas de la Guerra Civil.
La familia Lorca no quiere exhumar los restos y se ha respetado su voluntad. Pero Gibson insiste en que sería lo más deseable. "Se aclararían muchas cosas y se ayudaría a terminar con un hecho traumático para la ciudad". La persona que enterró a Lorca, Manuel Castilla Blanco, condujo un día al investigador hasta el lugar. "Fue fascinante, ambos temblábamos porque era el año 1967 y estaba prohibido acercarse. Menos mal que esos terrenos fueron adquiridos por la Diputación Provincial de Granada en tiempos de UCD; si no, hoy habría una urbanización", comenta. Todo lo que apuntaba al suceso estaba velado por un halo de leyenda en la zona. Nadie quería señalar, hablar era difícil y lo es aún hoy. "Me revienta que la gente se calle lo que sabe", asegura Gibson, para quien aún queda mucho por esclarecer. El asesinato convirtió a Lorca en mártir universal, caído además junto a tres hombres más: un maestro de escuela, Dióscoro Galindo González, y los banderilleros de la CNT Francisco Galadí Melgar, El Colores, y Joaquín Arcollas Cabezas, alias Magarza.
Desde el principio, todos los dedos acusadores, pero ahogados en el silencio de una represión que comenzaba a ser salvaje, se dirigieron a las mismas personas. A un mes de la rebelión, en la noche del 17 al 18 de agosto de 1936, el poeta había sido asesinado, y con ese acto atroz, muchos comprendieron que la cruzada iba en serio.
Ruiz Alonso fue el claro instigador, pero tuvo aliados en el escuadrón que él formó, según testimonios de quienes lo integraron, como Manuel Luna, y también en los despachos. De su correligionario de Acción Popular, Luis García-Alix, al capitán Fernández; de los hermanos Roldán, de Asquerosa (hoy Valderrubio), en cuya familia se inspira parte de La casa de Bernarda Alba, a José Valdés Guzmán, el gobernador civil rebelde, "el usurpador", dice Gibson. Y sobre todo, otro militante de Acción Popular, Juan Luis Trescastro, abogado y terrateniente de Santa Fe, que fanfarroneó del crimen en público a las pocas horas: "Acabamos de matar a García Lorca. Yo le metí dos tiros por el culo, por maricón", contó haber oído el concejal republicano Ángel Saldaña, que presenció la escena en el bar La Pajarera.
Todos ellos pasarán a la historia como responsables con nombres y apellidos gracias a las investigaciones de Gibson y muchos otros, en un camino que comenzó Gerald Brenan ("el más grande", según el hispanista) en su peregrinación hasta el lugar de la ejecución. Lo cuenta el genial autor de Al sur de Granada y El laberinto español en su obra La faz de España. Es Brenan quien apunta por primera vez en el mundo anglosajón el nombre de Ruiz Alonso como máximo instigador, lo mismo que hizo Claude Couffon en un reportaje de Le Figaro Littéraire en 1951.
El asesinato de Calvo Sotelo y la rebelión de los militares habían cogido al poeta en Madrid. Estaba aterrorizado. Supo describir como nadie las corrientes ocultas de la violencia en sus dramas, pero no podía soportar el enfrentarse a ella. "Dice Buñuel que le aconsejó quedarse en Madrid, que era más seguro, pero él creyó que en Granada, en su casa, estaría más protegido", dice Gibson. Cogió un tren y se presentó en la Huerta de San Vicente, donde su familia pasaba el verano. Desde su llegada hasta el desenlace no hubo momento de tranquilidad. La represión en Granada fue especialmente cruda, y en ella, el papel de Ruiz Alonso fue muy relevante.
Según Gibson, cuando comenzó la guerra, el político ultraderechista acudió a la ciudad expresamente para participar en el caldo de violencia nacido de lo que él y otros habían azuzado. Un accidente de coche estuvo a punto de frenarle, pero sobrevivió. Nada parecía poder detener el destino negro para el que Ruiz Alonso hizo méritos. Era su momento de gloria tras haber fomentado el odio durante años en mítines, en artículos, en su escaño de las Cortes... La oportunidad de vengarse de la izquierda que tanto denostaba. Lorca fue objetivo prioritario. Su compromiso con la izquierda y sus referencias a la clase media granadina como "la peor burguesía de España" no le iban a salir baratas. Pero antes cayeron y fueron perseguidos otros, sobre todo dirigentes republicanos locales que hicieron sonar la señal de alarma en toda la zona y, por supuesto, en la familia Lorca.
Tanto, que el poeta tuvo que pedir ayuda a la familia Rosales, sobre todo a su amigo Luis, hermano de destacados falangistas granadinos, y poeta como él, que se consideraba discípulo suyo y que aceptó albergarlo en su casa -a 300 metros del Gobierno Civil- después de que ya hubiesen registrado su domicilio. Ni siquiera el poder de esa familia detuvo a Ruiz Alonso y su banda. Lorca quedó al cuidado de Esperanza, hermana de Luis, y ésta no pudo hacer nada cuando el mismo Ruiz Alonso se presentó en la casa para arrestarlo.
Esperanza llamó a sus hermanos, que acudieron a pedir explicaciones. Allí, delante del gobernador rebelde Valdés Guzmán, Luis dijo que se había presentado en su casa "un tal Ruiz Alonso", a quien sin duda conocía por la prensa, sin orden ni justificación alguna, a detener a su amigo. La intención del político ultra, además de acabar con Lorca, era hacer caer en desgracia a los Rosales, poderosos en la ciudad. Proteger rojos resultaba una ofensa de la que pocos escapaban. Pero la suerte estaba echada. Una vez en sus manos, poco cabía hacer para liberarlo. Ni siquiera el hecho de que los Rosales consiguieran una orden para sacarlo del calabozo. Gibson sostiene que Valdés Guzmán tuvo que saber con qué cartas jugaba y haber consultado a sus superiores la decisión final. ¿A quién? A Queipo de Llano, quizá el general más bestia del levantamiento.
Famoso por sus arengas desde Radio Sevilla incitando al asesinato, al vandalismo, Queipo de Llano era una máquina de aniquilar. "Sus discursos eran escalofriantes. Llegaba a decir que tal día, las tropas nacionales iban a tal pueblo con los moros y, entonces, las mujeres de los rojos iban a saber lo que es un hombre. O que por cada caído suyo matarían 10 del enemigo, y si no era suficiente, los enterrarían, desenterrarían y matarían de nuevo", relata Gibson. "Eran tan brutales que hasta los suyos, al verlas publicadas, las censuraban, se asustaban de las barbaridades". Fue Queipo quien dictó sentencia. Al ser preguntado por el caso Lorca, diría aquello de "A ése, café; mucho café". Es decir: matadlo.
La muerte de Lorca provocó revuelo internacional. A Franco le preguntaron sobre el tema en una entrevista y lo excusó como parte de esas cosas "descontroladas" que ocurren en todas las guerras. El cuñadísimo, Serrano Súñer, se lamentó de ello en una entrevista y acusó a Ruiz Alonso. Éste había ido cayendo en desgracia y siempre lo negó todo. Gibson lo entrevistó en 1967. "Hablé cuatro o cinco horas con él. Impresionaba su aspecto, era alto, y su voz... Negaba toda implicación en la denuncia, pero no el haber llevado a Lorca al Gobierno Civil; eso sí, obedeciendo órdenes", cuenta Gibson. "Se declaraba católico sincero, pacífico y hermano de sus semejantes, pero no podía controlar los arrebatos de ira. Le pregunté de todo. Le dije: 'Don Ramón, eso que ha escrito Jean-Louis Schonberg de que la muerte de Lorca se debió a un ajuste de cuentas entre homosexuales, y que usted era uno de ellos, ¿es verdad?'. Él se puso como una hidra y contestó: 'Dígale a ese Schonberg que me traiga aquí a su mujer y sus hijas, que va a ver qué clase de hombre soy".
Pese a que él negara haber denunciado al poeta, hay cargos que le implican y que aparecen en el nuevo libro de Gibson. El testimonio de José Rosales, hermano de Luis, por ejemplo, quien le dijo al investigador, días antes de morir y delante de testigos, que Ruiz Alonso había denunciado a Lorca. Como agente soviético y más cosas.
Lo que no ha sido posible conseguir es algún pliego de descargo sobre el hombre considerado máximo culpable. Gibson lo ha intentado. "Él dijo a un periodista granadino, Eduardo Molina Fajardo, que iba a dejar su versión de los hechos por escrito. He intentado saber si existe. He escrito a sus hijas para pedírselo, pero no han respondido. Más no puedo hacer", afirma. Para ellas siempre fue traumático abordar el tema. Más cuando alguna, como Terele, profesa un compromiso izquierdista.
Sobre el final de Ruiz Alonso poco se sabe. Se diluyó cual fantasma. Cuando murió Franco supo la que se le venía encima. Los periodistas empezaban a agobiarle con preguntas y decidió irse a EE UU. "Allí vivía su otra hija, Mari Juli, casada con un americano", asegura Gibson. Parece que murió hacia 1977. Sólo su familia sabe dónde está hoy enterrado.
'El hombre que detuvo a García Lorca. Ramón Ruiz Alonso y la muerte del poeta', de Aguilar, se publica el 12 de septiembre.
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