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Cuando mueren las ficciones

Uno de los acontecimientos más notables del nuevo siglo es la desaparición de los cadáveres en las exequias modernas. Hemos pasado de aquellos funerales de cuerpo presente con la ceremonia del cortejo lento del coche fúnebre coronado de flores por las calles de la ciudad, hasta la llegada del féretro al cementerio, a este desconcertante rito de los familiares y amigos reunidos en un tanatorio de diseño dizque minimalista ante una urna de cenizas recién salidas del horno, y en donde nadie sabe qué decir y cómo comportarse.

El catolicismo en general, y el español en particular, era muy bueno en el arte del requiescat in pace. Pero por el momento, y hasta que ZP no tome velas en el entierro cívico y laico, como hizo con otros ritos de paso, habrá que contentarse con despedir a los familiares y amigos en un tanatorio con olor a desinfectante de supermercado barato y en una ceremonia que no les llega a la suela de los zapatos a las de A dos metros bajo tierra. La Iglesia española no sólo está perdiendo la exclusiva de las bodas por culpa de la homofobia episcopal y el monopolio de los bautizos por esas algaradas callejeras y radiofónicas de un solo signo (cualquiera introduce un bebé en la pila bautismal ahora que ya no existe el limbo), pero en cuanto a despedir muertos hay que admitir que sigue siendo muy buena. Y lo cierto es que a la salida del tanatorio minimalista echas de menos los viejos colores, olores y sonidos de aquel chillón e imponente barroquismo gregoriano post mortem. Es como si no hubiésemos estado a la altura de los seres queridos.

La prueba de esta nostalgia por las liturgias cato-barrocas son esos estridentes ritos funerarios en los que está especializada nuestra cultura únicamente literata (otra no existe) cada vez que muere algo y encima no hay rastro del cadáver, como en algunos casos de CSI. Es más, escribir sobre cultura es sinónimo de escribir contra la presunta muerte de esa cultura que se ha llevado por delante el famoso tecno-serial-killer. Como en el tanatorio, no hay cadáveres físicos, pero eso no impide celebrar funerales según el viejo rito barroco y con plañideras incluidas.

De las famosas exequias de la novela, nuestra exclusiva y excluyente referencia cultural, qué les voy a contar de nuevo, y lo último son esos funerales por la crítica literaria oficiados en un congreso de Zaragoza. Lo que me extraña es que en los responsos literatos se oculte sistemáticamente la verdad. O sea, que nunca se editaron y reeditaron en este país tantas novelerías hasta el punto de que el verbo "escribir" aquí (y sólo aquí) es sinónimo de "novelizar", como si al margen de la ficción no existiera otro formato posible. Y lo que es más llamativo: sólo los que trabajan full time la simplicidad de la ficción parecen estar intelectualmente legitimados para opinar sobre la realidad hipercompleja del nuevo siglo. Oficiamos muchos funerales sobre la novela sin que el cadáver aparezca y olvidamos a otros muertos reales e ilustres de la vieja escritura: el ensayo, el análisis, la filosofía, la reflexión crítica, la divulgación científica, qué se yo. No hay funerales, ni minimalistas ni barrocos, por la muerte súbita del inconmensurable género español, incluso tan español, de la "no ficción".

Con otra ficción española, con la del cine, pasa igual. Ahí están esos constantes velatorios católicos, estrepitosos y diarios por una narrativa que los del gremio del celuloide amplifican como si se tratara de una tragedia (identitaria) nacional. Y ocurre la misma paradoja que con los noveleros: jamás en la centenaria historia del cine se vio más cine que ahora, a precios más asequibles y por más cantidad de pantallas grandes o pequeñas, de medios y multimedios. En la era del big bang de las imágenes en movimiento y de la imagen sin fronteras, estos funerales tan locales por el cine suenan muy raro, por decirlo suavemente, y ya no es buen gusto marear por más tiempo la perdiz del ministro de Cultura con ese miserere gremial de subvenciones, multiplex yanquis y piraterías que cada temporada cambian de identidad asesina.

Hay muchos más funerales de la cultura digamos culta, o en rigor mid-cult. Pero los verdaderos funerales que se avecinan con el nuevo siglo están todos relacionados con aquel famoso tecno-serial-killer que el siglo pasado estaba liquidando el humanismo. Aquí van tres futuros crímenes en los que las víctimas serán esta vez los célebres asesinos de masas de la cultura culta. Y todos son infanticidios. Primero, la muerte de YouTube y de los blogs que utilizan sus vídeos por el nacimiento de Mugulus (com), un sencillo y gratuito sistema que permite a cualquier usuario de la Red producir y emitir su televisión en directo. Segundo, la llegada del sistema también gratuito de Zattoo (com), que permite ver la mayor parte de las cadenas no ya en el televisor del cuarto de estar, esa costumbre fósil, sino en las pantallas nómadas del ordenador, el móvil o las que vengan, y sin la actual y absurda limitación de fronteras. Y tercero: el reciente bautizo del iPhone, que pondrá patas arriba todo el negocio audiovisual dominante y cotizante A partir del cruce de estas tres sencillas maquinitas del siglo XXI morirán muchas de aquellas viejas maquinonas del siglo XX, empezando por la tele. Sólo espero que los futuros funerales hipermodernos estén a la altura de nuestra tradición litúrgica, porque esta vez ya no se tratará de muertos imaginarios o mutantes, como hasta ahora, sino que en los oficios fúnebres habrá mucho cadáver caliente y de cuerpo presente.

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