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Columna
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Cambiar de equipo cuando acaba el partido

Antón Costas

En la recta final de la legislatura, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero se ha comportado como los entrenadores de fútbol cuando el partido está en el último cuarto de hora y las cosas no pintan claras. De la misma forma que éstos acostumbran a sustituir a un máximo de tres jugadores, así como cambiar las posiciones en el campo de algunos otros, el presidente del Gobierno ha optado por sustituir a tres de sus ministros agotados y cambiar de posición de juego a un cuarto.

El por qué sólo se sustituye un máximo de tres jugadores siempre me ha parecido algo misterioso. Pero la comparación con la política me sugiere una explicación. Cambiar a tres jugadores entra dentro del margen que ha de tener todo buen entrenador para demostrar sus capacidades tácticas. Cambiar más de tres sería síntoma de que se ha equivocado en la formación del equipo inicial, es decir, implicaría reconocer un fracaso.

Más que a sus ministros, los fracasos sonados de Zapatero hay que cargarlos a su optimismo y autocomplacencia

Lo mismo ocurre con el Gobierno. Sin duda, hay más de tres ministros manifiestamente mejorables. Pero sustituir a más de tres sería reconocer el fracaso del Gobierno en su conjunto y, por lo tanto, de su presidente, que es el que los ha escogido y tiene, por eso, la responsabilidad in eligendo. Ahora bien, sustituir a tres y cambiar a alguno más de lugar de juego puede ser visto como una maniobra propia de un buen estratega. Especialmente cuando da resultado, es decir, cuando sorprendes al contrario, que es lo que ha ocurrido en este caso, en el que el entrenador rival esperaba que el partido acabara antes de tiempo.

Cuando más acorralado y perdido parecía estar después de los fracasos de dos de sus proyectos clave -el proceso de paz en el País Vasco y el Estatuto catalán-, Rodríguez Zapatero, emulando a su amigo Nicolas Sarkozy, ha optado por la sorpresa como vía para tomar aliento y cobrar delantera.

El empecinamiento en el error de mi paisano Mariano Rajoy me desconcierta. Después de haberle oído hace un mes en la Reunión del Círculo de Economía en Sitges y de su maniobra de tender la mano al Gobierno para un acuerdo contra ETA, pensaba que iba a iniciar un giro. Y digo que me desconcierta porque el papel de duro no va con él. De la misma forma que José María Aznar no era creíble en el papel de hombre pacífico, Rajoy no es convincente cuando adopta el papel de intransigente.

¿Qué busca Zapatero con estos cambios, más allá de sorprender? Posiblemente, lo mismo que los entrenadores: en unos casos, ganar tiempo; en otros, defender las posiciones logradas; en ocasiones, conseguir en el último cuarto de hora lo que no se logró en los tres anteriores, o, en fin, levantar el ánimo de la afición propia y atraer la simpatía de la de otros equipos cuando hay que jugar en su campo.

Mirando el perfil y las habilidades que se les suponen a los tres ministros que entran y a la ministra que cambia de lugar, Rodríguez Zapatero parece querer jugar al ataque en ciertas zonas que pueden ser más rentables para su liderazgo, como son la sanidad, la cultura y la vivienda. Y para ello, utiliza jugadores de refresco con conocidas habilidades para jugar por la banda izquierda y por el centro.

En Cultura, en la que el Gobierno está perdiendo el apoyo de los intelectuales, entra un excelente poeta y escritor y, a la vez, buen gestor cultural, como ha demostrado ser César Antonio Molina. En Sanidad, campo para impulsar un ordenamiento progresista y liberal en la investigación biomédica, se ficha a un ministro de reconocido prestigio científico y de verbo fácil como es Bernat Soria. Y en Vivienda, terreno que puede ser para el Gobierno su Waterloo, incorpora a Carmen Chacón, una persona joven, bregada en la política municipal del Baix Llobregat, y con experiencia parlamentaria.

Además, todos ellos tienen la virtud adicional de poder levantar los ánimos de una afición en canchas especialmente importantes para mantener el liderazgo: Cataluña, Valencia y Andalucía. Madrid parece que se la reserva el propio Rodríguez Zapatero.

En este mismo sentido, el cambio de posición de juego de Elena Salgado parece tener también el objetivo de buscar un mejor entendimiento con las aficiones periféricas, tanto propias y cercanas. A Jordi Sevilla, como antes José Bono, le sucedió lo que a ciertos jugadores con ideas propias: se había convertido en un armario en el medio del campo que estorbaba la estrategia de juego del presidente. De la nueva ministra no se sabe que tenga posición propia sobre la cuestión, y esto más que una rémora puede ser una ventaja para la estrategia de buscar apoyos en las aficiones periféricas.

Algunos se preguntan por qué no se ha sustituido a Magdalena Álvarez, ministra cuestionada. Pero ésa era probablemente la línea roja que no podía traspasar. No sólo porque sustituir a más de tres sería reconocer un fracaso general, sino porque sería tocar a la afición andaluza y, además, habría sido darle al PP la pieza que reclamaban. De hecho, el PP ha actuado en este caso como un seguro protector para la ministra de Fomento.

¿Servirá el cambio de Gobierno para que Rodríguez Zapatero levante el vuelo? No estoy seguro. Más que a sus ministros, sus fracasos más sonados hay que cargarlos a los impulsos vitales que mueven al propio presidente: su "optimismo antropológico" y la autocomplacencia.

Hasta ahora el "optimismo antropológico" nos ha metido por callejones y atajos que Dios quiera que tengan salida. El llamado proceso de paz y la negociación del Estatuto catalán fueron muestras de esa funesta manía que anima a algunos políticos a querer resolver mediante atajos cosas que necesitan tiempo y finezza.

Por otro lado, su autocomplacencia con la situación económica puede no dejarle ver los riesgos económicos y sociales que hay debajo de la prosperidad. Por señalar sólo uno, piensen en las consecuencias que tendrá el que a finales de año el Banco Central Europeo sitúe el tipo de interés básico del dinero en el 4,5%. Eso significa casi un 6% de tipo de interés hipotecario. Dado que prácticamente el 100% de las hipotecas de los últimos años son a tipo variable (algo que no ocurre en ningún otro país) eso significará un coste hipotecario difícilmente soportable para muchas familias, especialmente las jóvenes y las más necesitadas.

Esperemos que los nuevos ministros y ministras le ayuden a atemperar ese optimismo y ver esos riesgos.

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