"En la ley del cine han sido todos de una deslealtad absoluta"
En los tres años que lleva al frente del ministerio de Cultura, Carmen Calvo, cordobesa de 50 años, ha desarrollado una potente actividad legislativa, no exenta, en algunos casos, de polémica. A ocho meses de las próximas elecciones generales, la ministra socialista recibe a este periódico en su despacho de la plaza del Rey de Madrid.
Pregunta. ¿Qué ha ocurrido con la Ley del Cine para que esté levantando tantas ampollas?
"Los actores querían tumbar unos cuantos artículos del Estatuto de los Trabajadores"
"El machismo cae sobre una ministra de Cultura de forma permanente"
"Habrá que preguntarles a algunos ministros del Partido Popular qué ha ocurrido con la escultura de Richard Serra"
"Tengo claro que es imposible la gratuidad de la cultura en los nuevos formatos. La cultura nace de un creador, que necesita que le paguen"
Respuesta. Las leyes de cultura suelen tener agentes muy encontrados entre sí. En este caso, lo que interesa a los exhibidores no interesa a los productores, a los distribuidores... Es difícil encontrar el acuerdo básico y tú tienes que legislar en conjunto. Entre otras leyes, en esta legislatura se han promulgado dos por consenso de todo el arco parlamentario: la de Propiedad Intelectual y la del Libro. Intentaremos que la del Cine nazca también de un gran acuerdo y que sea capaz de adaptar toda la revolución tecnológica a nuestro cine, fortalecer la industria, mejorar la dotación de los proyectos y diversificarlos.
P. ¿Considera que el actual texto alcanza todos esos objetivos?
R. Hemos conseguido reequilibrar el espacio. Hemos logrado que las productoras que tienen televisión y hacen cine estén con los productores que no tienen televisión y hacen cine independiente. Hemos conseguido que las empresas, que a veces incumplen sus contratos con los actores, no puedan acceder a las ayudas públicas mientras no estén saneadas económicamente. Y hemos establecido ayudas para la transformación tecnológica de las salas, para la distribución y para que, en materia de exhibición, se pueda equilibrar mejor esa concurrencia en el mercado con el cine norteamericano. Yo tengo que tomar decisiones para que el cine español se sostenga en el mercado. Ahora bien, ni puedo ni quiero impedir que venga el cine norteamericano, y tampoco puedo impedir que los grandes se coman a los pequeños con paquetes. No puedo defenderlos de eso: se tienen que defender en la libre competencia.
P. La cuota de pantalla es una medida adoptada en los años 40 para la protección del cine español. ¿Es la fórmula más adecuada? ¿No habría que actualizarla?
R. Algunos países europeos también la utilizan y, en otros, recurren a fórmulas parecidas para ayudar a sostener a su cine en la cartelera. En esta ley nadie ha contado lo que le favorecía. Han sido todos de una deslealtad absoluta. Los exhibidores protestan por la cuota. Sin embargo, no cuentan que cada película exhibida en versión original computa como seis dobladas. También es verdad que, cuando se les aprietan las clavijas en un debate, acaban diciendo que no están en contra de la medida. Sus reivindicaciones son otras, pero no las quieren decir.
P. ¿Cuáles son?
R. Lo que quieren es que impidamos directamente a los distribuidores de las multinacionales que compitan con ellos en el mercado. Así de claro. Pero una ley de cine no puede tumbar las leyes mercantiles y el Estatuto de los Trabajadores de este país. ¿Por qué no blindamos entonces el resto de los sectores que compiten en la economía abierta? El del mueble frente a Ikea, por ejemplo. Siempre les digo que ante los abusos tienen que hacer lo que cualquier ciudadano: ir a los tribunales. Y los actores, ahora parece que ya sólo se quedan con el simbolismo moral, pero lo que querían era tumbar unos cuantos artículos del Estatuto de los Trabajadores.
P. ¿Cree que la industria cultural esgrime una postura ventajista, exigiendo protección del Estado en unos casos y libertad absoluta en otros?
R. Exactamente. Sé que es un tema muy complejo y que nosotros, como Gobierno, hacemos incursiones en lo que llamamos la excepción cultural. De hecho, nadie habló suficientemente de las bonificaciones fiscales que lleva esta ley. Algo que nunca consiguió el PP, y que yo he conseguido con Solbes como ministro de Economía. Lo que más me preocupaba era que Solbes entendiera que, a pesar de que se terminan las desgravaciones fiscales en nuestro país, al cine le tenía que hacer un gesto de excepción cultural para que la gente invierta. Le estoy muy agradecida a Solbes.
P. ¿Y a la vicepresidenta? Se atribuye más el desbloqueo del proyecto de ley a la vicepresidenta que a usted.
R. Eso queda al gusto del consumidor. Es evidente que ella coordina las leyes en última instancia, pero yo llevo tres años sacando adelante muchas decisiones sobre el cine y, desde hace un año y medio, estoy empeñada en la redacción de esta ley. Esta ley, la misma ley, cuando la termina el Ministerio de Cultura, es malísima, un horror, las televisiones se la quieren cargar. Y al final me reconocen: "Que no, Carmen, que no es la ley, que es otra historia. Pero no vamos a protestar contra otra ley, protestaremos contra la del cine, que es la más cercana a nosotros".
P. ¿A qué historia se refieren?
R. A la ley audiovisual.
P. El suyo está siendo un periodo de fuerte contenido legislativo.
R. Hemos conseguido hacer cuatro leyes en tres años, lo cual yo creo que es un récord. Un Ministerio de Cultura suele ser poco legislativo. Estoy satisfecha en ese sentido. Las leyes de Propiedad Intelectual y del Libro se han aprobado por consenso en las dos Cámaras, aunque es cierto que la devolución de los papeles de Salamanca a la Generalitat tuvo en contra al PP.
P. ¿Qué sensación le dejó toda la polémica suscitada por la devolución de los papeles de Salamanca?
R. Me siento muy orgullosa de haber contribuido modestísimamente a ello. Me parecía injusto que los documentos de una institución democrática, legítima y constitucional, nacida al amparo de la Constitución de 1931, permanecieran en la ciudad que fue la capital del alzamiento contre el régimen legalmente establecido.
P. A los políticos les gusta más cosechar que legislar. Es menos árido.
R. A los políticos de Cultura, cuando no son honestos, les interesa vender su imagen. A mí, sin embargo, me ha interesado sacar cuatro leyes adelante. Me voy a dejar un borrador de Ley de Archivos muy perfilado. Hay muchas formas de hacer política que no se conocían en este Ministerio. Cultura es el único Ministerio que se ha sentado con todos los partidos políticos legales en España: ¿se ha tenido noticia de algún problema entre los nacionalismos y este Ministerio? Cada seis meses me he reunido con los consejeros. Tenía al PNV, a ERC, al BNG y a Coalición Canaria
P. Se podría interpretar como una cuestión de pura supervivencia del PSOE en el actual escenario parlamentario.
R. Ésa es la manera nada democrática de la derecha de entender cómo se conforman las mayorías y las minorías en una democracia madura. A la derecha sólo le interesa la España que le va bien para sus fines de poder, no la real. Cuando tienen una España que habla gallego y que habla euskera, que tiene una gran diversidad cultural, sencillamente la manipulan. Cuando ellos gobiernan con un socio lo llaman gobierno, cuando nosotros gobernamos con un socio es el bipartito. Cuando Aznar tenía los votos del PNV, era el presidente del Gobierno que hablaba con los vascos. Con nosotros, resulta que estamos entregados. No aceptan la diversidad.
P. En otros terrenos, por ejemplo con respecto al Museo Reina Sofía, se le ha acusado de indiscreciones sorprendentes
R. Lo más fácil es abrirle una polémica a Cultura. Criticarle, a diferencia de lo que ocurre con otros ministerios, sale gratis. Sólo dije que el Reina Sofía tiene ya 17 años, que cuando nació este país no tenía fondos de arte contemporáneo suficientes para abrir un verdadero museo de arte contemporáneo, que se hizo lo correcto, un híbrido, pero que ahora hay que perfeccionar y perfilar ese modelo resaltando la parte más internacional de la aportación artística española al siglo XX: Picasso, Juan Gris... Y eso se convierte en que la ministra quiere que el Reina Sofía sea el museo del cubismo. La ministra, ha hecho dos museos y es tonta, pero tanto no, la ministra no nació ayer. Que ésta es otra, el machismo que cae sobre una ministra de Cultura de forma permanente, que parece que tienes que hacerte fotos y quedar mona con los modelitos. ¡Tiene bemoles cuando vienes de muchos años y de haber hecho muchas cosas!
P. ¿Para cuándo la conversión del Reina Sofía en agencia estatal?
R. Para ya. Ahora en julio voy a convocar un primer patronato para hacer ya específicamente el primer debate de transformación. Eso supondrá un modelo de gestión que se va a acercar mucho al código de las buenas prácticas de los museos.
P. ¿Mantiene su confianza en Ana Martínez de Aguilar como directora del Reina del Sofía?
R. Sólo diré que la nombré yo. Sabíamos que íbamos a tener que bregar con muchas polémicas. El Prado no está sujeto a tantas polémicas. Hacer una gran exposición de Tintoretto es fácil hasta cierto punto. Lo malo es gestionar el Reina Sofía, porque casi todos los artistas están vivos. El Reina Sofía tiene que tener polémica, y yo la llevo con unas anchuras que te caes. Pero en un momento me resultó muy cruel todo lo que rodeaba a Ana. Tú no puedes llegar a una institución, te entregan las llaves de la obra para que la limpies y, a los pocos meses, te pidan programación y que esté todo colgado. Es muy fuerte. Lo que era fuerte es lo que me encontré en el Reina Sofía.
P. ¿Se refiere a la desaparición de la escultura de Serra?
R. Efectivamente. Agradecería mucho que se diga quién la perdió, porque yo he sido la ministra que se ha puesto a buscarla. La escultura se la llevaron del Reina a otro sitio bajo la responsabilidad de otro ministerio que no era el de Cultura, y por ello se perdió. Cuando llegué al ministerio de Cultura le dije a mi gente: vamos a buscar la escultura. Decidimos ir a la policía y, entretanto, hacer una copia, que es algo que hay que agradecerle a Richard Serra.
P. ¿No se puede saber nada de lo que ha ocurrido?
R. Habrá que preguntarles a algunos ministros del PP. ¿Vale?
P. ¿Esa pregunta es retórica o tiene algo de acusación?
R. Eso se pierde cuando se pierde y se pierde por las razones que se pierde.
P. ¿Y cuáles son esas razones?
R. Yo no las voy a contar mientras la policía no concluya sus investigaciones.
P. Estamos en una nueva época, la digital, con todo lo que eso significa de indefinición. ¿Qué posición tiene en el debate de los derechos de autor?
R. Tengo claro que es imposible la gratuidad de la cultura en los nuevos formatos. La cultura nace de un creador, que necesita que le paguen por tener ideas, y de un productor, que necesita hacer negocio. Esa idea, tan del gusto de Izquierda Unida, de que la cultura tiene que ser gratis con las nuevas tecnologías y el nuevo mundo virtual es una falacia tremenda. Además, no es nada de izquierdas. Lo de izquierdas es pagar a cuantos más creadores por su obra, en términos razonables. Con las nuevas tecnologías no va a haber cultura gratis. Lo que no puede ser es muy cara, porque favorecen un acceso mucho más frecuente a los contenidos. Hay que poner un coste razonable. Me preocupa que paguemos a los creadores y que los protejamos en las nuevas tecnologías, como hemos protegido la propiedad intelectual tradicional, y que, sin embargo, la industria que inventa las tecnologías no invente de una puñetera vez una manera de entrar legalmente en las descargas. Lo que posiblemente haya que hacer es reformularse las cosas en este siglo. La cultura de las nuevas tecnologías se va a convertir en algo masivo. El artista quizá tenga que ganar menos dinero si quiere estar en muchas redes.
P. O habrá que establecer otros baremos de cobro de derechos de autor.
R. Los creadores van a tener que hacer un esfuerzo: tú grabas un disco con 12 canciones, pero el público sólo quiere dos. Entonces tú, autor, vas a tener que cambiar el chip y aceptar que el público descargue dos canciones y pague por dos, no por 12. Cada día me llegan montones de cartas de autores que no venden mucho, y que ahora salgan cuatro escritores guays en los medios diciendo que no quieren cobrar el canon, perjudicando a quienes venden poco... Habrá que inventar todas esas fórmulas y estudiar el papel de las sociedades de gestión, los intermediarios tradicionales.
P. La difusión gratuita de su obra le puede interesar a un artista que está empezando...
R. Claro. Pero uno de los grandes problemas que yo le veo a la cultura española en este momento es que los políticos y los medios insistimos demasiado en los consagrados. Te entra una mala baba cuando ves que fagocitan el espacio de esa manera. Porque además lo fagocitan de forma muy interesada. Sabes que el magma que se mueve debajo de todo eso es espectacular y no se rompe.
P. Hay una sensación de que España, que fue un país muy dinámico en la transición, es ahora mismo un país con excelentes equipamientos, pero con una grave crisis de producción y creación cultural.
R. La cultura ha seguido el modelo que sigue nuestro país, el del pendulazo. En estos 30 años de democracia hemos hecho muchas inversiones necesarias: equipamientos, infraestructuras de todo tipo, hasta el punto de que ya quizá estemos en el otro punto, donde una población de 12.000 habitantes quiere un auditorio. Eso no es sostenible. Se ha acostumbrado a los españoles a usar las bibliotecas, a acudir a los museos, a asistir a conciertos... Pero los pintores, artistas, actores y músicos jóvenes te dicen que ellos tienen un tapón: hay una élite que ha hecho fuerte su imagen ante los ciudadanos y una industria a la que cuesta trabajo arriesgar con los más rompedores.
P. ¿Qué hace el Ministerio de Cultura para romper esa dinámica?
R. El Ministerio lo que está haciendo por primera vez es entrar en sectores desconocidos hasta ahora para nosotros. Por ejemplo: hemos cogido nuestra Compañía Nacional de Teatro Clásico y le hemos hecho una compañía joven, que se estrena en Almagro. Hemos cogido nuestro Ballet Nacional, que increíblemente no tenía taller, no tenía cantera. Esta semana presentamos las tres primeras obras del taller que montamos hace ya dos años. Hemos inventado la entrada del último minuto en el Teatro Real para poner a la venta con el 60% menos de su precio las entradas de la ópera e intentar que entre gente menor de 35 años. Hemos roto casi todos los esquemas en un país donde resulta muy fácil que el mismo personaje de la cultura salga 500 veces en un mes en todos los medios. Luego me llaman la ministra rockera porque voy a los conciertos, porque se ha concedido la Medalla de Oro de las Bellas Artes a Rosendo.
P. Eso los anglosajones lo han entendido.
R. Claro, pero nosotros no. Por eso a los anglosajones les cuesta mucho menos trabajo. Sus industrias apuestan porque saben que mediáticamente eso también va a ser aplaudido.
P. Con respecto a la ley del Libro, ¿está absolutamente satisfecha?
R. Todas las leyes son perfectibles y siempre te gustan cosas que a lo mejor no puedes incluir porque también entra en danza el resto del espectro político... Pero estoy contenta, primero por el simbolismo que tiene que en esta legislatura y siendo yo la ministra una ley que viene a sustituir a una predemocrática ya esté felizmente hecha con el esfuerzo de todos.
P. ¿Se siente apreciada políticamente dentro y fuera del gobierno? A veces da una sensación de soledad.
R. En el ámbito del respaldo interno me siento absolutamente respaldada por quien me trajo, que es el presidente José Luis Rodríguez Zapatero. Podía haber prescindido de mí y no lo ha hecho. Yo considero que se trabaja para un partido, para un programa de gobierno y para un presidente, y que hay que hacerlo con disciplina y asumiendo tu la responsabilidad, sin dar la lata. Ese fue mi modelo con Cháves en Andalucía y lo es ahora con Zapatero. También me siento respaldada por la gente. Lo dicen los sondeos. Han visto lo que se está haciendo en un Ministerio tan complicado y, más aún, con una herencia como la que recibí. En alguna encuesta figuro como quinto mejor ministro, ¡cómo me voy a quejar!
P. ¿Le gustaría repetir?
R. Voy a terminar mi legislatura cumpliendo todo lo que era importante en el programa de gobierno. Pero también soy de los políticos que tienen vida. No estoy enganchada a esto.
Babelia
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