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Montoncitos de palabras mágicas

Rosa Montero

En mi inútil afán por ordenar el caos del mundo, suelo apuntar en un cuaderno ideas para los artículos periodísticos, así como algunas frases de autores conocidos con las que he ido tropezando a lo largo de mi vida y que me han gustado especialmente. Cuando el cuaderno se llena, copio a una nueva libreta las notas que aún no he utilizado y todas las citas. Estas últimas no son muchas; casi todas me las conozco de memoria, porque han ido pasando de cuaderno en cuaderno durante muchos años. Aun así, las anoto de nuevo, porque desconfío de mi amnésica cabeza y temo confundir el autor o cambiar alguna preposición, si algún día quiero usarlas. Además, me gusta volver a recordarlas y tenerlas ahí cerca. A decir verdad, es una tonta manía de la que no había sido plenamente consciente hasta ahora. O sea, hasta ayer, cuando volví a pasar, una vez más, el contenido de una libreta vieja a un nuevo bloc. Me vi reescribiendo por enésima vez esas frases aisladas, algunas conocidísimas, otras mucho menos, y me pregunté por qué, de entre los millones de citas célebres que pululan por el mundo (y de entre los centenares que yo debo de haber utilizado en mis textos a lo largo de los años), sólo insisto en conservar y reescribir estas poquitas. Son curiosas estas fijaciones que los humanos sentimos por las palabras, esto es, por unas palabras concretas, por unas frases específicas, por unos versos que quizá no sean los más bellos de la historia, pero que nos resuenan dentro. A través de estos montoncitos de palabras podríamos hacer una radiografía de nuestro inconsciente. A fin de cuentas, el psicoanálisis es algo parecido: al elegir nuestras palabras nos revelamos.

Y también, como en este caso, al elegir las palabras dichas por los demás. Ojeo el cuaderno y leo algunas citas. Cuatro de ellas, que voy a transcribir aquí juntas aunque en la libreta están desperdigadas, dan una imagen coherente y estremecedora de la existencia: "El hombre es un Dios en ruinas", de Ralph Emerson. "La vida es un pánico en un teatro en llamas", de Sartre. "El hombre es el sueño de una sombra", de Píndaro, y la monumental y maravillosa "La vida es una historia contada por un necio, llena de ruido y furia, que nada significa", del Macbeth de Shakespeare. Caramba, me digo, vaya percepción más desesperada de la realidad. ¡Y yo que me tengo por una vitalista! Pero tal vez la desesperación y el vitalismo no estén reñidos. Tal vez si amas la vida te atormente aún más su oscuridad.

He aquí dos frases más que también guardan cierta relación entre sí. La celebérrima "Hay otros mundos, pero están en éste", de Paul Éluard, y una de mis favoritas: "El yo es un movimiento en el gentío", de Henry Michaux. Las dos hablan de la identidad y de la multiplicidad de miradas sobre la realidad. Michaux, en concreto, describe con cristalina limpieza cómo el yo no es más que un dibujo fugitivo, una fórmula en constante cambio entre los diversos yoes que nos habitan. Un relámpago combinatorio en la confusión de la muchedumbre interior.

Veo otras tres citas interconectadas: "Todo el que aspire a ser un auténtico científico debe dedicar al menos media hora al día a pensar al contrario que sus colegas", dijo Einstein. "Hasta en la cabeza del hombre más inteligente hay un rincón de estupidez", dijo un lapidario Aristóteles. Y una cita encantadora que me gusta especialmente: "La gallina es simplemente la manera que el huevo tiene de hacer otro huevo", de Butler. Aquí estamos hablando de una actitud intelectual; de la necesidad de esforzarse en ver el mundo fuera de las rutinas y los prejuicios mentales. De ponerse incluso en el lugar del huevo, para ver si existe otra manera de contemplar y entender las cosas. Y de no perder nunca de vista la mentecatez congénita que todos arrastramos.

Sólo quedan cuatro o cinco citas más en el cuaderno, pero ya no me caben en el artículo. Así es que seleccionaré dos: "Creo haber encontrado el eslabón perdido entre los animales y el Homo sapiens: somos nosotros", dijo Konrad Lorenz, el padre de la etología, bajándonos los humos de nuestras pretensiones de reyes de la creación. Y estos bellos versos de Pessoa que definen tan bien la dualidad del escritor, que es un ser que vive para sentir y siente para escribir: "El poeta es un fingidor / finge tan completamente / que finge sentir dolor / del dolor que en verdad siente". En fin, este es mi pequeño montoncito de palabras mágicas, mis muletas para la cojera, mi equipaje.

http://www.rosa-montero.com

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