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El Senado de EE UU paraliza la ley de inmigración de la Casa Blanca

La reforma legal suponía la regularización de 12 millones de 'sin papeles'

Antonio Caño

El Senado de EE UU cerró ayer la puerta a un ambicioso proyecto de reforma de la ley de inmigración apoyado por los líderes demócratas y por el presidente Bush, con lo que no sólo deja en evidencia la debilidad del liderazgo político actualmente en este país, sino la enorme división que el problema de la inmigración genera en esta sociedad. La nueva ley queda, por ahora, aparcada. Tal vez por todo lo que queda de legislatura.

Una mayoría de republicanos que considera que este proyecto era una amnistía encubierta para los 12 millones de inmigrantes que habían entrado ilegalmente, apoyados por una minoría de demócratas que creen que la ley crearía una clase proletarizada que abarataría el mercado de mano de obra, impusieron su criterio en el Senado.

La votación -un intrincado procedimiento en el que se decidía poner fin al obstruccionismo de algunos legisladores- se quedó a 15 votos de distancia de los 60 que hubieran sido necesarios para sacar la ley adelante. Siete republicanos votaron a favor y 38 en contra; 37 demócratas dijeron sí y once dijeron no. De todos los que hablaron para justificar este fracaso y abrir esperanzas de que la situación pueda cambiar en el futuro, nadie se expresó con más rotundidad que el senador de Florida Mel Martínez: "El Senado de EE UU hoy le ha fallado de forma bipartidista al pueblo norteamericano; así de sencillo y de claro".

Esta ley llegó al Congreso rodeada de los mejores augurios. Impulsada por un presidente que quería hacer de esta iniciativa el mayor éxito de su segundo mandato, negociada con los líderes demócratas del Senado y apoyada por famosos senadores de ambos partidos, como Edward Kennedy, John McCain o Trent Lott.

Era el escenario perfecto para una propuesta legislativa. Pero nada de eso sirvió. La fuerza conservadora dentro del Partido Republicano no tuvo escrúpulos en abandonar a su propio presidente para rechazar una ley que no cuenta con el apoyo de la base republicana. Desde que esta ley fue presentada al Congreso, no ha pasado un día sin que los comentaristas radiofónicos conservadores y los políticos del ala ultra del Partido Republicano no alertaran sobre los males que este proyecto traería: el perdón a los delincuentes, la desaparición del inglés y la destrucción de la cultura americana.

"Los demócratas lo han hecho mal, pero los republicanos lo hemos hecho peor", se quejaba ayer uno de los más veteranos senadores republicanos, Alan Specter. John McCain, otro de los derrotados en el Senado, encuentra aquí un obstáculo más para su campaña presidencial.

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El principal derrotado

Pero el principal derrotado es George Bush, que se había comprometido a sacar esta ley adelante en su reciente viaje a México -origen de la mayoría de los inmigrantes ilegales- y que ha hecho campaña en su favor. "Esta era una ley de Bush. ¿Dónde están los votos que el presidente tenía que tener?", se preguntaba el líder demócrata en el Senado, Harry Reid.

Tampoco Reid puede, sin embargo, hablar muy alto. Los demócratas han perdido once votos de su propio partido correspondientes a senadores del ala izquierda, que temen que el programa de trabajadores extranjeros temporales previsto por esta ley perjudique a los trabajadores estadounidenses.

Después del reciente fracaso del Congreso para imponer una fecha para la retirada de Irak, este nuevo traspié deja algunos interrogantes sobre la autoridad de los líderes demócratas y su capacidad para administrar la mayoría de la que disponen en estos momentos.

La ley queda ahora en el congelador. Sus principales promotores y la Casa Blanca buscarán alguna forma de resucitarla, eliminando o reformando algunos de sus apartados más polémicos. Uno de ellos es el de los trabajadores temporales, que tendría que ser recortado drásticamente. Otros son más difíciles de reformar.

La regularización de los 12 millones de ilegales, por ejemplo. Según este proyecto, los trabajadores que quisieran legalizar su situación tendrían que salir primero del país y pagar multas de varios miles de dólares para poder regresar. Se hace difícil imaginar cómo se puede endurecer esa política para satisfacer a los conservadores sin ahuyentar a más congresistas demócratas. Hay que recordar que el proyecto ya era rechazado por las organizaciones de inmigrantes por ser excesivamente restrictivo. Éstas rechazan, entre otras cosas, la iniciativa más novedosa, la aplicación de un sistema de puntos para obtener la ciudadanía estadounidense que da prioridad a la cualificación técnica de los aspirantes sobre la reunificación familiar.

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