El 'hobby' de Modesto
Cuando se jubiló, hace ya casi cinco años, sus nietos le regalaron un ordenador con conexión a Internet.
-¿Y para qué quiero yo esto?
-Pues para entretenerte, abuelo -le contestó la mayor-. Es fantástico. Puedes conectarte a un montón de páginas, enterarte de lo que pasa sin salir a la calle, tener un montón de información de todo el mundo, ya lo verás.
-Pero os habréis gastado un dineral, y yo... Yo... La verdad es que...
-Que no, papá -terció su hijo pequeño-. Lo vamos a pagar entre todos y a plazos. Merece la pena, en serio.
Para vosotros, sí, pensó Modesto, y tuvo tiempo de pensarlo muchas veces. Lo pensó casi todas las tardes, mientras sus nietos aprovechaban esa máquina que él ni siquiera sabía encender con la excusa de que tenían que hacer un trabajo o consultar algún mapa o encontrar algún dato, y siguió pensándolo después, cuando se acabaron las excusas y veía cómo se conectaban directamente a la página de la Barbie, o se bajaban música, o cargaban vídeos, o chateaban, sin más, con sus amigos durante horas. Para vosotros sí, claro que merece la pena... Lo pensó pero no lo dijo, porque le gustaba tener a sus nietos en casa, aunque no le hablaran, aunque ni siquiera le miraran después de saludarle y darle dos besos. Porque la máquina no le entretenía, pero sus usuarios hacían ruido y llenaban el espacio de su casa.
Hasta que de repente, hace unas pocas semanas, todo cambió, y no sólo en la relación de Modesto con su ordenador. De hecho, cambiaron otras cosas más importantes. El proceso fue sigiloso en su nacimiento, pero explosivo en su desenlace. Él creía que se estaba limitando a opinar, a tomar partido, a afianzarse en determinadas convicciones, y nada de esto era nuevo para él. Llevaba muchos años, hasta demasiados, haciendo lo mismo. Llevaba tantos años que, cuando se quiso dar cuenta, ya era tarde, y entonces tuvo que admitir que, por primera vez en su vida, iba con el Gobierno y, por si esto no fuera poco, también iba con la policía... ¡Con la policía! Qué barbaridad, se dijo, y sonrió; a la vejez, viruelas...
Con viruelas o sin ellas, siguió enganchado al juicio del 11-M. Todas las mañanas se compraba tres o cuatro periódicos y se leía las crónicas de cabo a rabo, para confirmarse a sí mismo que nunca se había sumergido en una novela tan apasionante. La dinamita, los confidentes, el nivel de vida de los asturianos, la marca de las baldosas en la frente de El Egipcio, el héroe que desactivó la mochila solo y sin ayuda de nadie, asumiendo todos los riesgos, los villanos, los cobardes, los mentirosos, las risas de los etarras, las mujeres valientes, y Gómez Bermúdez, cada día más inmenso, más noble, más admirable y más divertido también, haciendo equilibrios sobre la delgada línea que separa la ironía del sarcasmo. ¿Qué voy a hacer yo cuando se acabe esto?, pensaba, y entonces, de pronto, cuando todo empezaba a estar más claro, la información empezó a escasear. Algunos periódicos, descontentos sin duda con la marcha del proceso, fueron reduciendo poco a poco la información, sacándola de los titulares, encogiéndola paulatinamente hasta eliminarla del todo. Entonces, la necesidad se convirtió en la madre de la virtud, y Modesto tuvo una idea.
-No lo apagues, espera un poco... -le pidió una tarde cualquiera a cualquiera de sus nietos-. ¿Tú crees que ahí vendrá algo sobre el juicio del 11-M?
-¿Aquí? Seguro? -y lo encontró enseguida-. Mira, hasta hay una página que retransmite las sesiones en directo y en diferido todos los días.
-¿En serio?
Y tan en serio. Tanto que, ahora, Modesto comparte plenamente con su familia todos y cada uno de los elogiosos pretextos a los que recurrieron para endosarle el ordenador. Y está encantado, porque puede ver la cara de Trashorras, y la de su mujer, y escuchar los titubeos de Díaz de Mera todas las veces que quiera, y recrearse con las intervenciones de Gómez Bermúdez, y ver lo nerviosa que se pone esa abogada morena, con el pelo liso, de la AVT, cada vez que la regaña...
-¿Otra vez, abuelo? -protesta ahora el nieto de turno todas las tardes, alrededor de las seis.
-Pues sí, ¿qué quieres? El ordenador es mío, ¿o no? -contesta sin separar la vista de la pantalla.
-Es que tengo que hacer un trabajo de Cono y...
-Bueno, pues espera un momento. Veo la declaración del de la Policía Científica y te lo dejo. Tú vete a la cocina y vas merendando...
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