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Crítica:ÓPERA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A ras de tierra

La puesta en escena de esta Flauta mágica quiere ser graciosa y es sosita, elegante y se queda en grata a la vista. Los animalitos de siempre, algún forillo bien pintado, un botones que no viene a cuento pero que inquieta un poco junto a un guiñol absurdo, Papageno quejándose de lo fuerte que le han estrechado la mano, un fotógrafo que retrata con un flash de esos que echan humo a las tres damas con Tamino y la serpiente. En fin, una suma de detalles mejor o peor traídos que no aciertan a dar continuidad a una acción que no despega jamás, necesitada siempre del apoyo de los sobretítulos. La dirección de actores es elemental y también por eso no hay emociones, ni las primarias de la pasión amorosa ni las más complejas del compromiso con la virtud. El diálogo lo explica todo y la escena no hace sino ponerlo en práctica de la manera más plana.

La flauta mágica

De Mozart. Lehtipuu, Chierichetti, Leguerinel, Poblador, Youn, Ubieta, Brutscher, Bevacqua, Rivas, Beaumont, Echeverría. Coro de Ópera de Bilbao. Ensemble Matheus. Director musical: Jean-Christophe Spinosi. Director de escena: Daniele Abbado. Producción del Teatro Carlo Felice de Génova. Temporada de la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera. Palacio Euskalduna. Bilbao, 5 de mayo.

Es una pena que en lo escénico se pase por la trama sin tocarla ni mancharla, pues en el foso se dispuso de una estupenda orquesta como el Ensemble Matheus -al que quizá le vino un poco grande el Euskalduna-, muy bien dirigido por un Jean-Christophe Spinosi con las ideas muy claras, comprometido con los valores de esta música, insistiendo en su simbología, dándole a su parte más ceremoniosa un sustancioso sabor arcaico -ese que se hace evidente en el episodio prodigioso de los dos hombres armados- y haciendo un Mozart de texturas tan poco convencionales como atractivas.

Las voces

Bien, en general, las voces, empezando por la excelente Pamina de Anna Chierichetti, una cantante que luce siempre exquisito gusto, y el Tamino de Topi Lehtipuu, un mozartiano a cuya estupenda línea le falta siempre un poquito más de calor. Muy bueno el Papageno sobrado de arrestos vocales de Franck Leguerinel y aseado el Sarastro nada atemorizador -imposible con semejante dirección de escena- de Kwangchul Youn. Markus Brutscher fue un Monostatos de libro con la ventaja de no exagerar y Marta Ubieta negoció sin problemas su Papagena. La Reina de la Noche de Milagros Poblador -sobresaliente Olympia aquí mismo el año pasado en Los cuentos de Hoffmann- fue preocupante. La madrileña demostró desde el inicio de la primera de sus dos arias no estar en forma y le costó Dios y ayuda encarar los problemas de un papel que hasta hace nada dominaba sin esfuerzo y era una de sus piezas de bravura. Es de suponer que las damas -nombres solventes como Bevacqua, Rivas y Beaumont-, tan mal vestidas ellas, superarán en sucesivas representaciones la desorientación del estreno. Muy bien el coro. Los tres niños -del prestigioso Tölzer Knabenchor- cumplieron aceptablemente como lo hizo Alfonso Echeverría en el Orador.

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