"Furtivos a los que nunca cogen, sólo somos cinco o seis"
Los mariscadores sin carné contratan vigías para que les avisen si vienen guardapescas. Después, los restaurantes les compran el botín
Gorrión no es un furtivo cualquiera. "De los buenos, de los que nunca nos cogen, sólo somos cinco o seis en A Coruña", proclama mientras examina como una ola rompe bruscamente contra las rocas del gancho de San Amaro, al lado de la Torre de Hércules. Su diagnóstico es preciso: "Hay mar vivo, pero por lo menos hoy saco dos o tres kilitos". Traducido en dinero, son "unos cien pavitos para tomar unas cañas esta tarde con la mujer y la nena".
Es sábado y la ciudad comienza a descorrer las cortinas de un nuevo fin de semana. Dos horas antes Gorrión ya se había desperezado sin hacer ruido para no despertar a su hija de cuatro años. "Tienes que llegar una hora y media antes que los percebeiros". Antes también de que la patrulla de vigilancia comience la ronda sobre las ocho y media de la mañana. Nunca lo han pillado. "Hoy no tengo vigilancia, pero siempre vengo con otras dos personas con las que pagamos al vigilante a escote". Los buenos vigías están muy cotizados. Se llevan el 20% o el 25% de lo que coja cada uno. "La seguridad hay que pagarla, no vale cualquiera para hacer este trabajo", afirma mientras se apresura con la faena. "Sólo tengo hora y cuarto antes del repunte de la marea", advierte. Se santigua tres veces y desaparece por las rocas.
Hace unos años la señal de alerta se daba con un silbato, pero con las nuevas tecnologías el método ha cambiado. Los furtivos llevan un móvil dentro del traje de neopreno. "Cada uno de una compañía distinta por si falla la cobertura de una de ellas. Si el móvil vibra, sabes que hay que ocultar la bolsa y salir a toda pastilla". El vigilante se sitúa en una atalaya que le permita divisar las posibles vías de llegada de la Guardia Civil o de la policía autonómica. El mejor era Alfredo, un histórico percebeiro que seguía en la brecha con 80 años. El móvil lo ha jubilado porque no ha sido capaz de adaptarse a las nuevas tecnologías.
Camino de San Amaro, este furtivo orgulloso de su oficio parece un paseante más que se ha dado el madrugón para aligerar el colesterol con un paseíto. El chándal camufla el traje de neopreno y ha acortado la rapa con la que trabaja. Su herramienta no supera los 50 centímetros para ocultarla en el brazo.
Gorrión es un tipo de mar. "Comencé muy pequeño porque en casa no había dinero para grandes vicios. Pero siempre seré furtivo. Lo haces por dinero, pero también por vicio. Si estoy dos semanas sin ir a por percebe me falta algo. Estoy inquieto", afirma.
En 1998 reclamó un carné para mariscar pero su solicitud fue denegada porque tenía otro trabajo. Entonces se fue un año al paro, pero se cansó de esperar y ahora ya no la quiere. "Creo que me va mejor así". Hay muchos mariscadores que se han arrepentido de dar el paso hacia la legalidad. Como Javier, un compañero de fatigas, que compró un carné para mariscar con embarcación hace dos años: "Pagué 36.000 euros y ahora creo que me voy a tener que hacer yo furtivo para pagar las letras".
Marcos es otro caso. "Yo del percebe ya no puedo vivir. Lo voy a dejar y marcharme a trabajar a una obra en Mallorca". Él denuncia que casi no hay vigilancia y alerta de que se están cargando el recurso. "El otro día en O Portiño había un montón de gitanos y de drogadictos sin que nadie les dijese nada. No tienen ni idea y se cargan la semilla. El otro día sólo cogí dos kilos de los siete que están permitidos. Los vendí a 60 euros, pero con eso sólo no se puede vivir". Marcos conoce a Gorrión desde la infancia y sabe de sus tretas. Pero Gorrión es furtivo. "No como los gitanos y los drogadictos que estropean las piedras. Esa gente no se puede considerar furtiva". Han compartido marea en más de una ocasión.
A Gorrión sólo lo ha atrapado una vez la Guardia Civil. Sucedió en Ferrol "por pardillo". Hay una norma no escrita que dice que nunca se puede ir dos días seguidos a la misma zona. Y no la respetó: "Nos sorprendieron cuando salíamos tan tranquilos de las rocas. Es lo que sucede cuando vas sin vigilancia". Pero tuvo suerte. Se libró de una multa de 3.000 euros a cambio de repartir con la Guardia Civil el sabroso botín. "Creo que les dimos pena. Antes sólo había que tener cuidado con el mar, pero ahora puede ser más peligroso lo que viene de arriba", afirma.
El vigilante no sólo se ocupa de mantener los ojos bien abiertos. También lava los trajes y ayuda a limpiar el percebe. Antes de venderlo, hay que "florearlo". Y en caso de que el marisco no esté apalabrado con un restaurador, se encarga de venderlo en el Muro, la lonja coruñesa, al lado de los percebeiros que sí tienen licencia.
A la hora y cuarto, como pronosticó, Gorrión aparece otra vez. La sonrisa le ocupa toda la cara. "Tres kilitos, como te dije. No son gran cosa, pero con este mar es imposible. Yo creo que me darán 30 euros por kilo".
Camino de un restaurante con solera recuerda alguna de las ocasiones en las que estuvieron a punto de cortarle las alas. "Una vez tuve que esconder la bolsa entre unos tojos y disimular haciendo abdominales. Pero como los tipos no se marchaban, me fui a casa a buscar la silla de la niña. Puse en la cesta una muñeca y así conseguí sacar la bolsa sin que se dieran cuenta".
En ninguno de los restaurantes coruñeses reconocerán que el marisco que ofrecen en su carta no ha sido adquirido en el Muro. Pero la práctica es habitual, según afirma Gorrión. "Cuando no hay marisco compran a quien lo tenga". La trampa es consentida por todos.
Las cuentas le salen a Gorrión. Tras un breve regateo, fijan un precio de 30 euros, como presumía. "Yo ahora tengo otro trabajo, pero el percebe siempre es un recurso y una ayuda. Una vez en Portonovo saqué tres kilos con un destornillador para invitar a cenar a mi mujer". Esta tarde también las cañas correrán a cargo del dinero conseguido en las rocas de San Amaro.
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