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Reportaje:

El americano que transformó la música inglesa

Joe Boyd, figura clave del rock de los sesenta, retrata la época en 'Blancas bicicletas'

Amelia Castilla

"Cantó brillantemente Mr. Tambourine Man, recuperando la canción de la resplandeciente pero vacía versión de los Byrds, a la vez que enviaba una señal para cualquiera que se sintiera gratificado por su vuelta a la moderación acústica: esta noche no habría Blowin' in the wind. Dylan había dejado atrás el didáctico mundo de la canción política. Ahora cantaba sobre su decadente, ensimismada y brillante vida interior". Con estas palabras describe Joe Boyd, en Bicicletas blancas (Globalrhythm) una de las escenas que guarda en su memoria del festival de Newport en julio de 1965, en el que Dylan electrificó y revolucionó el sonido de su banda a partir "de letras no lineales, una actitud de total desprecio por la expectación y los valores establecidos, acompañado todo ello de una ululante guitarra blues y una potente sección rítmica, ejecutada por chicos jóvenes a volumen ensordecedor". En palabras de Boyd, aquello supuso el nacimiento del rock, en un momento en el que los Beatles todavía cantaban canciones de amor mientras que los Stones tocaban una especie de pop sexy de raíces blues. Dylan, los Beatles y los Stones, la santa trinidad de los sesenta, no pasan desapercibidos para un hombre que tiene mucho que contar.

"La música ha perdido su poder revolucionario, pero sirve para asustar"

Joe Boyd (Boston, 1942) comenzó su andadura en el mundo de la música en Londres tratando de introducir en Europa a músicos procedentes del jazz o del blues como Muddy Waters, Miles Davis, Charlie Parker o Thelonious Monk. Con el paso del tiempo acabaría fascinado por el folk británico -cuya deuda con Boyd es impagable- y produciendo a gente tan diversa como Pink Floyd, The Incredible String Band, Fairport Convention, Eric Clapton y REM. Fue programador del mítico club UFO de Londres en los años de la psicodelia y creador del sello discográfico Hannibal Records, empresa discográfica que dirigió durante 20 años, y donde el genial Richard Thompson grabó obras memorables.

En los tiempos en los que empezaba a mover artistas, la payola (pago a una emisora por la emisión de una canción concreta) se consideraba un buen negocio y todavía lo es, aunque su metodología se ha hecho más "sofisticada". Boyd cuenta que esa practica para el tipo de música con la que ha trabajado no le ha servido nunca y que no hace demasiado tiempo un fiscal de Nueva York abrió diligencias para que se persiguiera a una discográfica por ese tipo de prácticas lo que en su opinión puede considerarse como el primer intento para perseguir esa práctica desde la propia estructura.

Boyd vive ahora en Londres, donde escribe ocasionalmente para The Guardian, The Independent y opendemocracy.net. Cuando cerró su sello discográfico y se planteó la posibilidad de empezar de nuevo en el negocio, decidió escribir Blancas bicicletas, una crónica de una década prodigiosa, que personalmente sitúa entre 1956 y 1973 y una minibiografía de los artistas que la protagonizaron. El libro se acompaña de un disco con algunos de los éxitos que él contribuyó a popularizar que resume su carrera.

Sus amigos, entre los que se cuenta Mario Pacheco, director de Nuevos Medios y autor del prólogo, le tenían por un excelente conversador pero a todos ha sorprendido su capacidad para narrar la época. De hecho, la buena acogida del libro le ha animado a empezar otro volumen, menos personal pero dedicado, esta vez, a desvelar los negocios sucios de la producción musical.

A lo largo del libro, Boyd deja claro que hacen falta buenas dosis de diplomacia para entenderse con los artistas. A sus 64 años, Boyd no ha perdido ni un ápice de elegancia, aunque en la sintonía de su teléfono móvil suene el canto de un gallo. Se confiesa colgado de unos años en los que "el mundo cambiaba cada semana". La lucha por la justicia, contra el racismo y la guerra unió a mucha gente, tanto que parecía que la música sería capaz de cambiar el mundo, pero la deleitosa sensación no duró mucho. Personalmente su optimismo se vino abajo cuando descubrió -gracias a Dispatches, de Michael Herr- que los pilotos de guerra estadounidenses ametrallaban campesinos vietnamitas mientras escuchaban a Dylan y a Hendrix por los auriculares de cabina. Pese al desencanto, su interés por la buena música no ha decaído. Aunque haya perdido ese poder revolucionario, Boyd considera que la música puede tener su efecto, "aunque sólo sea para indignar y asustar a las autoridades, pero si los políticos fueran capaces de relajarse se darían cuenta de lo poco que tienen que preocuparse con la música que se hace hoy en día".

El productor Joe Boyd, el martes en Madrid.
El productor Joe Boyd, el martes en Madrid.CLAUDIO ÁLVAREZ
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