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Moral, moralina y moraleja

Con mayor frecuencia cada día, la vida en los aviones, suspendida en el tremendo galimatías internacional, va convirtiéndose en una parábola de nuestra inerte existencia en tierra firme, roturada y parcelada por prejuicios que idiotamente creímos desterrados. En torno al sexo, por ejemplo.

Tomen el caso de la azafata Lisa Robertson, despedida hace un par de semanas por la aerolínea australiana Qantas como consecuencia de haber entrado en el baño junto con Ralph Fiennes, durante un vuelo de Darwin (Suráfrica) a Mumbai (India), el pasado mes de enero. Lo que la pulcritud política de los medios para lectores que se la cogen con un papel de fumar han definido asépticamente como tener sexo, mantener relaciones sexuales, o bien escarceos ?cuando la palabra que te llena la mente y la boca tras enterarte es Follar, Follar, Follar: menuda calentura?, ha suscitado una serie de reacciones en cadena que sólo podía conducir a la expulsión de Robertson de la empresa a la que prestaba sus servicios laborales. Curiosa imagen: antes (del diluvio), el ángel echaba del paraíso a la primera pareja humana por haberse mirado con deseo (el verdadero árbol del bien y del mal, del conocimiento); ahora es un jefe de personal, directamente inspirado por la Culpa Previa (Eva, la Manzana, la Serpiente), quien pone de patitas en el suelo a la pecadora, mientras secretamente él se coloca en el lugar de Fiennes, que salió del affaire aduciendo haber sido seducido, menudo pedazo de hipócrita de la más selecta cepa de calientaentrepiernas británicos.

Esas compañías aéreas que sólo admiten a mujeres jóvenes altas y delgadas, guapas y encima trabajadoras incansables, de repente se indignan porque una de ellas haya fornicado con lord Fiennes, el hombre que pasó injustamente al Olimpo de las Maduritas por estar viviendo con una cincuentona; luego descubrimos que no le era leal ?lo cual es cosa de ellos? y que es, además, fetichista de zapatos, lo cual me induce a preguntarme cómo se las arregló para lamerle los tacones en el angosto lavabo, pero ésta es otra historia. Bueno, a lo que iba, si no quieren que azafatas y azafatos y clientes se líen en los WC, que contraten a clones de ET., con y sin peluca rubia.

Como consecuencia del polvazo a lo Emmanuelle y Ricas y famosas que, presumo, echaron la azafata y el actor, la moralina empezó a expandirse por el interior de la compañía aérea como un arma bioquímica. Primero denunciaron a Lisa miembros de la tripulación: aeromozas y aeromozos a quienes les carcomió la envidia de que Robertson y Fiennes intimaran, no me cabe duda. En vez de llamarla después de los hechos, preguntarle “y cómo es él” e invitarla a un zumo de naranja de cosecha propia ?eso, en el caso de que consideraran que merecía una leve penitencia?, lo que hicieron fue chivarse, verbo subjetivo que forma parte del vocabulario de nuestros días. Todo el mundo se chiva de quién bebe, quién come grasas saturadas, quién fuma, quién folla, quién permanece en situación irregular en lo que se refiere a los placeres de la vida, quién se autodestruye porque prefiere hacerlo antes de que los demás le fulminen? Los chivatos velan por nosotros, el cielo les juzgue y nos ampare.

Moralina también en los escandalizados receptores de la noticia (por SMS, quienes estamos suscritos a un servicio), que sin embargo, a fuerza de costumbre, ya no nos escandalizamos ante el goteo de mujeres asesinadas por partidarios de su monogamia (la de ellas), que también nos llegan por SMS: ding-dong, ya son tantas; ding-dong, ya son tantas, las víctimas. La indiferencia con que asumimos la doble moral hoy más que nunca (en este caso, la de una compañía aérea que, como todas, las exige bellas y las quiere gélidas pese a las vibraciones del aparato) es un signo de enfermedad mental no inferior al hecho de considerar perversa la promiscuidad. Como si la castidad y la monogamia obligatorias no se contaran entre las grandes aberraciones humanas, sobre todo para quienes se hallan en edades dignas de merecer y de recibir.

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