Sospechas y derechos
Desconfianza. Nadie, salvo Irán, desea que Teherán se haga con la bomba. Es posible que Irán quiera conseguir el arma nuclear, o al menos dominar la tecnología para fabricarla, para garantizar su existencia como país y como régimen (éste cambiará), aunque vaya en contra de los principios islamistas del actual líder supremo, el ayatolá Alí Jamenei, y del fundador de la República Islámica, el imán Jomeini. Pero no hay prueba de ello. Es una cuestión de desconfianza, por parte de Occidente, e incluso de amigos como Rusia y China, agravada por la negación del Holocausto y el llamamiento a "borrar a Israel del mapa" del presidente Mahmud Ahmadineyad.
En su derecho. Irán asegura que está en su derecho de enriquecer uranio para fines pacíficos. Y lo está. El Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear del que es parte se lo permite bajo inspección del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA). Lo que Estados Unidos y la comunidad internacional le están pidiendo es que renuncie a ese derecho, al menos para empezar. La tecnología necesaria para los fines pacíficos es la misma que para fines militares, aunque hay una diferencia, importante, de grado de pureza. Irán no ha violado el tratado en lo que ha hecho, pero sí al no informar durante 18 años de su programa al OIEA. Y al no responder a la exigencia del Consejo de Seguridad de la ONU de detener el enriquecimiento. El OIEA, en su informe del jueves, ha señalado que el programa ha seguido avanzando y que Irán podría contar con 3.000 centrifugadoras para mayo. También hay que decir que es ésta una industria importante en la que los países que la poseen no quieren nuevos competidores, lo que puede contribuir a explicar la dureza de la posición francesa para las sanciones.
Mejor dentro que fuera. En todo caso, es mejor que Irán siga en el TNP, y bajo la consiguiente supervisión del OIEA, que fuera, como ocurrió en el caso de Corea del Norte. Cabe recordar que, aunque haya reducido marcadamente sus efectivos, las grandes potencias nucleares han incumplido el objetivo del TNP de 1968 de deshacerse de esas armas. Irán siente que hay dobles raseros. Israel tiene armas nucleares (por razones existenciales) y no es parte del TNP. La nuclearizada India (que se ha sumado a las sanciones del Consejo de Seguridad contra Irán) tampoco es parte del TNP, pero Washington la ha premiado con una colaboración especial.
Proliferación. A Chirac se le escapó hace poco que no sería tan grave que Irán tuviera unas cuantas bombas, pues sabe que si las usara en otra forma que para disuadir de ser atacado, sería arrasado. Pero preocupa en Occidente, y en toda la zona, que una bomba en manos de un Estado islamista chií llevara a otros países árabes, como Arabia Saudí, pero también Argelia (por eso España sigue muy de cerca estas negociaciones), a dotarse de estas armas.
El complejo de Irak. Después de no aparecer armas de destrucción masiva en Irak tras la invasión, EE UU tiene un serio problema de credibilidad. La inteligencia proporcionada sobre Irán por el espionaje americano es deficiente, según informaba el diario The Guardian desde Viena. A pesar de ello, muchos gobiernos europeos que fueron críticos con la invasión norteamericana de Irak no se atreven a oponerse a Estados Unidos en el OIEA y se muestran sumisos.
Presiones y rendición. El tono belicoso aumenta por parte de Washington. Las sanciones norteamericanas, especialmente las limitaciones de la Reserva Federal a transacciones iraníes, están haciendo mella. Europa confía en que la doble vía de las presiones (reforzadas si el Consejo de Seguridad aprueba unas nuevas, para lo que habría que superar las reticencias rusas y chinas) y la negociación acabe llevando a Irán a la razón. Como indicaba el Financial Times, a Irán se le pide que se rinda para hablar. Así, no funcionará. Habrá que buscar fórmulas intermedias, como han estado sugiriendo europeos e iraníes. Además, éstos saben que se han convertido en imprescindibles para deshacer el embrollo regional, de Afganistán a Irak y Líbano.
aortega@elpais.es
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