Una 'cyborg' contra Clooney
Que a George Clooney le sienta bien el blanco y negro se sabía, y ayer, segunda jornada de la 57ª edición de la Berlinale, sólo se confirmó. El buen alemán, dirigida por Steven Soderbergh e interpretada por Clooney y Cate Blanchett, es un thriller romántico situado en el Berlín del final de la II Guerra Mundial. Blanco, negro y mucho gris para una película en la que Clooney juega a Bogart, Blanchett a Marlene y Soderbergh a lo que más le gusta: a director sabelotodo. Un explícito homenaje al cine de los años cuarenta (hecho e interpretado con los moldes de aquellos años de oro) que pretende ser un serio experimento estético pero se queda en un juguete caprichoso que se justifica y se sostiene por la química entre Clooney y Blanchet.
Por desgracia, al guapo actor sólo se le pudo ver en la pantalla, con su traje estrecho de corresponsal de guerra militar y esa mirada de hombre enamorado que borda. Sí estuvo Soderbergh, quien habló del magnetismo de estrella clásica que destila Clooney, del reto que supone para un actor de hoy interpretar como antes de que Marlon Brando, Montgomery Clift y James Dean cambiaran las reglas del juego, y de cómo su película utiliza la narrativa clásica del cine americano pero con un telón de fondo moral europeo.
Acompañando al cineasta (que retoma en mayo su proyecto interrumpido sobre la vida del Che) estuvo la deslumbrante Cate Blanchett. Elevada sobre unos altísimos zapatos negros de Roger Vivier y acompañada por sus dos hijos, la actriz acaparó todas las miradas y se ganó la foto del día.
Desde el primer día se hablaba de la película coreana I'm a cyborg, but that's ok como una posible sorpresa dentro del concurso. Que la nueva película de Park-Chan-wook, el director de Oldboy, es sorprendente nadie lo puede negar. Una comedia de tono disparatado que transcurre en el manicomio donde Young-goon (una niña obsesionada con la dentadura postiza de su abuela) está internada. La niña sólo habla con una lámpara y una máquina de bebidas y vomita todo lo que come porque se cree una cyborg y teme estropear su maquinaria. Entre vomitona y vomitona de arroz, el público fue desertando. Se perdieron lo mejor: los locos haciendo un número de Sonrisas y lágrimas y la cyborg desatada disparando contra todos los médicos del hospital.
Fue el final de una jornada que se abrió con la película brasileña El año que mis padres se fueron de vacaciones, situada en Brasil en los años setenta en una comunidad yídish de São Paulo. Una película correcta (lo mejor, el retrato del distrito de judíos, árabes e italianos de Bom Retiro) pero en la que se utiliza como punto de vista lo que empieza a ser un abuso estomagante: la reconstrucción mitificada del pasado a través de la mirada perpleja de un inocente. Cromos de Pelé frente al horror de una dictadura.
Babelia
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