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Columna
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'El chavezato'

Hasta ahora el presidente venezolano, Hugo Chávez, usaba como método de trabajo el discurso, la versión oral de la palabra; pero con el inicio, estos días, de los 18 meses en los que podrá legislar a su antojo -lo que inaugura el chavezato- tendrá que revelar, por fin, el método del discurso.

Desde 1999 en que asumió el poder por decisión democrática de los venezolanos, Chávez ha repartido mucha plata, lo que le ha ayudado a revalidar otras dos veces su mandato; ha traído médicos y personal cubano que han mejorado la calidad de vida de los más necesitados; pero no ha avanzado gran cosa en la tarea que incesantemente proclama como suya: la transformación socialista y bolivariana del país, de la que si lo segundo es pura exaltación histórica, lo primero exhibe toda una batería de casos de lo que representó en el este de Europa, la URSS, o China, por ejemplo.

Durante los primeros meses de ese año y medio, regalados por una Asamblea Nacional que se ha hecho jubilosamente el haraquiri, el presidente legislará sobre puntos de la Constitución todavía en vigor, en algunas de las once áreas que considera señaladas para que Venezuela mude de faz: energía, educación, propiedad de la tierra, defensa nacional. Y, cumplido ese periodo, hará algo extraordinario: legislar sobre una futura constitución que seguramente no habrá entrado todavía en vigor, a la espera del referéndum que ratifique ese texto fundador del socialismo venezolano.

Tal mudanza concentrará más si cabe los poderes en el presidente, porque su voracidad de poder y convencimiento de que sólo se puede fiar de sí mismo, hace que hasta le estorben los colaboradores. Y esa concentración alejará irreversiblemente a Venezuela de lo que se entiende en Occidente por una democracia. Será un régimen autoritario, pero constitucional y aprobado democráticamente por la ciudadanía, puesto que ni el gran referente intelectual de la oposición, Teodoro Petkoff, ha puesto en duda la verdad del sufragio en las presidenciales del pasado 3 de diciembre, que ganó Chávez con más de un 62% de síes.

¿Pero, acaso, no son las urnas las que determinan quién gobierna? Cuando en 1991, los militares argelinos dieron un golpe para que los islamistas del FIS no pudieran rematar en segunda vuelta su victoria, no faltó quien dijera que la democracia no podía resignarse de brazos cruzados a su liquidación; pero una mayoría sostuvo que el resultado de una elección democrática no podía concebirse a la carta, lo tomas o lo dejas, según convenga a quien tenga la fuerza para decidir sin apelación.

En caso de que se juzgue que es una equivocación votar por Chávez, cabría preguntar si es que los venezolanos no tienen derecho a equivocarse. A partir de ahora, sin embargo, será difícil llamarse a engaño: Venezuela va camino de dejar de ser lo que hace 30 años la izquierda llamaba, altiva, una democracia formal. El plan se hallaba ya deletreado en los numerosos desmelenamientos verbales del presidente. Y en estos 18 meses lo que se hará es aplicar el método de un discurso, por el que las fuentes del pluralismo liberal-capitalista se irán agostando de manera que no haga falta prohibir partidos políticos, ni manipular explícitamente el voto. La oposición no podrá ganar nunca porque carecerá de los medios materiales para ello.

¿Hay que salvar, por tanto, a Venezuela de sí misma?; y, además, con urgencia, porque esos 18 meses no se han fijado a humo de pajas, si no que garantizan que para la próxima cita electoral el país ya haya aprendido a votar. Ante ello, la notable columnista de El Nacional Milagros Socorro, hace una novedosa apología del silencio: "Estamos callados para que se escuchen con toda claridad sus cantos y que ni el zumbido de una mosca hienda la algazara que rodea la fogata". Una Venezuela enmudece mientras la otra se desgañita.

Si a la opinión del mundo occidental, no digamos ya a la del subdesarrollo, se le diera a elegir entre una mejora apreciable de su nivel de vida a costa de las libertades o seguir sufriendo la desigualdad abyecta que ha conocido Venezuela con la democracia de los predecesores de Chávez, ¿cuál sería la respuesta? Todo el mundo lo sabe; aunque a buen seguro que lo adecuado será siempre preferir una democracia justa y desarrollada.

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