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PRIMERA PARTE

"Abusaron de mí"

Han vivido un infierno por los abusos sexuales que sufrieron de niños y las dificultades que encontraron para contarlo. La fundación de una de estas víctimas, Vicki Bernadet, y la asociación Ashoka, recién desembarcada en España, les ayuda a recuperar la confianza

Claudia, con su pareja, Mauro, en la casa que acaban de estrenar. Ella por fin ha podido afrontar con ilusión un proyecto común de vida, tras superar las consecuencias de los abusos que sufrió con cuatro años. Hasta que no leyó un reportaje sobre el tema no fue plenamente consciente de su situación.
Claudia, con su pareja, Mauro, en la casa que acaban de estrenar. Ella por fin ha podido afrontar con ilusión un proyecto común de vida, tras superar las consecuencias de los abusos que sufrió con cuatro años. Hasta que no leyó un reportaje sobre el tema no fue plenamente consciente de su situación.MERCEDES DE LA ROSA

A Vicki todavía le tiembla la voz cuando verbaliza los pocos recuerdos que le quedan de su infancia. El resto los bloqueó cuando, a los nueve años, una persona de su entorno empezó a abusar sexualmente de ella. "Era un adulto quien me acariciaba y me decía que yo era especial para él y que, para evitar celos, tenía que ser un secreto". Y así fue. Durante muchos años, Vicki no habló del tema y sobrevivió a un calvario de enfermedades psicosomáticas, tristeza y soledad. El mismo que la mayoría de personas que, tras sufrir abusos sexuales en su infancia o adolescencia, callan.

Tras este largo silencio, Vicki buscó ayuda. Anhelaba encontrar a alguien que le sacara del tormento que vivía. Desde pequeña había soñado que las hadas de los cuentos, una noche, lo harían. Pero nunca llegaron. Fue ella quien salió a buscarlas desesperadamente y, al no encontrarlas, creó una asociación para ayudar a quienes se encontraran en su misma situación. Así nació Fada (hada en catalán), una asociación especializada en el asesoramiento, tratamiento, sensibilización y prevención de los abusos sexuales a menores. Desde aquel momento, el horror que había paralizado su vida se convirtió en el motor de ésta. A Fada (hoy, Fundación Vicki Bernadet) es donde llegaron buscando ayuda Claudia, Manuela y Miguel.

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A pesar de que los abusos sexuales son todavía un tabú en España, el estudio más representativo de prevalencia -casos de abusos sexuales que la población adulta reconoce haber sufrido- en nuestro país, realizado en 1994 por el doctor Félix López, de la Universidad de Salamanca, revela que el 23% de las mujeres y el 15% de los hombres han sido víctimas de algún tipo de abuso antes de cumplir 17 años (lo que representa un 19% de la población). De éstos, únicamente un 40% recibe ayuda. Según el Centro contra la Violencia Reina Sofía de Valencia, el año pasado, 1.323 menores españoles fueron abusados sexualmente. "Las cifras son muy altas", reconoce la psicóloga de Fada Nuria Grau. "Hay que tener en cuenta que cuando se habla de abuso sexual no se refiere únicamente a penetración; hay muchas maneras de abusar sexualmente de un niño". El National Center of Child Abuse and Neglect, de Estados Unidos, considera abuso sexual a "cualquier contacto o interacción entre un niño y un adulto cuando el adulto, es decir, el agresor, utiliza al niño para estimularse sexualmente a sí mismo, al propio niño o a terceros".

"Hay que concienciar y sensibilizar a la gente de que los abusos sexuales existen y, por desgracia, son muy frecuentes", explica Vicki. "No hay que ser alarmista, pero sí dar herramientas para detectarlo, tratarlo y, sobre todo, prevenirlo. Y esto se consigue informando". Labor que esta mujer fuerte, de salud frágil, emprendió hace casi diez años, y gracias a la cual ha sido reconocida como "emprendedora social" por la prestigiosa organización Ashoka. Este organismo se dedica a identificar y apoyar a personas con ideas innovadoras y capacidad de resolver problemas sociales alrededor del mundo. Según María Zapata, directora de Ashoka en España, Vicki es una de las cinco personas a las que se ha decidido apoyar -su proyecto cuenta hoy con un equipo de diez personas trabajando a media jornada-, tras pasar un riguroso proceso de selección entre más de 500 candidatos españoles.

"El gran problema con el abuso sexual en la infancia es que no se habla de él y parece que no exista", explica Vicki. El fuerte secretismo que rodea esta problemática lo explican los dos pilares que habitualmente la sustentan: la familia y el sexo. Según los psicólogos Enrique Echeburúa y Cristina Guerricaechevarría, autores del estudio Abuso sexual en la infancia: víctimas y agresores, entre un 65% y un 85% de los abusos sexuales ocurren en el seno del hogar, en forma de tocamientos y sexo forzado. Por esta razón, numerosos casos no salen a la luz o se quedan en el ámbito privado; pocas veces se produce el terremoto familiar que las víctimas esperan. Incluso cuando alguien de la familia conoce lo que está sucediendo, tampoco lo denuncia por la desestructuración que supondría destaparlo. Así ocurrió cuando, a los 13 años, Manuela explotó y le contó a su madre que su padre había abusado de ella. "Se quedó alucinada, lo único que salió de su boca fue: a partir de ahora, de la niña me ocupo yo". No hubo grandes dramas ni peleas; tampoco el apoyo y la empatía que Manuela hubiera necesitado para dulcificar su dolor. Siguió viviendo bajo el mismo techo que su abusador. "Nadie me ha devuelto la niñez que me robaron, ¿y dónde puedo ir a reclamarla?", se queja. "Te han jodido la vida, y te la han jodido en tu casa".

La familia de Manuela era, aparentemente, una familia normal y unida. Su padre trabajaba, no bebía ni era violento, y su madre cuidaba de sus hermanos y de ella. "En casa no había problemas ni gritos, y nos daban mucho amor. Eso sí, existía un sentido muy estricto de lo que estaba bien y de lo que estaba mal hecho. Eran muy religiosos y pudorosos, el sexo era tabú. Nadie hablaba de eso porque era pecado", recuerda. "Luego me di cuenta de que el pecado no es el sexo, que es algo natural, sino abusar de una hija". Dice no sentir rencor hacia su padre, prueba de ello es que no privó a su propio hijo de la oportunidad de disfrutar de su abuelo, pero reconoce que no ha sido fácil aceptar lo que pasó. Ha invertido en ello mucho sufrimiento, voluntad y numerosos libros de autoayuda. "¿Cómo pudieron?", se pregunta una y otra vez. "Sigo teniendo sentimientos encontrados al respecto; por un lado son las personas que más he querido en el mundo y sé que ellos a mí también, pero por otro son quienes más daño me han hecho".

Para reconciliarse con estos y otros sentimientos y lograr entender el porqué de las actuaciones de sus progenitores, Manuela investigó sus pasados. "Mi padre también fue agredido de niño, y eso explica muchas cosas". Según Noemí Pereda, psicóloga especializada en abusos sexuales a menores, hay un porcentaje muy alto de abusadores que fueron víctimas de abusos en el pasado y normalizan el patrón, "o bien porque nunca lo han reconocido, o bien porque repiten lo aprendido en las relaciones paterno-filiales". Lejos de las creencias generalizadas, los abusos sexuales no ocurren únicamente en clases sociales bajas, ni los abusadores tienen por qué ser delincuentes o marginados. Muy al contrario, son personas integradas en la sociedad y, casi siempre, reconocidas en sus círculos. La relación con la víctima se va consolidando lentamente, a través de regalos, charlas o haciendo que se sienta especial. Así es como Miguel acabó confiando en el sacerdote que se ocupaba de un grupo de jóvenes católicos los fines de semana. "Él me observó y vio que era un niño tímido y reservado. Se ganó mi confianza llenándome huecos afectivos. Hay que entender que todo no pasa de un día para otro, es algo gradual", aclara. "Con el tiempo, la relación va haciéndose más intensa y, sin darte cuenta, eres más permisivo". Inicialmente, el sacerdote se le acercaba en el comedor para hablar de sus problemas e inquietudes intelectuales. Poco a poco, las charlas amistosas fueron derivando en conversaciones sobre sexo -"educación sexual", decía él-, con demostraciones incluidas. Después llegaron los besos. "En ese momento me di cuenta de que aquello no era normal y de repente hice un cambio de chip; me alejé totalmente de él". Miguel guardó silencio. "Te callas por vergüenza, sobre todo siendo hombre. Crees, erróneamente, que igual tú has hecho algo mal para que ocurriera. Después te lo niegas. Duele demasiado pensar que una persona en la que confiabas y a la que respetabas se ha aprovechado de ti".

Habitualmente, el descubrimiento de un abuso tiene lugar tiempo después de que ocurra, únicamente un 2% de los casos se conocen inmediatamente. El temor a que la familia se desintegre, a no ser creídos, a ser acusados de seducción, a escuchar preguntas como ¿por qué lo cuentas ahora? o ¿qué necesidad hay de removerlo todo?, y el miedo al qué dirán son los factores que silencian los abusos sexuales a menores. Miguel estuvo mucho tiempo haciendo ver que aquel episodio de su vida nunca había ocurrido. "Estaba tan desbordado que no me permitía sentir lo que me estaba pasando". Se concentró en acabar el bachillerato, entrar en la carrera de medicina y no dar disgustos en casa. Pero años más tarde, viendo una película donde una mujer era violada, revivió todo. "Me pasé llorando la noche entera". Al día siguiente buscó ayuda.

Claudia también lapidó los abusos que sufrió a los cuatro años a manos de un familiar. Incluso llegó a dudar si alguna vez ocurrieron. "Intuía algo, pero no sabía exactamente qué había sucedido". Tras leer un reportaje sobre el tema, que había guardado durante meses en un cajón, y reconocer las sensaciones que los protagonistas relataban, decidió llamar a Fada. "Aquí me explicaron que lo que sentía era fruto de los abusos. Empecé a entender muchas cosas".

Como cada último jueves de mes desde hace tres años, un gam (grupo de ayuda mutua) se reúne en la sede de Fada-Fundación Vicki Bernadet de Barcelona. Entre sus componentes se encuentran adultos de distintas edades, contextos y pasados, pero con un denominador común: todos fueron abusados sexualmente siendo menores. Se juntan para tratar de deshacerse de la "mochila" de sufrimiento que cargan desde entonces. Claudia, Miguel y Manuela hablan de lo que les pasó abiertamente, no tienen problema en dar la cara en este reportaje. Están cansados de sentir vergüenza y culpa por algo a lo que fueron forzados, y para lo que no tuvieron capacidad de decir que no. "¿Quién le enseña a un niño a decir no a un adulto?", se pregunta Miguel, cansado de escuchar preguntas hirientes como ¿y por qué no te negaste? "Cuando eres niño, te previenen de los extraños, pero no de tus familiares o de las personas de tu entorno". El resto de integrantes del grupo prefiere que no se conozcan sus historias; el silencio todavía se impone. Parte de éste nace de ellos mismos, de su vergüenza y su dolor; la otra parte es un instinto de protección hacia sus seres más queridos, temen que no les entiendan y prefieren ahorrarles el sufrimiento. "Por un lado me encantaría contarlo, pero por otro no puedo, es superior a mí", confiesa una joven de 19 años.

"Hablar de lo que ha ocurrido es una liberación necesaria para quien lo ha sufrido", reconoce Miguel, "aunque no deja de ser molesto para tu entorno". Recuerda el momento de desvelárselo a su madre como uno de los más duros de su vida. "Sabía que iba a herirla, pero contándoselo era la única manera de sanar yo". Claudia probó distintas terapias con psicólogos, pero hasta que no llegó a Fada no se sintió realmente comprendida. "La gente que ha pasado por lo mismo que tú es quien mejor te entiende; es como si hablaras un mismo idioma". Para Manuela, este encuentro supuso una contradictoria sensación de alivio: "Por un lado te entristece ver que hay mucha gente, demasiada, que pasa por esto, pero al menos no te sientes tan sola". Comprobó que no era un bicho raro: "Yo dudaba si era normal. He estado viva todos estos años porque mi cuerpo seguía respirando y porque tenía un hijo que sacar adelante, pero emocionalmente es como si hubiera estado muerta. No he podido sentir ni disfrutar, y eso te machaca. No sabía si sería capaz de salir adelante con mi vida y lograr algún día ser feliz".

Tal y como apuntan los expertos, el abuso sexual es un suceso traumático que puede producir efectos psicológicos negativos a corto, medio o largo plazo, y en algunos casos no producirlos. Todo dependerá de cómo canalice el menor la experiencia, la reacción que encuentre en su entorno frente al suceso, quién sea el abusador, cuánto duren los abusos y las situaciones con las que se encuentre la víctima a lo largo de su vida. Es difícil hablar de un síndrome o unas consecuencias comunes a todas las personas que han sufrido abusos, pero sí existen conductas y estados a través de los cuales familiares, profesores o el entorno más cercano pueden detectarlos. Según un estudio elaborado por el Centro Reina Sofía contra la Violencia, las reacciones más inmediatas entre las niñas son de tipo ansioso-depresivas, que a veces dan pie a tristeza y aislamiento, mientras que entre los niños abundan el fracaso escolar, los problemas de comportamiento sexual -masturbación compulsiva o comportamientos que no pertenecen al nivel evolutivo del niño- y las conductas agresivas. Durante la adolescencia son frecuentes las huidas de casa, el consumo de alcohol y drogas, e incluso el intento de suicidio. Los efectos a largo plazo, cuando la víctima ya es adulta, son más diversos y dependerán mucho de si existen factores externos que los desencadenen. Las alteraciones más frecuentes son de tipo social, sexual y emocional -desencadenantes de ansiedades, desconfianza, sentimiento de culpa y baja autoestima-, las depresiones, el control inadecuado de la ira y las conductas compulsivas o adictivas, que suelen provocar disfunciones alimentarias (anorexia y bulimia), ludopatía, drogadicción o prostitución.

Vicki manifestó algunos de estos síntomas en la adolescencia. Se convirtió en rebelde y problemática, y se ganó la etiqueta de estar "poseída" por el extraño comportamiento que adquirió desde que empezaron los abusos. "Era una manera de llamar la atención, necesitaba que alguien se diera cuenta de lo que estaba pasando". Pero nadie preguntó. Una vez más, el silencio ganaba la partida a los abusos, que continuaron durante años. "Fui perdiendo la capacidad de relacionarme con los demás y asumí que yo no tenía derecho a cosas como la ilusión, el amor y el sexo. Me veía como un instrumento para que lo consiguieran los demás". A Manuel, los abusos también le dejaron mutilada la capacidad de tener relaciones de pareja satisfactorias y le provocaron estados de ansiedad muy fuertes. "Hasta hace poco no me enteré de que las mujeres pueden disfrutar del sexo", confiesa con su característico toque de humor. También Claudia experimentó sensaciones parecidas. De niña había hecho esfuerzos para llamar la atención autolesionándose; se daba golpes en la cabeza, brazos y piernas para conseguir sentir daño físico. "El dolor que sientes dentro es tan grande que necesitas que el externo sea mayor". Tampoco lo detectaron en su entorno. Después vinieron años de bulimia, vómitos y actitudes compulsivas que ella misma decidió parar intuyendo que su corazón no aguantaría tanto dolor. Hace tres años puso su curación como prioridad y, paralelamente, se cruzó con su pareja, Mauro, quien ha sido el mejor apoyo en este camino. "Ahora entiendo lo que es querer de verdad". Dice que ya no siente miedo a mirarse al espejo porque ha logrado que le guste lo que ve reflejado. Después de tres años de trabajo personal puede hablar de lo que vivió con normalidad, sin dramas ni victimismo. "Es algo que pasó; hoy siento que estoy llegando al final de una etapa".

Según la psicóloga Nuria Grau, los procesos de curación son únicos, "cada uno llega hasta donde quiere y puede llegar". Hay quienes aprenden a vivir con lo que ocurrió, quienes precisan enfrentarse a su abusador y oír "perdón" de su boca, y quienes necesitan que éste muera o se someta al peso de la justicia. Las abogadas penalistas Alicia Iglesias y Nuria Martín, especialistas en este tipo de delitos y asesoras de Fada, saben lo difícil que es llegar a este punto. En muchos casos, el delito prescribe o cuesta probarlo, ya que son hechos que se producen en la intimidad y cuyas pruebas desaparecen con el transcurso del tiempo. Si a esto se le suma la dilatación de los procesos -que a veces implica el olvido de detalles por parte de la víctima-, la complejidad a la hora de practicar y ratificar las pruebas, exámenes y entrevistas para el procedimiento, así como las implicaciones que tiene para la propia víctima y su entorno -especialmente si el abuso es dentro de la familia-, es comprensible que la mayoría de denuncias no lleguen a juicio. Si lo hacen, las estadísticas apuntan a que si es el niño quien verbaliza haber sufrido un abuso o algo que en su vocabulario pueda interpretarse como tal, suele ser verdad. Únicamente un 7% de las declaraciones resultan falsas, porcentaje que aumenta a un 35% cuando las alegaciones se producen en un contexto de divorcio conflictivo o problemas de pareja.

"Uno llega a superar los abusos sexuales; a que no le condicionen", explica Vicki. "Pero para lograrlo hay que poder hablar de ello y encontrar con quién hacerlo". Una de sus mayores angustias es pensar que hay personas que no encuentran este apoyo. Vicki no sabe de horarios; si su teléfono suena y al otro lado hay alguien que necesita unas palabras de aliento, ella apaciguará su sufrimiento con su propia experiencia. "Cuando ves que alguien que ha pasado por lo mismo ha podido superarlo, te da esperanza".

Los "emprendedores sociales" de Ashoka

"Tú puedes". Éste es el lema con el que el neoyorquino Bill Drayton creó, hace 25 años, la organización Ashoka. Su objetivo era, nada más y nada menos, lograr cambiar el mundo. Drayton, formado en las mejores universidades estadounidenses, parte del equipo de gobierno de Jimmy Carter y del grupo impulsor del Protocolo de Kioto, estaba convencido de que si encontraba a personas con buenas ideas y capacidad para llevarlas a cabo -a quienes bautizó como "emprendedores sociales"- lograría su objetivo. ¿Por qué el sector social no podía estar estructurado de la misma manera que tradicionalmente había estado el de los negocios?

Desde entonces, Ashoka ha identificado a más de 1.400 emprendedores en 48 países que, entre otros logros, han salvado millones de hectáreas de selva, liberado a niños forzados a trabajar y proporcionado educación y sanidad a quienes no tenían acceso a ella. "En España existe mucha gente haciendo cosas importantes en el campo social", explica María Zapata, directora de la organización en nuestro país, "pero todavía no se consideran emprendedores. Es algo nuevo aquí". Junto a varios equipos multidisciplinares, seleccionó el pasado otoño a los cinco primeros emprendedores sociales españoles. "Buscamos gente con ideas innovadoras cuyos proyectos tengan impacto social. Han de ser creativos a la hora de conseguir sus objetivos y resolver problemas, y tener una fuerte ética y pasión por lo que hacen". Ashoka, junto a sus socios españoles -Fundación Un Sol Mon de Caixa de Catalunya, Grupo Vips, Grupo Norte y otros privados-, los apoyará con una remuneración de 35.000 euros anuales durante tres años, para que puedan dedicarse íntegramente a sus proyectos, y les incluirán dentro de su red mundial.

A pesar de tener formaciones distintas y venir de contextos muy diversos, según Zapata, los cinco emprendedores escogidos identificaron algo que no estaba funcionando, y dieron soluciones realistas para cambiar la sociedad. Antonio García Allut detectó, ya de niño, que los pescadores malvivían, a pesar de lo arduo de su trabajo. Estudió antropología y se especializó en el colectivo apuntando los problemas comerciales, económicos y medioambientales a los que se enfrentaban. Para erradicarlos creó Lonxanet, la primera empresa de comercialización de pescado en la que los propios pescadores participan en todo el proceso, dejando de ser meros "recolectores de pescado" para convertirse en "gestores del medio ambiente marino". También Isabel Guirao partió de una incomprensión para iniciar su proyecto: cómo en una sociedad en la que el ocio es un eje vertebrador, las personas con discapacidad intelectual no podían disfrutar de un ocio digno y solidario. Para lograrlo creó una red de voluntarios y profesionales en la que discapacitados o no comparten el ocio, con el convencimiento de que "una sociedad en la que participan todos sus miembros, sin exclusiones, es mucho más rica".

En esa línea de integración, Jean-Claude Rodríguez-Ferrera y Raúl Contreras trabajan para dar un lugar en la sociedad a inmigrantes y personas en riesgo de exclusión. El primero lo hace a través de Comunidades de Autogestión Financiera (CAF), un sistema que impulsa que los inmigrantes, generalmente sin red social o familiar que les apoye, se unan en grupos para resolver necesidades inmediatas de crédito y ahorro. El segundo utiliza las empresas como motor de transformación social a través de la IUNA, un modelo de "holding social" donde la empresa matriz provee servicios centrales (ventas, formación, financiación y marketing) a las empresas del grupo. La quinta "emprendedora social" es Vicki Bernadet, protagonista de este reportaje.

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