La memoria emocionada
Ha vuelto la vista atrás. A la Guerra Civil, uno de los periodos más difíciles de nuestra historia más reciente, y ha escrito una ambiciosa novela que ya desde su título remite a Machado. Con 'Corazón helado', Almudena Grandes indaga en cómo el pasado opera en la vida de los españoles de ahora
En el prólogo de Modelos de mujer, Almudena Grandes (Madrid, 1960) explica sus orígenes literarios y dice que es escritora porque no sabía dibujar. Todos los domingos iba con su familia a casa del abuelo, donde los hombres veían el partido del fútbol y los niños eran relegados al comedor a dibujar en silencio. Pero ella dibujaba fatal, se aburría mucho y no paraba de dar la tabarra, hasta que un día a alguien se le ocurrió darle un cuaderno para que escribiera y dar así salida a su portentosa imaginación. Cada domingo escribía versiones distintas del mismo cuento, el de una niña rica que la niñera pierde en un parque y es recogida por una gitana que la cuida en la vida itinerante de un circo. Cuando tiene doce años, de vuelta con el circo a la misma ciudad, se pierde de nuevo y va a parar al mismo parque, donde una señora muy rica y muy buena, que no es otra que su verdadera madre, la recoge sin saber que es su hija. Los demás la desprecian porque es demasiado diferente y demasiado morena. Al final, felizmente, se descubre la verdad y la autora puede despedirse del lector "dando cortes de manga a diestro y siniestro".
En ese prólogo, que titula Memorias de una niña gitana, la propia autora reconoce que ese cuento, del que su familia conserva algunas versiones, habla más de ella "que ningún otro texto que haya llegado a escribir después". Detrás de aquella niña gitana en busca de identidad, algunos vieron una metáfora de la joven escritora en busca de identidad literaria y se hicieron incluso disquisiciones universitarias al respecto. Apasionada, atrevida, siempre dispuesta a asumir riesgos, se había lanzado a la literatura a los 28 años con un salto de trapecista sin red, una novela explosiva, Las edades de Lulú, cuya sola mención causaba arcadas en lo que quedaba de la España mojigata y desasosiego en casi todos los demás. Esta novela, con la que ganó el premio de literatura erótica La Sonrisa Vertical, se convirtió en un gran éxito, sobre todo por su valor sociológico, por lo que tenía de ruptura cultural, lo cual colocó a Almudena Grandes en la tesitura de tener que demostrar en sus siguientes novelas que era una escritora de verdad. Títulos como Te llamaré viernes, Malena es un nombre de tango, Atlas de geografía humana o Modelos de mujer dejaron pronto claro que aquella primera novela, además de un atrevimiento, era el germen de una potente voz narrativa. Hoy es una de las escritoras más leídas, más traducidas y más respetadas. Tras el salto que supuso Los aires difíciles, Almudena Grandes presenta ahora El corazón helado, un monumental ejercicio de memoria histórica de 930 páginas que, de la mano de una intensa historia de amor, arrastra al lector por un torrente emocional de aguas bravas que no le dejará respirar hasta el final.
La novela es como su autora: fuerte, poderosa, torrencial. "La mejor novela que he escrito", dice, exultante. En cuanto abre la puerta de su casa, en la calle de Larra de Madrid, muy cerca de la glorieta de Bilbao y de los escenarios donde siempre ha vivido su familia, se percibe la satisfacción íntima de quien ha alcanzado la plenitud creativa. Políticamente comprometida -impulsó el manifiesto por la República-, ha trabajado muy duro y ahora que ha terminado, parece que camina veinte centímetros por encima del suelo. Más cerca ya de los cincuenta que de los cuarenta, ejerce de mater matrona de una gran familia en la que incluye amigos a los que cuida con amor de madre, como el poeta Ángel González, el escritor Javier Rioyo o el cantante Joaquín Sabina. Desde hace doce años comparte su vida con el poeta Luis García Montero y los dos se han convertido en el epicentro de un amplio núcleo de amistades literarias. Juntos han formado también una familia de esas que ahora se denominan reconstituidas, a la que Almudena aportó a su hijo Mauro; el poeta, a su hija Irene, y ambos tuvieron a la pequeña Elisa, que ahora tiene diez años. A todos ellos les dedica Almudena Grandes su última novela con una frase muy demostrativa de su personalidad: "Os guardo yo".
En 'El corazón helado' hay mucho de restitución de la memoria robada sobre un periodo de la historia de España del que usted se siente heredera. Al leerla he tenido la misma sensación que cuando leí 'La Regenta': ahí está todo, en este caso, casi todo el siglo XX español.
Yo siempre he admirado mucho la novela del XIX porque ésa fue la gran época de la novela. Los novelistas aún podían aspirar a la totalidad, eran salvajes porque eran inocentes. Cuando pienso en esos autores, veo una estepa africana inmensa, con un árbol, una gran manada de elefantes y, en medio, un personaje así de pequeñito que es el novelista. En cambio, cuando pienso en mí o en cualquier escritor contemporáneo, lo que veo es una figura igual de pequeñita, pero en una autopista de Los Ángeles llena de carteles de prohibido girar, prohibido parar Hemos perdido la libertad que tenían los autores del XIX, y me parece importante recuperar esa ambición. Galdós se propuso contar cómo era la España de la Restauración, y yo, sin ser tan buena escritora, he querido hacer algo parecido con el siglo XX y esto tal vez suene a pretencioso. Es cierto que me he documentado obsesivamente; de hecho, hace cinco años que empecé a leer para ambientarme y me enganché tanto que ahora soy un miembro destacado de la cofradía de los enganchados por la historia de España. Pero no es propiamente una novela histórica. Lo es en el sentido de que la historia es el paisaje, pero no es una novela sobre los hechos históricos, sino sobre la construcción sentimental de esos hechos. Y está escrita desde el presente, desde el 2005, porque lo importante es cómo opera ese pasado en la conciencia de los españoles de ahora.
Para muchos jóvenes, tal vez resulte una sorpresa comprobar que la España de hoy entronca con algo que fue muy importante, muy poderoso
Eso mismo le oí decir a Juan Pablo Fusi, el historiador, y me parece que tiene toda la razón. Creo que la Segunda República y la Guerra Civil son uno de los grandes momentos de la humanidad y por eso no se acaban nunca, como no se acaban nunca el Imperio Romano o la Revolución Francesa. En la recuperación de la memoria hay un impulso generacional muy claro porque los protagonistas de ese momento tan intenso optaron por el silencio en los dos bandos. Unos por miedo, porque habían sido vencidos y querían proteger a sus hijos, y otros porque, si eran honestos, no les podía gustar el precio que este país tuvo que pagar por lo que consiguieron, y si no lo eran, tenían que eliminar los episodios oscuros de su propia victoria. La segunda generación se crió en el secreto y en el silencio, y ahora llega la generación de los nietos, la nuestra, la primera que no ha tenido miedo y se atreve a hacer preguntas, que ha alcanzado una edad desde la que se puede reflexionar con madurez.
Ha pasado ya mucho tiempo. ¿Por qué todo lo relacionado con la República sigue suscitando tanta emoción?
Porque en realidad nosotros nos parecemos mucho a los protagonistas de aquel momento. Nos parecemos más a ellos que a nuestros padres. Yo escribí Malena es un nombre de tango porque mi madre me contó que mi abuela había visto espectáculos con bailarines desnudos en Madrid. Ella lo explicaba con naturalidad, pero para mí era una sorpresa descomunal: se suponía que mis abuelos tenían que ser muy antiguos; mis padres, un poco más modernos, y yo, mucho más, pero de repente ese rasgo de modernidad en la generación de mis abuelos no encajaba con nada. Uno de los mayores delitos del franquismo fue hacer que los nietos no nos pudiéramos creer la vida de nuestros abuelos. Hubo un corte radical en la memoria, se cortaron los hilos, pero es muy difícil crecer y vivir en la nada, de modo que ahora tenemos una necesidad enorme de restablecer esos lazos.
El libro se inicia y se cierra con dos citas de Antonio Machado que son toda una declaración de intenciones. La primera es muy conocida, "Una de las dos Españas ha de helarte el corazón", pero la segunda no. Dice: "Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro Quizá la hemos ganado". ¿Cree que ha sido así?
Cuando leí esa cita en la que Machado dice que hemos ganado, me impresionó mucho. Son unas declaraciones muy clarividentes que le hizo en Barcelona a un escritor soviético en diciembre de 1938. Todavía no se había consumado la derrota. Era, por tanto, un momento de decaimiento moral, de máxima desesperación, y sin embargo él tuvo esa clarividencia y el valor de decirlo. Cuando encontré esa cita, pensé que al final eso estaba siendo verdad. Los 40 años de franquismo, aparte de generar muchísima sangre, muchísimo dolor, muchísima desesperación, mucho atraso y hacer mucho daño a este país, no han logrado perpetuarse. Porque nosotros, ¿de qué nos sentimos herederos? Si Machado nos pudiera ver por un agujerito, pensaría que tenía razón: España ha seguido adelante por encima de la herencia de la dictadura.
En su caso, ¿a qué herencia familiar pertenece?
Mi familia es muy grande y ha habido de todo, pero básicamente pertenece a los vencedores de la Guerra Civil. Mi familia paterna eran obreros especializados y no se implicaron demasiado, pero mi abuelo materno sí: era capitán de ingenieros, y el 18 de julio del 36 fue de los que se sublevaron en Madrid. He pensado muchas veces que, incluso teniendo las cosas tan claras como las tengo ahora, si tuviera un pasado familiar republicano, probablemente no podría haber escrito esta novela porque estaría demasiado lastrada sentimentalmente. Estoy convencida de que en esas circunstancias del 18 de julio del 36 habría sido como Ignacio, me habría movilizado a favor de la República.
En la segunda mitad del siglo XX, la caída del muro de Berlín y el fracaso del modelo soviético han arrastrado también el capital histórico de los comunistas españoles. Usted en la novela les deja muy bien. ¿Ha querido restituirlo de algún modo?
Voy a decir una cosa que igual suena muy pretenciosa, pero que es verdad: esta novela vuelve sobre un tema muy trillado, pero lo hace desde un punto de vista que, modestamente, creo que no es habitual. He intentado pegarme mucho a la experiencia de los personajes de la época y creo que la novela se arriesga a contar las cosas como fueron de verdad. Hay muchas cosas escritas sobre aquella época desde la mentalidad de la transición y por eso vemos a tantos republicanos que no militaban en ningún partido, algo rarísimo entonces, o que se situaban por encima del bien y del mal, cuando hasta en las memorias de Azaña, que era un hombre sumamente moderado, se aprecia que era imposible no radicalizarse. Creo que he escrito una versión coherente de lo que fue la guerra en Madrid. Si hubiera escrito sobre otro lugar, tal vez habría sido diferente, pero Madrid era un feudo socialista y el gran acontecimiento durante la guerra fue el crecimiento del partido comunista. La Guerra Civil fue una situación extrema, de mucha desesperación, y los comunistas cometieron excesos y errores como los demás, pero creo que fueron los más disciplinados, los que tenían claro lo que había que hacer y lo hicieron. En ese sentido, el franquismo les ha dado la razón a Negrín y a los comunistas, en el de que cualquier esfuerzo habría merecido la pena, pero entonces no era tan evidente. Una cosa muy conmovedora de la generación de la República es que muy pocos tenían idea de lo que se les venía encima. Venían de una tradición política en la que los golpes militares eran normales y muchos pensaron que la situación se normalizaría en poco tiempo. No podían imaginar que aquél duraría tanto.
En cambio me ha sorprendido el personaje de Raquel. Al final, esa Raquel que reivindica con tanta pasión la legitimidad de las ideas de su abuelo Ignacio se mueve por impulsos contaminados.
De eso se trata. Yo lo que pretendía es que Raquel fuera una española de 2005 a la que la historia le ha pasado por encima. Ella quiere dar un pelotazo, que es lo que quieren los españoles de 2005. Cuando escribí Los aires difíciles abandoné a los héroes, dejaron de interesarme. Ahora me interesan más los personajes moralmente ambiguos porque son mucho más parecidos a las personas reales. Por eso, en esta novela, que tiene fragmentos muy heroicos, nadie es héroe del todo. Ni tampoco Julio Carrión, que es el villano, lo es del todo. Yo quería que Raquel reflejara esa degeneración moral que estamos viviendo: ni siquiera ella, que es nieta de rojos y conoce su historia familiar, es capaz de mantener la pureza de las ideas. Me interesaba poder comparar esa actitud con la de su abuelo, un hombre tan íntegro que renuncia a vengarse y que es una metáfora de lo que hizo la izquierda de este país. Porque la democracia española está de pie gracias a la generosidad y a la responsabilidad de la izquierda que no quiso vengarse.
Alessandro Baricco tiene una novela, 'Sin sangre', en la que muestra cómo la violencia engendra violencia y sólo cuando aparece alguien tan generoso como para renunciar a la venganza se puede parar la espiral.
Eso es lo que yo creo que pasó también aquí. Ese ejemplo de generosidad es precisamente lo que ahora echamos de menos en nuestra sociedad. Raquel es peor que su abuelo porque todos somos peores. Decidí que Raquel llegara hasta cierto punto en ese camino y me pareció bonito que al final comprendiera que Álvaro Carrión tampoco era como su padre y que los dos estaban condicionados, hasta que el amor los iguala y los hace mejores.
El amor de Álvaro y Raquel es de esos que pasan por encima de todo. En 'Atlas de geografía humana', usted puso esta dedicatoria: "A Luis, que entró en mi vida y cambió el argumento de esta novela y el argumento de mi vida". ¿Tan fuerte fue su encuentro con Luis García Montero?
Sí, sí, muy fuerte. Cuando yo escribo de amores como los de Álvaro y Raquel, hay gente que me dice: "Bueno, esos amores tuyos que luego no se ven en la realidad ". Pero yo creo que sí que hay amores que le cambian a uno la vida, y a mí el de Luis me la cambió por completo. Entró en mi vida y la puso boca abajo. Para bien, claro. Era 1994 y yo llevaba una vida que no me gustaba mucho. Tenía éxito, un trabajo que me gustaba, tenía un hijo pero no tenía mucha pasión por la vida y en cinco meses todo cambió radicalmente. Me divorcié. De repente, el amor era tan fuerte que todo me daba igual: me daba igual perder cosas, incluso me daba igual que mi marido se quedara con los libros, que no se los quedó. Era un amor absoluto.
Cuando Álvaro decide irse de casa y tiene esos momentos de nostalgia anticipada por lo que va a perder cuando contempla a su hijo de cuatro años, ¿está describiendo sensaciones de su propia biografía?
Sí, ahí yo tenía a mi favor el hecho de la maternidad, pero sí. Esa parte de la novela tiene que ver mucho con mi propia experiencia. Porque hay cosas que cuando las ves en otros te parecen una irresponsabilidad, una locura, pero cuando te pasa a ti que te enamoras de alguien, lo ves todo diferente. A Luis lo conocí en un acto político contra la Guerra del Golfo en 1991, pero nos enamoramos cuando nos volvimos a encontrar en 1994 en un acto de la Universidad de la que él era en ese momento vicerrector. La verdad es que le admiraba mucho: yo no me podría enamorar de alguien a quien no admirara.
'Las edades de Lulú' es una novela de iniciación en los dos sentidos: sexual y literaria. ¿Cómo sería la Lulú de hoy? ¿Qué ha cambiado?
Pues no lo sé. Yo tengo 20 años más, con lo cual no puedo saberlo. Desde el punto de vista literario, lo que ha cambiado es que la literatura erótica se ha muerto de éxito y ha dejado de tener colecciones aparte. Sin ruido, con mucha naturalidad, la novela ha incorporado el erotismo a sus temas, de modo que el erotismo ha vuelto a la literatura, que es donde debería haber estado siempre. Y en el plano más personal, tengo la sensación de que, en general, nuestras hijas son más conservadoras y me parece percibir que de algún modo se sienten engañadas. Para muchas mujeres, el cambio ha significado trabajar el doble, esforzarse el doble Nosotras hemos tenido que hacer en una generación el camino que en otros países han hecho en dos. Las francesas o las alemanas de nuestra edad tenían unas madres que vivían en su tiempo, mientras las nuestras vivían aún en los valores del XIX. Las mujeres hemos cambiado mucho, y los hombres también están cambiando, pero les cuesta. Yo creo que lo que más ha cambiado en los hombres de mi generación es la relación con los hijos. Se dan cuenta de que se los estaban perdiendo.
En 'Castillos de cartón', los tres protagonistas pertenecen a una generación de jóvenes con una gran necesidad de romper moldes, de buscar los propios límites muy lejos de los valores de sus padres, pero algunos pagaron un alto precio por ello
Sí, es cierto. La gente de mi edad a los 30 años ya teníamos varios amigos muertos. Estoy segura de que ahora no pasa tanto y que cada vez pasará menos. Pero también tengo la impresión, en el tema de mujeres y en muchos otros, de que cada vez hay más hipocresía, que ha decaído el impulso para que las cosas cambien. Cada vez que celebramos el Día de la Mujer, el 8 de marzo, pienso: en un país que no cumple el principio básico de igual trabajo, igual salario, ¿de qué hablan los políticos? Esa idea que teníamos de que el progreso es una línea recta, que no hay vuelta atrás, estaba equivocada: se puede retroceder y se pueden perder conquistas sociales que han costado mucho. Educamos a nuestras hijas pensando en que los cambios eran irreversibles, pero ahora ya no soy tan optimista.
Ahora que tiene 46 años, ¿ya no se considera en el "epicentro de la catástrofe"?
No, en absoluto. Lo estuve hace mucho tiempo. Ahora siento que estoy en un sitio que me gusta, aunque me gustaría estar con diez años menos. Pero los escritores tenemos mucha suerte: somos jóvenes mucho más tiempo y la madurez nos llega mucho más tarde. Y desde el punto de vista literario, tengo muchos proyectos, la cabeza llena de ideas. Me siento bien y potente, madura, pero en el buen sentido.
De modo que ya no queda nada de aquella Almudena que sufría porque era demasiado gordita, demasiado morena
y siempre hacía de árbol en las funciones de Navidad, je, je. Yo siempre he dicho que no se ve el mundo igual si eres angelito que si eres árbol. Pero al mismo tiempo creo que la voluntad es muy importante e intento transmitírselo a mis hijos. Intento decirles que con mucho talento pero sin voluntad se llega muy cerca, y con menos talento pero mucha voluntad se llega muy lejos. Leí una vez que lo que nos diferencia como seres humanos no es que seamos racionales, sino que somos seres deseantes, capaces de poner en juego todo lo que tenemos para conseguir un deseo.
Usted ha explicado que con 'Los años difíciles' comienza una nueva etapa narrativa. ¿Es esta novela la culminación de esta nueva etapa?
Pues no lo puedo saber. Cuando terminé Los años difíciles tenía la sensación de que había escrito mi novela mejor y más ambiciosa, y ahora vuelvo a tener la sensación de que he escrito mi novela mejor y más ambiciosa. La verdad es que no sé si podré volver a escribir una novela como ésta porque me he quedado exhausta. Siempre he tenido tendencia a encerrarme, pero esta vez ha sido mucho más, ha sido un enclaustramiento. He hecho un viaje interior muy intenso a territorios que no son el mío y me he quedado agotada. Sin embargo, no me voy a ir aún de ahí: creo que voy a escribir unos episodios nacionales; bueno, un par de tomos de novelas cortas, de historias que me han surgido y que no han podido entrar en la novela.
Muchos de sus lectores se han llevado una decepción con la adaptación al cine de sus novelas. Tampoco usted se ha mostrado entusiasta. He leído que está preparando un guión. ¿Se va a pasar al cine?
No, no me he pasado ni me pasaré. Pero es cierto que estoy escribiendo una historia que he visto que era para el cine, una historia que me surgió cuando preparaba la novela. Pero este guión tiene la ventaja de que es primero y último. No voy a ceder los derechos de El corazón helado por una razón muy sencilla: esta novela no cabe en una película, y desde el punto de vista de la memoria histórica, tampoco me fío de las versiones que pudieran sacarse de ella.
Después de su primera novela, 'Las edades de Lulú', no se ha presentado a ninguno de los grandes premios y desoye los cantos de sirena de las grandes editoriales
Soy un perro verde. Presenté mi primera novela a un premio y sigo pensando que los premios son el camino más elegante, más objetivo y que causa menos sufrimiento para dar a conocer una primera novela. El problema está en que hay premios y premios. En este país hay algunos grandes premios que en realidad son operaciones comerciales encubiertas. Los editores dicen que ellos se limitan a invitar a algunos escritores a participar y que los buenos se imponen sobre los demás, pero es absolutamente improbable que una primera novela gane uno de estos premios. En cambio, hay otros medianos y pequeños, promovidos por instituciones o fundaciones, que son limpios. Es verdad que las editoriales rebajan cada vez más su exigencia, es verdad que a los escritores jóvenes les resulta muy difícil madurar, porque caen en la tentación perpetua de escribir por encargo. Pero a veces se olvida una cosa fundamental, que los lectores son la libertad del escritor. Como tengo la suerte de que mis lectores me dan de comer, yo escribo los libros que quiero escribir. Y además me siento comprometida con mis lectores. Con un libro normal gano lo mismo que con un premio grande. Si me presentara a un premio grande, podría pedir más dinero y me lo darían, pero yo siento que si lo hiciera, en cierta manera se quebraría algo entre mis lectores y yo. Joaquín Sabina dice que él y yo tenemos el mejor público de España, y eso es una gran responsabilidad.
'El corazón helado', editado por Tusquets, sale a la venta el próximo día 12.
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