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Columna
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El reclamo del dolor

La moda fue sólo una cosa de mujeres y cuestión trivial hasta los años sesenta. Ahora vale para cualquier género, cualquier edad o estado civil, y ha saltado desde los márgenes a la calle mayor. Es tan social que se permite, coquetamente, mostrarse antisocial. Lo sucio, lo desgarrado, lo pordiosero, destroy o delictivo, forma parte del núcleo inspirador.

Hace unos seis años, las prendas más codiciadas por muchos jóvenes alemanes eran aquellas que habían confeccionado presos y con la marca de la penitenciaría autentificando la autoría de los diferentes criminales entre rejas.

Aunque el malditismo haya sido explotado ad náuseam, todavía sigue conservando un indudable vigor. Bebidas, zapatillas, camisetas o discotecas siguen evocando mundos marginales no sólo como denuncia de la miseria, sino como lo que, reciclado con logo, se vuelve cool. No se trata, desde luego, de un fenómeno nuevo. En 1994, Christian Lacroix declaraba en el Vogue norteamericano (Nueva York, abril de 1994): "It's terrible to say, but very often the most exciting outfits are from the poorest people" ("Es terrible decirlo, pero a menudo la ropa más atractiva es la de la gente más pobre").

El recurso a los inmigrantes de cayucos empleado por Toni Miró en su desfile de la pasarela Barcelona atufa a vetusto. Ni moral ni amoral, ni serio ni frívolo. Sólo caduco o pasado de moda. El diseñador Martín Magiela empezó a ser conocido tras presentar su colección de primavera-verano 1992 en un siniestro almacén del Ejército de Salvación y basándose en materiales de desecho. Fue lo que el mismo Miró trató de reproducir el año pasado presentando sus modelos en la cárcel Modelo de Barcelona y recurriendo a presos. Lo mismo en esencia realizó el japonés Rei Kawakubo en 1995, cincuentenario del Holocausto, preparando para la marca Comme des Garçons modelos con la cabeza rapada y disfrazados de prisioneros judíos.

Esta constelación de tenebrismos se corresponde tanto con los ya manidos supuestos del marketing con causa como con la obscena explotación del corazón sentimental. El diseñador británico Alexander McQueen lo proclamaba sin rubor con motivo de su desfile de moda otoño-invierno de 1999. En esta ocasión hizo protagonista de sus creaciones a una modelo norteamericana, Aimée Mullins, con las dos piernas amputadas y recorriendo la pasarela con prótesis y un par de botas diseñadas por la firma. En declaraciones a Independent Magazine (septiembre de 1999), McQueen dijo: "No tengo ganas de que mis desfiles se conviertan en un cocktail party, más bien pretendo que la gente salga de allí vomitando".

A más emoción, mayor evocación; a mayor trauma, más marca. La contratación de ocho inmigrantes senegaleses por Miró, algunos de ellos en situación irregular, acentuaba el verismo de la supuesta denuncia y, por si faltaba poco, se varó anteayer un cayuco sobre el escenario montado en el Museo Marítimo. La proclamación de la miseria del inmigrante se denuncia a sí misma en el bucle de la operación mercantil. Pero no es pecado.

Antes de los sesenta, el mundo de la moda pudo ser trivial, amoral, pero actualmente se trata de un sistema que lo ocupa prácticamente todo, desde las investigaciones científicas hasta el diseño de los retretes, desde las naves espaciales hasta las cápsulas antidepresivas.

Escandalizarse por ver unida la moda a la conciencia social denota una mirada envejecida. Y más bien lerda. En su promoción de pantalones, la cadena Gap utilizó en 2001 lemas anarquistas, y en Sarajevo, hace cinco años, se celebró un desfile en el que los figurantes aparecían ataviados con restos de uniformes militares y abrigos confeccionados con sacos y mantas usados durante el asedio. ¿Una banalización de la guerra? ¿Una rigurosa herencia de Bertolt Brecht?

Cualquier creador contemporáneo no se conforma con desarrollar su conocimiento (crítico o no) de lo social. Necesita, además, vender. Sin marketing eficaz, la voz no se oye, la obra no opera, el productor desaparece. Contrariamente al parecer de los más progres, la misma Federación de Asociaciones SOS Racismo ha manifestado su apoyo al montaje mironiano. La diferencia reside en que los primeros son demasiado viejos. Pero ¿y los segundos? Los segundos son gentes que sufren y sienten que sin una publicidad vistosa, sin provocación, no hay noticia ni prácticamente nada. A la praxis de la lucha de clases ha sucedido la praxis de la lucha mediática. ¿El mundo de la moda? Un modo más de la continua batalla por la existencia.

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