Una muerte que divide aún más Irak
La conversión del ex dictador en 'mártir' reforzará a sus partidarios en la insurgencia
Poco después de que Sadam Husein fuera capturado a finales de 2003, unas luces colocadas sobre la torre de control del aeropuerto de Basora repetían las palabras de euforia de Paul Bremer: We got him (Le pillamos). El mensaje subliminal del procónsul estadounidense era "se acabó". Se acabó con la embarazosa incapacidad para encontrar al fugitivo, se acabó con la era Sadam, se acabó con la insurgencia que ya hostigaba a las tropas de ocupación. Tres años después, la muerte de Sadam cierra sin duda una era, pero no sólo no va a acabar con la violencia sino que se teme que la agrave.
Razones legales y humanitarias se mezclaban en los argumentos que, para oponerse al ajusticiamiento, aducían las organizaciones de defensa de los derechos humanos y la mayoría de los Gobiernos del mundo (a excepción del de EE UU). Dada la grave situación que vive el Irak post Sadam y los errores cometidos durante estos tres años y medio de ocupación, es preciso preguntarse también por las consecuencias que tendrá el cumplimiento de esa polémica sentencia para los iraquíes.
Hoy ni siquiera se debate si su desaparición contribuirá a reducir la violencia
El que Sadam Husein, de 69 años (en abril hubiera hecho los 70), suba al cadalso no va a solucionar los problemas de Irak. Nadie espera que vaya a tener impacto alguno sobre su vida cotidiana, sacudida por la violencia que desde hace seis meses deja un centenar de muertos al día, según la ONU. De hecho, las reacciones que provocó la emisión televisiva de las primeras comparecencias del dictador ante el tribunal fueron cediendo paso a la indiferencia a medida que avanzaba el juicio. Hoy, ni siquiera se debate si su muerte contribuirá a reducir la violencia, sino si va a agravarla.
"Nada más ejecutarlo puede que se produzca un aumento de la violencia terrorista por parte de sus seguidores", ha admitido el ministro iraquí de Exteriores, Hoshyar Zebari, haciéndose eco de un temor muy extendido. No obstante, Zebari, que perdió tres hermanos a manos del régimen, se declaraba convencido de que el cumplimiento de la sentencia "desmoralizará definitivamente a sus simpatizantes" y que incluso "puede ayudar a reducir el actual nivel de violencia a largo plazo".
La mayoría de los observadores no se muestra tan optimista. Aunque nadie tiene una bola de cristal, un vistazo a lo ocurrido desde el derribo de la estatua del tirano en la plaza del Paraíso de Bagdad, el 9 de abril de 2003, parece indicar lo contrario. Igual que antes su captura, su juicio y su condena, la ejecución de Sadam sólo reforzará las divisiones del país.
Los árabes chiíes, los kurdos y otros grupos que siempre vieron a Sadam como un monstruo se ratificarán en su convicción. Aquellos árabes suníes que se beneficiaron de su régimen, o aquellos a quienes la ocupación ha hecho salir de la indiferencia política, vivirán ese momento como una nueva humillación. Por mucho que la imagen del dictador quedara dañada con su ignominiosa captura y su peso en la insurgencia sea despreciable, su conversión en un mártir, tal como él mismo se ha calificado, sólo puede reforzar a sus partidarios.
Ese temor también ha sido reconocido de forma implícita por las autoridades. Portavoces iraquíes y estadounidenses habían dado a entender que la preocupación por la seguridad podría llevar a no anunciar de antemano la ejecución "para evitar ataques de represalia".
Las críticas de las organizaciones de derechos humanos abundan en que el juicio a Sadam, en lugar de servir para restañar heridas, las avivó. Por un lado, ha estado muy lejos de ser un modelo de justicia que sirviera de escaparate del prometido, pero no alcanzado, nuevo Irak democrático. Por otro, resulta paradójico que la condena se haya producido por un crimen menor (el asesinato de 148 chiíes en Dujail en 1982) frente a otros como la campaña Anfal (el aniquilamiento de decenas de miles de kurdos a finales de los ochenta) o las matanzas de chiíes y kurdos en 1991 tras la invasión de Kuwait.
"Nuestro respeto por los derechos humanos nos obliga a llevar a cabo la ejecución", declaró el primer ministro, Nuri al Maliki, al día siguiente de conocerse el rechazo a la apelación presentada por los abogados de Sadam. Pero la realidad es que las reacciones de los iraquíes sobre el sino de su ex presidente sólo traducen la fragmentación confesional del país. Y, tres años después de su captura, la inestabilidad que ha sustituido a su régimen está eclipsando los desmanes del dictador.
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