Sin acuerdo
El Gobierno y la oposición han cumplido con su deber al reunirse para abordar diversas cuestiones que afectan a la gobernabilidad del Estado, entre ellas la marcha de la actual estrategia contra el terrorismo. Los ciudadanos se merecían este gesto por parte de Zapatero y de Rajoy después de muchos meses de agrios desencuentros que sólo han servido para sembrar el desconcierto por la incapacidad de las dos fuerzas políticas mayoritarias no ya para alcanzar compromisos, sino para disentir de forma razonada. El Gobierno tenía además la obligación, seguramente satisfecha con esta cita, de informar al principal partido de la oposición acerca de las últimas iniciativas en materia antiterrorista, en particular sobre la reunión con ETA no confirmada ni desmentida de manera oficial. Un punto este último en el que se sigue sin novedades.
A juzgar por las declaraciones posteriores al encuentro, más contenidas que en ocasiones precedentes, tampoco ayer fue posible alcanzar el consenso sobre los diversos puntos del orden del día. El Gobierno descartó por boca de la vicepresidenta la posibilidad de abordar la reforma de la Constitución en esta legislatura, y se dieron largas para la del Tribunal Constitucional y para la renovación del Consejo General del Poder Judicial. En cuanto a la lucha antiterrorista, sin duda el asunto que más atención acaparó, Gobierno y oposición reafirmaron sus profundas discrepancias.
Rajoy exigió garantías de que Batasuna no podría presentarse a las elecciones municipales, y el Gobierno se limitó a responder que la ley ya las ofrece. Otro tanto sucedió con la actuación del fiscal general, insuficiente en opinión del Partido Popular y estrictamente ajustada a la ley en la de los socialistas. Ambas partes se atrincheraron en cuestiones de principio, como la eventual formación de una mesa de partidos, sin intentar siquiera una respuesta compartida ante desafíos más concretos y urgentes como el incremento de la violencia callejera. Las reuniones entre el jefe del Ejecutivo y el de la oposición deben formar parte de la normalidad.
En este sentido, sería deseable que la celebrada ayer en La Moncloa abriese el camino a citas posteriores, en las que, más allá de contribuir a suavizar el tono de las declaraciones, se vislumbrase algún tipo de acuerdo en aquellas materias que ningún Gobierno debe decidir en solitario. Para ello deberían ir precedidas de una más clara voluntad de restablecer la confianza y de un mayor trabajo de preparación, de modo que se limitase la agónica impresión de que los dos partidos que representan una alternativa real de Gobierno se juegan al todo o nada, y en la cumbre, sus relaciones institucionales, básicas para el funcionamiento del sistema democrático.
Es cierto que la reunión de ayer venía lastrada por unas elevadas dosis de crispación y que no cabía esperar grandes resultados, como así ha sido. Pero mucho se habría avanzado si, a pesar de las profundas diferencias entre el Gobierno y la oposición que persisten tras el encuentro, Zapatero y Rajoy se esforzasen a partir de ahora por consolidar un clima político menos asfixiante.
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