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Columna
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El simbolismo de mi padre

Nuestra vida familiar transcurría -sin nosotras (mi hermana Victoria y yo) percatarnos demasiado de lo que aquello significaba- por unos cauces en los que veíamos a papá (Juan Eduardo Cirlot) como alguien que trabajaba mucho, yo diría que sin cesar. Jamás hacía vacaciones, sólo "descansaba" yendo al cine, que para él era algo absolutamente necesario. La lectura incesante y oír su música preferida -Schönberg, Mahler, Stravinski, Scriabin y Wagner- eran también fórmulas mágicas para poder acceder a ese mundo tan extraño que es el de la creación.

Nosotras crecimos entre ilusiones y alusiones surrealistas, pero sobre todo en un ambiente dominado por lo simbólico. Las explicaciones que nuestro padre nos daba de determinadas obras de arte, de ciertas películas o incluso de algunos hechos de la vida cotidiana se hallaban con frecuencia conectadas con su carácter simbólico. Los años que compartimos con él fueron maravillosos e inolvidables. Nos quería mucho y nosotras le queríamos y admirábamos.

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En el laberinto de los ismos

Su trabajo como crítico de arte nos permitió conocer a todos los artistas que entraron en contacto con él desde finales de los años cuarenta hasta la fecha de su muerte, el día 11 de mayo de 1973. Fueron muchos pintores y escultores, no sólo españoles, sino también extranjeros. Algunos de ellos fueron excelentes amigos y compartimos con ellos momentos extraordinarios.

Sin concesiones

Algo muy distinto era su creación poética. A veces había etapas en las que se interrumpía, pero eso sólo servía para desencadenar nuevos febriles periodos en los que, sentado a su máquina de escribir, escribía y escribía sin parar, sin darse cuenta de que necesitaba comer y beber. Cuando algo escrito por él no era de su agrado lo destruía de inmediato. No se hacía la más mínima concesión.

Aparte también están sus libros de arte y sus diccionarios, el de Ismos y el de Símbolos. Se trata de obras, en ambos casos, muy personales, pese a los criterios objetivos y racionales que las rigen. Como han señalado diversos estudiosos de su obra, estos diccionarios permiten acceder de tal modo al pensamiento de Cirlot que son, sin duda alguna, una especie de llave que nos abre las puertas de su obra poética, tanto la del ciclo reunido en el libro En la llama como la del ciclo Bronwyn.

Una de las facetas más emblemáticas de Cirlot era el coleccionismo. A él le gustaban sobre todo las espadas. Primero tuvo una colección de espadas de lazo y cazoleta de los siglos XVI y XVII, pero luego pudo cambiarlas por otras más antiguas, las medievales. La Edad Media era su periodo preferido, por eso muchas veces los domingos íbamos a la catedral de Barcelona a ver la magnífica espada del Condestable que allí se guarda en su tesoro. Había un sacerdote que le conocía y, gracias a ello, sacaba la espada de su vitrina y se la dejaba tener unos instantes entre las manos. Aquello constituía un verdadero ritual de iniciación, tras el cual la felicidad nos embargaba a todos, al menos durante un rato.

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