¿Ya no tenemos museo?
Siempre es una mala noticia el traslado de un museo. Máxime cuando ese equipamiento había supuesto un avance en el reconocimiento del valor cultural de la moda. El traslado del Museo del Traje supone un paso atrás desde la perspectiva de un país con ínfulas de proyección internacional. El valor intrínseco de los museos se basa en la utilidad para perpetuar la memoria y el conocimiento. El conocimiento, en este caso, de cómo y por qué el gesto de vestirse ha evolucionado desde la práctica de la supervivencia biológica hasta la supervivencia social. Si sabemos reconocer la autoridad intelectual y moral de sociedades avanzadas en cuyo espejo nos miramos, por qué no estar a la altura de instituciones ejemplares como el Museo Galliera de París, el Fashion Institute de Nueva York, el Proyecto de la Città della Moda de Milán o el Museu de la Indumentària de Barcelona y el riguroso Museu Textil de Terrassa. Una vez más, el establishment desenfunda sus más apolillados prejuicios contra la moda y decide aparcar no ya un proyecto, sino una valiosa realidad.
Desde la seguridad que me proporciona mi trayectoria como creador de moda -parte de mi obra se ha incorporado a la Colección Permanente del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM)-, exigiría una reflexión sobre el esfuerzo presupuestario que supuso la puesta en marcha de este museo. Aún recuerdo el hormigueo expectante y la ilusión compartida en una tertulia de confidencias con Valentino y Pertegaz en el Museo del Traje recién inaugurado, en la que compartimos el orgullo que nos produjo la valoración -"moderno como pocos"- que el propio diseñador italiano hizo de esa instalación. O la alegría del maestro Pertegaz, que veía, por fin, el reconocimiento del valor de la moda en el ámbito de la alta cultura. Y ¿ya no tenemos museo?
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