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Reportaje:El robo de 'Niños del carretón'

Heraldos de la modernidad

Los comisarios de la muestra destacan la coherencia formal de la pintura española

Javier Rodríguez Marcos

Una mosca en un pulcro vaso de leche. El robo del cuadro de Goya Niños del carretón proyecta una sombra mínima pero estridente sobre Pintura española: de El Greco a Picasso, la exposición que el Museo Guggenheim de Nueva York inaugura el próximo viernes. Carmen Giménez, comisaria de la muestra junto a Francisco Calvo Serraller, aplica a rajatabla la discreción que le pedido el FBI y prefiere subrayar la importancia de las restantes 137 obras que sí podrán verse en la rotonda diseñada por Frank Lloyd Wright. Doce pinturas de Velázquez, 22 de Goya, 35 de Picasso, 11 de Zurbarán y 3 millones de euros de presupuesto son algunas de las cifras de un acontecimiento que sus comisarios no dudan en calificar de "la exposición del año en Nueva York". El primer panorama general de arte español en una ciudad que hasta ahora ha dedicado muestras individuales a Murillo, Goya y Picasso pero en la que, por ejemplo, no se habían visto nunca las naturalezas muertas de Sánchez Cotán. El Guggenheim puso en marcha el proyecto hace seis años, pero su culminación se vio afectada por el 11-S. "Bin Laden retrasó la inauguración", ironiza Calvo al hablar sobre un acontecimiento ensombrecido ahora por un robo que, antes de que Carmen Giménez le recuerde al FBI, el mismo Serraller califica de obra de no profesionales.

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"Picasso es el artista que más ha dialogado con la tradición" (Carmen Giménez)
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Niños del carretón formaba parte del apartado dedicado a la infancia dentro de una muestra que rompe el orden cronológico tradicional y se organiza en 15 bloques temáticos: del bodegón a la crucifixión pasando por el paisaje, la vida doméstica o el desnudo. Así, Antonio de Pereda comparte pared con Juan Gris, El Greco con Miró y Alonso Cano con Salvador Dalí. ¿Qué papel jugaba en la muestra el desaparecido cuadro de Goya? "Goya retoma el camino abierto por Velázquez, que otorga la misma dignidad a un príncipe que a un mendigo", señala Calvo Serraller. "Además, traslada al arte las ideas de Rousseau, que dotan a la infancia de dignidad. Hasta entonces los niños simbolizaban la naturaleza inculta y la caída en el pecado original". Picasso -que pintó su versión del cuadro infantil más famoso de todos los tiempos, Las meninas- transitará ese camino al retratar a sus hijos vestidos de toreros y arlequines.

El tema de la infancia sirve a Calvo Serraller como ejemplo de la "revolución" que plantea la organización temática de la exposición: "La cronología tenía sentido cuando surgieron los museos públicos y había que hacer inventario. Pero el inventario se terminó a principios del siglo XX. Tradicionalmente, la Escuela Española se situaba entre El Greco y Goya, es decir, entre la consolidación de España como Estado y la modernidad del siglo XVIII". Entre Goya y el siglo XX, un abismo que pretende sellar la muestra neoyorquina integrando la obra de Picasso, Dalí o Miró junto a los grandes maestros del pasado. "Es que Picasso también es ya un pintor del pasado", insisten los comisarios. Además de ser ya historia, el artista malagueño lo pintó todo y de todas las maneras posibles. De ello dan fe las muestras que, sin salir de Nueva York, protagoniza estos días en el Museo Whitney y en el Metropolitan y su presencia en casi todas las secciones de la muestra del Guggenheim. "Ha sido el pintor que más ha dialogado con la tradición", apunta Carmen Giménez. "Padecía una verdadera iconofagia", continúa Calvo: "Su actitud no es ni muy consciente ni muy erudita. Picasso lo mira todo y lo pinta todo". Efectivamente, a lo largo de la rampa del museo de la Quinta Avenida, el malagueño va escribiendo él solo su particular historia del arte español.

¿Y qué es lo español? ¿Cuál sería la peculiaridad de la pintura española? "El anticlasicismo", responde sin dudar Francisco Calvo Serraller: "Y un aislamiento que le otorga una particular coherencia. Mientras en Europa triunfan los valores del humanismo clásico, en la España contrarreformista se impone la visión del ser humano como algo débil, feo y falto de armonía. Eso es justo lo que interesará luego a las vanguardias, que defienden una deshumanización parecida. Los odiosos españoles se convierten así en los heraldos de la modernidad. La admiración por un arte que en lo monstruoso no encuentra belleza clásica pero sí elocuencia por toneladas es algo que llega hasta el gore de hoy mismo. Por eso, en cierto modo, el Prado es el primer museo de arte moderno".

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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