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Reportaje:EN LA FRONTERA CHINO-NORCOREANA / y 2 | El desafío nuclear de Corea del Norte

La puerta del infierno

Decenas de miles de norcoreanos se han refugiado en China para escapar del hambre y la represión política

Los tres caracteres en chino y coreano pintados sobre el asfalto advierten: "Frontera". El puente sobre el río Tumen, que separa China de Corea del Norte, se extiende 514 metros en línea recta hasta desembocar en un edificio sobre cuya fachada se percibe a lo lejos el retrato de Kim Il-sung. El que fuera líder de Corea del Norte desde la partición de la península en 1948 hasta su muerte en 1994, y padre del actual dirigente, Kim Jong-il, parece vigilar desde su atalaya a cualquiera que entre o salga del país más aislado del mundo. Pero el puente está desierto. En el lado chino, flamantes edificios en construcción bordean el río, los coches de lujo circulan por las calles y algunos curiosos se acercan para echar un vistazo al lado prohibido con los prismáticos que alquila una mujer. En el lado norcoreano, varios soldados miran hacia China, junto a edificios y talleres vetustos, y barracones rodeados de hierbajos.

Pekín teme una entrada masiva de norcoreanos y construye vallas de hormigón en la frontera
Algunas mujeres se casan con campesinos chinos, que no pueden registrar los matrimonios

El río separa la ciudad china de Tumen (de unos 140.000 habitantes) de su vecina norcoreana, Namyang (10.000), en esta región del noreste, a unas dos horas de la frontera con Rusia, y a 200 kilómetros de donde Pyongyang realizó la prueba nuclear el 9 de octubre. Por este puente construido en los noventa y otro ferroviario situado a un kilómetro, pasa parte del comercio y de la ayuda vital que Pekín suministra a Pyongyang. Pero Tumen es, sobre todo, el corazón de la región por la que salta a China el 95% de los refugiados que huyen del hambre y la represión política de Corea del Norte, según un activista que trabaja en la zona.

Se estima que decenas de miles de norcoreanos viven de forma ilegal en China, la mayor parte de ellos en la prefectura de Yanbian, a la que pertenece Tumen y en la que el 40% de la población es de etnia coreana. Muchos llegaron en la segunda mitad de la década de los noventa, como consecuencia de la hambruna que sufrió Corea del Norte tras las inundaciones de 1995, cuando murieron más de un millón de personas por falta de comida y enfermedades relacionadas. Entonces, alrededor de 300.000 refugiados saltaron la frontera. Otros siguen desafiando las aguas contaminadas del río o cruzando sobre el hielo cuando se congela al llegar el invierno. Arriesgan caer abatidos por los soldados norcoreanos que patrullan la orilla.

Organizaciones internacionales y religiosas que trabajan en Yanbian aseguran que la crisis nuclear, la recuperación de los controles inflexibles sobre la agricultura por parte de Pyongyang y el efecto de las sanciones económicas de la ONU amenazan con una nueva catástrofe. "Tememos que este invierno se produzca la misma situación que en 1996 y 1997, y hemos empezado a recolectar ropa y dinero", dice Choi (nombre ficticio), sacerdote de una iglesia protestante de Tumen, quien pide que no se revele su identidad. "Se está creando el caldo de cultivo perfecto para que se produzca una nueva hambruna", ha denunciado la organización International Crisis Group, con sede en Bruselas.

En Yanbian, los grupos cristianos son cruciales a la hora de proporcionar refugio y ayuda a quienes huyen del Norte. "El Gobierno chino piensa que son inmigrantes ilegales, pero nosotros los consideramos refugiados. Así que les damos comida y dinero, aunque les intentamos convencer de que regresen a su país", afirma el sacerdote, chino de origen coreano. "Pero si la policía se entera, nos multan". Algunos activistas han sido encarcelados.

Choi, un hombre joven, vestido con ropa deportiva, asegura que viaja frecuentemente a Corea del Norte como si fuera empleado de una empresa china, y dice que, aunque siempre están vigilados por un agente, entra en contacto con algunos norcoreanos para ver la forma de hacerles llegar ayuda. "La situación allí está muy mal, no tienen de nada. Hay poca comida, en los hospitales faltan medicinas".

Los habitantes de Tumen simpatizan con los huidos. "Si hay una oleada de refugiados, la gente les ayudará", afirma Li, un vecino, que, sin embargo, se queja de que algunos norcoreanos pasan el río por la noche para robar. "Un día desaparecieron 16 bicicletas en un pueblo, y vimos que regresaron al otro lado de la frontera por las huellas sobre la nieve", dice.

Aquellos refugiados que insisten en huir hacia otros países se arriesgan a ser detenidos por la policía china y ser entregados a las autoridades de su país, que, según las organizaciones de derechos humanos, los internan en campos de trabajo a la vuelta, los torturan e incluso ejecutan. "Si estalla una guerra, el Gobierno tiene el deber de proteger a los refugiados, pero ahora no hay guerra, así que los devolvemos", dice un soldado chino, que vigila en el puente sobre el río.

En Tumen hay una prisión en la que son internados los detenidos antes de ser repatriados. Según ICG, son devueltos entre 150 y 300 cada semana. "Intentamos dar un trato humanitario a esta gente, pero han entrado en territorio chino ilegalmente", afirman portavoces del Ministerio de Exteriores en Pekín.

Algunas mujeres pasan ilegalmente la frontera y se casan con campesinos chinos, que no pueden registrar los matrimonios, aunque es fácil conseguir papeles falsos o sobornar a los funcionarios locales. Otras caen en manos de traficantes. Li cuenta que durante un viaje en tren fue testigo de cómo la policía detuvo a un grupo formado por dos hombres chinos y cuatro jóvenes norcoreanas de 22 a 24 años, a las que habían comprado para venderlas de esposas en China. "Cuando íbamos a llegar a Jilin, la chica de 24 años saltó del tren y escapó", dice.

Pekín también parece temer una entrada masiva de refugiados. Desde que se produjo la prueba nuclear, ha acelerado la construcción de vallas de hormigón y alambre de espino en algunos tramos de la frontera común, que se extiende a lo largo de 1.400 kilómetros. Y ha logrado impedir que lleguen a Pekín y se cuelen en las embajadas extranjeras, como hicieron decenas en 2002 y 2003, entre otras en la española. Una vez en las legaciones extranjeras, pedían asilo y ser enviados a Corea del Sur, adonde han huido más de 8.700 desde el fin de la Guerra de Corea (1950-1953), la gran mayoría en los últimos cuatro años.

"China vigila muy de cerca los movimientos de los norcoreanos en las grandes ciudades, y las actividades de las ONG japonesas y surcoreanas que les ayudan. Y es casi imposible para los refugiados entrar en las embajadas [que también han aumentado las medidas de seguridad] sin su apoyo. Así que han cambiado las vías de escape, y salen por Vietnam o Tailandia", dice Kan Kimura, profesor en la Escuela de Estudios de Cooperación Internacional en la Universidad japonesa de Kobe.

Porque, según asegura Li, "a pesar de los soldados armados, los refugiados seguirán cruzando". Cruzando como sombras, protegidos por la oscuridad total en que se sume Corea del Norte al caer la noche por falta de energía. Cruzando el río junto al que, cerca del puente de Tumen, un gran cartel reza: "Larga vida a Kim Jong-il, sol del siglo XXI".

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