Un canto al diálogo de civilizaciones
Es poco frecuente que una película de animación sea la elegida para inaugurar todo un festival de cine. Y menos común resulta que la película, Azur y Mansur, un vigoroso cuento deudor del espíritu de Las mil y una noches, cuarto título en la filmografía del francés Michel Ocelot, contenga tantos elementos de interés como de corrección política, hasta el punto de convertirse en un franco, caluroso, llamado al diálogo de civilizaciones para uso y disfrute de los niños.
Proyectado fuera de concurso, el filme de Ocelot (Kirikú y la bruja y Kirikú y las bestias salvajes) es un magnífico ejemplo de animación de línea clara, perfectamente diferenciable del estándar habitual que nos llega de EE UU. Con un dibujo preciosista y un desborde imaginativo más que notable, el filme recrea el viaje de dos niños que viven en un pasado mítico, uno blanco, francés y cristiano; el otro musulmán y árabo-hablante. Ya adultos, sueñan con cumplir el sueño infantil de ambos, el rescate del Hada de los Djinns, la deidad que cuida de los diablillos buenos de la tradición islámica, prisionera de un hechizo.
Como adivinará el lector, el filme se convierte, como las aventuras de Simbad, en un duro viaje iniciático erizado de desafíos, en el que ayudarán a los héroes no sólo los habituales compañeros de aventuras, sino también un sabio judío y una princesa musulmana, ambos cosmopolitas, políglotas, deliciosos conversadores... un verdadero canto a la ruptura de clichés mentales e ideológicos. La filosofía profunda del filme la expresa con rotundidad otro de los personajes, la madre del joven musulmán y nodriza del joven cristiano: "Conozco dos países, hablo dos lenguas, sé de dos dioses... todo ello me hace más fuerte".
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