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Llega el catálogo Ikea

El otro día encontré tirada en el jardín de mi casa la edición 2007 del catálogo Ikea. O no cabía en el buzón o el distribuidor de la multinacional sueca plagiaba el célebre método norteamericano de lanzar la prensa en el césped de las urbanizaciones. Comoquiera que la hierba de mi jardín sólo merece la categoría de césped una vez al mes, cuando desenfundo la segadora, tardé un par de días en encontrar el libro entre la maleza y además estaba completamente mojado. Pese a todo, me puse muy contento, lo coloqué encima del radiador eléctrico y esperé pacientemente a que sus páginas se secaran para leer con avidez el indiscutible best seller de la globalización.

No sé ustedes, que diría el divertido Guillem Martínez, pero yo necesito cada año recibir el catálogo Ikea y por dos razones: a) para sentirme parte integrante de la globalización, y b) para no perderme la lectura de ese libro.

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Que tiene una tirada muy superior a la Biblia (160 millones de ejemplares anuales), está traducido en casi todas las lenguas de Babel y nos relata con rigor minimalista la escenografía del hogar globalizado. ¿Cómo voy a perderme la lectura del libro más leído del mundo? ¿Cómo no fisgar con morbo literario en esos interiores low-cost en los que ahora mismo está ocurriendo la vida familiar del planeta?

Sólo se me ocurren dos argumentos para no hacerlo, y los dos procedentes del mester de progresía español, al que aún pertenezco. Este catálogo Ikea que todos hemos recibido y se ha convertido en la Biblia de los interiores de las clases medias, nada tiene que ver con la literatura; y dos: el catálogo es uno de los principales productos de la globalización perversa, y como tal exige ser leído y comprado, con mirada crítica y desmitificadora, como los McDonald's, los gases tóxicos que calientan el planeta, las pelis de Hollywood o los reality estilo Gran Hermano. Un argumento estético, y el otro, puramente ideológico.

No puedo estar más en desacuerdo con los dos tópicos de esa pequeña progresía dominante. El catálogo Ikea, ahí donde lo ven después del buzoneo planetario, tiene que ver y mucho con la mejor literatura que se está haciendo en el globo. De lo que trata este best seller de la multinacional sueca es nada menos que de los interiores de esas nuevas clases medias globalizadas, y ése es precisamente el nuevo sujeto narrativo del siglo XXI, y su escenografía precisa una vez agotada la masturbación del siglo pasado: novelas que tratan de novelistas desclasados y sin decoración en el momento de escribir una novela sin lectores. Sólo pondré tres ejemplos provocadores. Michel Houellbecq ("Soy el Zaratustra de las clases medias decoradas por Ikea"); Douglas Coupland, que en Microsiervos ajusta cuentas narrativas con el catálogo, y Los Simpson, cuyas memorables incursiones en los almacenes Ikea y su endemoniado bricolaje posterior han producido carcajadas globales.

En segundo lugar, esa crítica local al catálogo Ikea por ser uno de los factores principales de la globalización perversa no es una crítica ideológica, sino mera redundancia procedente de la manía española de considerar sospechosos todos los asuntos de masas y que la globalización, por sí misma, es pecado mortal al margen de lo que se globalice.

Claro que este catálogo Ikea es uno de los factores principales de la actual globalización. Nadie lo duda. Hace año y pico, el arquitecto holandés Rem Koolhaas, que no es precisamente un integrado, establecía en su libro-exposición Content la cartografía de las cosas que nos han globalizado irremediablemente. Y en cuarto lugar del ranking, luego de las bases norteamericanas, los McDonald's y los países que emiten Gran Hermano, situaba la vertiginosa extensión planetaria de los almacenes Ikea.

En el mapamundi de Koolhaas no se incluían las tiendas Zara, pero me consta que en próximas ediciones la gallega Inditex ocupará el lugar que le corresponde en la nueva cartografía planetaria porque su hazaña empresarial de hacer con la moda pop lo que Ikea está haciendo con la decoración no sólo es similar, sino muy complementaria. Vestir y decorar low cost a las nuevas clases medias del globo es algo que, miren ustedes, nada tiene que ver con el movimiento altermundialista ni con esas furibundias que arruinan la lectura de esas nuevas narrativas que ya no trafican con la ideología de la guerra fría ni con la progresía simplona de la antiglobalización, tal y como aquí, pero sólo aquí, lo pronunciamos por flojera intelectual.

No es posible equiparar, para volver al famoso ranking de Koolhaas, el binomio marines+McDonald's (que siempre va en contra de las recomendaciones de Naciones Unidas y de la Organización Mundial de la Salud) con las demás globalizaciones del planeta, empezando por Internet y acabando por ese otro binomio europeo que es Ikea+Zara (Suecia+Galicia), tan parecidos en sus innovadores presupuestos empresariales, y que han cambiado radicalmente los modos de decorar y vestir de esas clases medias que no son bastante más que el nuevo sujeto novelístico del siglo XXI.

Les presento a las nuevas repúblicas independientes de mi casa y de tu cuerpo, y después hablamos todo lo que quieran de la verdadera globalización perversa. Incluso de la muy perversa y endemoniada idea que tiene la multinacional sueca de las artes del bricolaje.

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